Carta a Hilda, enero 7 de 2018

Tu memoria quedará intacta más allá de este primer año de tu partida. Tus huellas, siempre cálidas impregnaron profundamente mi vida y las de tus hijos. Tú perdurarás en nosotros, independientemente del camino que emprendamos en lo que nos resta de existencia.

En el curso de tu vida, brilló siempre tu sonrisa, tu fuerza para superar las adversidades, tu capacidad y entusiasmo como docente, tu intachable moral familiar y ciudadana, tu modo directo de decir las cosas por su nombre, tu vocación de mujer insumisa y solidaria con todas las justas causas.


Ricardo Melgar e Hilda Tísoc, década de 1960. Foto: Archivo familiar

Días antes de partir, gracias al Dr. Enrique Salado, te preparaste leyendo el camino de la búsqueda de la otra orilla, de inspiración budista en conocido texto literario. Cuando te sentiste lista, recibiste en el curso de tu último mes de terrenal existencia, tres sesiones de meditación y trance interior, que te permitieron exorcizar los dolores del cuerpo y acceder a los dones que guardabas en tu propia subjetividad. En la primera sesión, accediste a un jardín maravilloso, lindísimo, así lo llamaste, tú que habías hecho del tuyo una maravilla floral. Tu segunda sesión te llevó al mar de tus sueños, tal como lo imaginabas y deseabas. La tercera sesión, te volvió etérea a tu gusto.


Hilda Tísoc, década de 1970. Foto: Archivo familiar

El último día en la casa común en que vivíamos, te pedí perdón por todo lo que no supe darte y me lo concediste y tú, me pediste el mío. Mientras enlazábamos con ternura nuestras manos me hiciste una pregunta de fondo: «Qué es la muerte?». Te respondí con la voz quebrada: «es otro modo de perdurar, de ser luz y energía, de seguir siendo». Me solicitaste que tus cenizas esperasen a las mías y que fuesen echadas en alta mar, partiendo de la playa que anidó los mejores años de tu niñez, adolescencia y juventud: Cantolao, en el Callao. Te respondí, así se hará. Vino el tiempo del silencio y la mirada, el del dolor y la despedida. Te fuiste con dirección a lo que llamaste la «Casa Verdadera» escuchando la canción «Gracias a la vida», letra de Violeta Parra en voz de Mercedes Sosa, que tanto te gustaba cantar. Nuestra hija Dahil la ponía amorosamente en tus oídos, hora con hora, día con día, los dos últimos meses:

« Gracias a la vida que me ha dado tanto 
Me dio dos luceros que cuando los abro 
Perfecto distingo lo negro del blanco 
Y en el alto cielo su fondo estrellado 
Y en las multitudes el hombre que yo amo.

Gracias a la vida que me ha dado tanto 
Me ha dado el sonido y el abedecedario 
Con él las palabras que pienso y declaro 
Madre amigo hermano y luz alumbrando, 
La ruta del alma del que estoy amando.

Gracias a la vida que me ha dado tanto 
Me ha dado la marcha de mis pies cansados 
Con ellos anduve ciudades y charcos, 
Playas y desiertos montañas y llanos 
Y la casa tuya, tu calle y tu patio.

Gracias a la vida que me ha dado tanto 
Me dio el corazón que agita su marco 
Cuando miro el fruto del cerebro humano, 
Cuando miro al bueno tan lejos del malo, 
Cuando miro al fondo de tus ojos claros.

Gracias a la vida que me ha dado tanto 
Me ha dado la risa y me ha dado el llanto, 
Así yo distingo dicha de quebranto 
Los dos materiales que forman mi canto 
Y el canto de ustedes que es el mismo canto 
Y el canto de todos que es mi propio canto.

Gracias a la vida »


Ricardo Melgar e Hilda Tísoc, 2015. Foto: Archivo familiar