Número 6
19 función de enlace con los académicos. Era natural el sondeo. Pero había algo más que incidía en estos encuentros, la imagen pública que cada quien tiene y que no siempre se ajusta a la realidad. La imagen pública oscila entre su condición de máscara o este - reotipo y se nutre de anécdotas, rumores e impre - siones. Ferré, mucho mayor que yo, había levantado imágenes fuertes y extendidas en el campo cultural y político. Lo refrendan algunas fantasmagorías sobre el temible Ricardo que circulaban en los años setenta entre mis colegas de la Escuela Nacional de Antro - pología e Historia y de la Universidad Nacional Autó - noma de México. Catedrático heterodoxo y formal. Imágenes contradictorias: antropólogo sin pelos en la lengua, fino e incisivo escrutador de roles y prácti - cas, conductor y organizador de programas de desa - rrollo comunitario y regional, autoritario y horizontal según sus roles, compromisos y estados de ánimo. Figura temible sea por su presunta capacidad corro - siva de seducción intelectual y afectiva que podía a la larga generar crisis existenciales, se le atribuían algu - nas con nombre propio. Ferré era de los que gustaba andar peligrosamente entre los bordes de la institu - cionalidad y la trasgresión. Creía en las instituciones, más que en los hombres. Pensaba que muchos cam - bios eran necesarios y posibles, aún en la burocracia. Se sentía y sabía parte de la izquierda intelectual. La figura de Ricardo Ferré me llamaba la aten - ción, menuda aunque robusta, ágil a pesar de su edad y sus alzas de presión. Ricardo se movía con soltura en el INAH en varios nichos académicos, administra - tivos, técnicos y manuales. Le era difícil diferenciar los referentes de la conversación y la interpelación del funcionario experimentado. Vaya etnografía densa que realizó de nuestro Centro, tras la crisis de enero de 2005, motivada por la acción depredadora de un grupillo de talibanes nativos, que finalmente fueron derrotados gracias a la constitución de una asamblea permanente que integraba a la mayoría de trabajadores, sin distinción de estamentos y a las medidas de fuerza y propaganda que se realizaron. Ricardo arribó al Centro con el cambio de autorida - des, apostando cumplir en su primer momento, un papel de mediación y reordenamiento, previa reali - zación de su curiosa etnografía. Observaba, conver - saba, entrevistaba y escribía. Ferré hizo su diagnóstico y aunque no lo compar - tió, se deslizaba en las conversaciones. Detectó, discri - minó entre las fortalezas y las debilidades institucio - nales, locales y nacionales. Caracterizó a la pequeña burocracia como ineficiente, políticamente reacciona - ria y parcialmente corrupta, tenía muchos elementos que fundaban su duro parecer. Dialogó con los acadé - micos libremente, su erudición lo convirtió en un dig - no interlocutor, abogó por impulsar foros y ciclos de conferencias en el auditorio del Palacio de Cortés. Sin lugar a dudas, nos encontrábamos frente a una figura talentosa, con atributos altamente cotizables para la burocracia de altura. En su pasado, había tenido va - rios cargos: director de más de un centro coordinador del Instituto Nacional Indigenista, una subsecretaría de Pesca. Creo que simpatizamos mutuamente en el plano intelectual, más allá de nuestras discrepancias. Los disensos no están reñidos ni con la amistad ni con el compañerismo académico. El hombre: entre la desposesión y la crítica Ricardo era un lector incansable y gozoso. No había nada en el mundo libresco y de la vida que queda - se fuera de su alcance. Intercambiarnos estos bie - nes simbólicos, los cuales nos acercaron en nuestras múltiples búsquedas: textos antropológicos, propios y ajenos. Un día descubrí su sostenido interés por las tradiciones filosóficas de Occidente y de Oriente. La pasión otoñal de Ricardo se inclinaba de nueva cuen - ta hacia sus lecturas orientalistas, había dejado atrás la literatura esotérica (la teoría del Cuarto Camino de George Gurdjíeff y la obra Tertium organum (1912) de Piotr Ouspenski) para aproximarse con mayor hondura en el Budismo. Entre los años noventa y principios del siglo XXI, daba eventualmente confe - rencias sobre budismo en la ciudad de México (Casa Lamm y Centro Budista). En el último tramo de su existencia, asumió la
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