Número 6
20 idea y el valor budista acerca del desprendimien - to de los bienes culturales como un estilo de vida. Lo anterior explica el modo en que dispuso que su biblioteca se fuese desgajando entre los colegas y amigos. A cada quien le dio lo que consideró que le sería útil o de interés. Su despedida se inició bajo esta opción de desprendimiento, sin renunciar a los placeres hedonistas. Ricardo llevaba al marxismo crítico, muy pre - sente en su memoria. Me contaba de su estancia en Praga, donde realizó sus estudios doctorales y mantuvo estrechas ligas con Karel Kosik, el teórico de la dialéctica de lo concreto, sancionado por la bu - rocracia por su espíritu disidente. La pasión con que se metió a estudiar y traducir los textos europeos sobre el modo de producción asiático, los cuales los divulgó a través de la cátedra. Resentía el que un alumno suyo hubiese aprovechado sus materia - les para publicarlos sin darle el menor crédito. De vez en cuando nuestro colega, evocaba con ironía su faz rebelde e iconoclasta. En Michoacán fue se - sentayochero y conoció junto con el filósofo Elí De Gortari, autor de La ciencia de la lógica (1950), los duros gajes de la persecución, la clandestinidad y la cárcel durante el gobierno ominoso de Gustavo Díaz Ordaz. Recordaba con picardía, un performan - ce provocador contra Gonzalo Aguirre Beltrán y que lo orilló a renunciar al cargo que tenía en el INI, pre - viendo las iras de su director. En coordinación con dos jóvenes antropólogas disfrazadas de vaqueras, se aproximaron a la mesa, segundos antes de que don Gonzalo iniciase su conferencia magistral sobre el indigenismo en México. Las jóvenes colegas, al decir de Ferré, desplegaron en línea unos muñequi - tos indígenas. Al ritmo de la exposición del autor de Regiones de refugio , ellas disparaban sus pistolas de fulminante y hacían caer uno a uno a las figuritas. Operación lúdica y simbólica no sólo de contradecir, sino de poner en evidencia los límites del indigenis - mo integracionista, de que a menos indígenas habrá que celebrar que haya más mexicanos. Ricardo se integró a las redes del exilio latinoa - mericano. Conoció y trabó amistad intelectual con Rodolfo Puigróss –el historiador marxista argentino- durante su primer exilio en México. Las causas de los exiliados latinoamericanos no les fueron ajenas. Su amistad con el antropólogo peruano Carlos Inchaús - tegui, quien llegó exiliado a México a fines de los años cuarenta, se fortaleció en el curso de los años por compartir un interés por la misma área cultural y haber sido en más de una ocasión compañeros de trabajo. También se expresó a través del colectivo que animaba la revista Del Tercer Mundo, que no se dejó doblegar ante los anzuelos que les tendió Luis Echevarría para reencauzarla bajo su paraguas ideo - lógico y diplomático. Otro día descubrí que Ricardo tenía una faz de poeta; escribía y había publicado poemas sueltos y un poemario. Hubo otra revelación de este hombre de firmes convicciones y lealtades, cuando mencio - nó sin presunción alguna, haber introducido en la cá - tedra de teoría antropológica de la ENAH, la teoría estructuralista, a principios de los años sesenta, sin renunciar a sus consideraciones criticas. Cruzar lecturas y vida daba a Ricardo ese aire jo - vial, con ellas nutría su mirada, así como sus comen - tarios, ya fuesen acerados, certeros o fuera de bor - da. Hombre al fin. Durante su estancia morelense, puso especial atención en los campos de la medicina tradicional, moviéndose en los territorios de nuestro Jardín Etnobotánico y más allá de él. La soledad del hombre. Vivía en un cuarto a dos calles del Centro INAH. En sus últimas confesio - nes amicales, lúdica y existencialmente apostaba a volver amar terrenalmente. Algo de consternación y rubor había en esta renovada pasión suya, no se si alucinada, ideal o real. Cultivaba la amistad y la conversación que no es exactamente lo mismo. No tengo idea de qué haría con su vida el fin de sema - na. Sus sucesivos lazos de pareja se habían quebra - do años atrás. Se escudaba sin mucha convicción en una frágil coraza misogínica que no se la creía ni él. Entusiasta seguidor de Huxley, perseguía las fuen - tes de la vitalidad juvenil. Decía saber de las virtu -
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