Número 6
24 antiguo. Viejos judíos, viejos musulmanes y ahora viejos mayas, abrazamos a cristianos viejos y nuevos, y si algunos conventos y sus inquilinas fueron violados, el resultado, al cabo, fue un mestizaje acrecentado, indio y español, pero también árabe y judío, que en pocos años cruzó los Pirineos y se desparra - mó por toda Europa... La pigmentación del viejo continente se hizo en seguida más os - cura, como ya lo era la de la España levanti - na y árabe. 4 Ferré no disentía de Fuentes en este punto, ya que el mestizaje no le era repudiable, si las excrecen - cias ideológicas que percibía en el hispanismo criollo y que representaba Octavio Paz. En realidad, hay que aclarar que el premio nobel de literatura (1990), nunca militó en las filas del Par - tido Acción Nacional, cuya élite política ha sido y es acusadamente criolla y por ende, hispanista. Lo refrenda pedagogía cívica panista en las ciudades norteñas al promover como figura escultórica em - blemática a Juan de Oñate y Salazar (1550–1626), el exterminador de pueblos originarios. Ferré preveía los intentos del panismo morelense de reintroducir la figura de Hernán Cortés en los espacios públicos del estado. Nuestro desaparecido colega no alcanzó a ver la entronización del Conquistador como figura escultórica dominante en la avenida Teopanzolco y no dudo que hubiese sonreído, si hubiese constatado su sustitución a fines de 2011 por la de Cuauhtémoc, gracias a la administración priista. En esta confron - tación simbólica, las consideraciones estéticas pasa - ron a segundo plano. La guerra de imágenes entre la visión hispanista del PAN y la mestizofilia del PRI, no admitía concesiones al hecho de que la escultura de Cortés ostentase mejor factura estética que la de Cuauhtémoc. La criollidad entendida como ideología de algu - nas categorías de mestizos urbanos que reivindican 4 Fuentes, Carlos, “Las dos orillas”, en El Naranjo, México: Ed. Alfaguara, 1999. como clave de identidad su “blanquitud”, su legado idiomático y cultural ibérico y que en algunos casos, complementa con su presunta racialidad “blanca” y con la construcción de genealogías y linajes imagina - rios o reales. La criollidad echa raíces en fracciones culturalmente importantes de las élites terratenien - tes y oligárquicas, así como de las capas medias urba - nas. Su reivindicación identitaria puede asumir en al - gunos casos ostensibles marcas filo hispanistas como las que asumen los coletos de San Cristóbal de las Casas en Chiapas, México, los criollos de Santa Cruz en Bolivia, los mamelucos de Sao Paulo, los criollos aristrocratizantes de Lima. En general, la criollidad se distancia de las adscripciones identitarias nativas a las que considera subalternas y premodernas, por lo que las estigmatiza. Esta criollidad asume una configuración distinta a la que recibe en el contexto antillano y caribeño y que ha sido caracterizada como una vía nativa de resistencia cultural: “…en la medida en que la criollidad es una forma de ser, de pensar y de escribir en una lengua subalterna, desde la perspectiva sub - alterna y utilizando y apropiándose de una lengua hegemónica, todo esto no está limi - tado a una historia local particular sino que es semejante a otras varias historias locales constituidas en la intersección con los dise - ños globales, la colonialidad del poder y la expansión del sistema-mundo moderno. La criollidad, como tal, ofrece un aspecto dife- rente a la “universalidad” y abre la dimen - sión de la “diversalidad”… 5 Ferré tenía muy claro el tenor polisémico de lo criollo y la criollidad en las diferentes áreas culturales de Nuestra América, por lo que su enfoque lo acota - ba al caso mexicano, aunque era consciente de que no era excepcional, tenía otros símiles. 5 Mignolo, Walter D, Historias locales/diseños globales: co- lonialidad, conocimientos subalternos, Madrid: Ediciones Akal, 2003, p.318.
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