Número 12

18 Flojita, y cooperando No estás derrotado, hasta que aceptas la derrota Anonymus Abilio Vergara Figueroa E n una reflexión anterior, poco antes del día de las elecciones tomé como pre-texto el discur- so y los gestos significativos de Javier Sicilia en el castillo de Chapultepec, cuando interpeló a los cuatro candidatos presidenciales. Hoy tomo como pretexto el artículo “¿Y ahora qué?” de Marta La- mas, publicado en Proceso (8 de julio), para mos- trar cómo un buen número de intelectuales está alineándose con el poder y vienen argumentando posiciones que aparentemente esgrimen para po- sicionarse en la nueva distribución que avizoran (y desean). Tomo ambos pre-textos no por un enco- no hacia los dos mencionados, sino precisamente por lo significativo de sus papeles en la configura- ción de opiniones, y también porque han expre- sado de mejor manera esa zona de limbo y am- bigüedad que estimula y exige, paradójicamente, definiciones claras: Sicilia a no optar por ninguno de los candidatos (voto nulo), y hoy Lamas, a acep- tar ya la ilegalidad del supuesto triunfo de Peña Nieto (“negociar”). Lo propuesto por la autora del artículo me recuerda una sensación muy intensa que experi- menté hace un par de años, cuando una joven y bella muchacha, en un receso de una charla sobre el incremento de la violencia, me dijo muy seria y segura: “Si a mí me están violando, ¿para qué me opongo?, si sé que no lo detendré: mejor lo disfru- to”. Este breve y estremecedor diálogo se efectuó en Chetumal, en octubre de 2010; y, dicho sea de paso, algunos taxistas con los que conversaba en esas fechas se referían ya a Peña Nieto como “el Presidente”. Estoy seguro de que Marta Lamas no estaría de acuerdo con que el supuesto violador al que refería la muchacha quedara impune y más bien exigiría una sanción ejemplar. Un paréntesis: el carácter estremecedor de la postura de la joven frente a la violencia viene precisamente también de la ambivalencia que crea al proponer difuminar la frontera que separa entre la humillación y el pla- cer; sin embargo, no podemos dejar de pensar que el momento del enunciado ocurre a una gran dis - tancia del posible escenario, y, digamos, desde un punto de vista racional, no necesariamente debe empatar con la ira e indignación que irrumpiría en una situación real. La metáfora del avión averiado en pleno vuelo (que invoca la imagen de inevitabilidad y pánico) utilizada por Lamas –citando a Gregorio Marañón y Juan José Toharia 1 – no es pertinente porque no hace buena analogía con la situación 1  Marta Lamas los cita, luego de decir que si el avión sufre una importante avería: “qué puede sentir el pasaje (sic) si ve al piloto y al copiloto enzarzarse ante ellos en descalificaciones mutuas, responsabilizando cada uno al otro de la inminente catástrofe, en vez de buscar, juntos, formas de evitarla” (v).

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