Número 15

38 que hiere con inaudita crueldad. Sin embargo, si per - manece bajo el control moral o si es superado, en- sancha la mirada del hombre, lo vuelve creativo, le recuerda el precio de la existencia, el sabor, la pasión y la certeza del instante que pasa. Todo depende del significado que el hombre le confiera. Si suprime el gusto de vivir cuando golpea, opera el efecto con - trario en cuanto se aleja. Es una llamada al fervor de existir, un memento mori que devuelve al ser huma- no a lo esencial”. 10 Parecería evidente que uno de los modos de ali- viar el dolor es vencer el miedo que nos inspira al atribuirle conocimiento y comprender que el senti - do del dolor es penetrar en el sentido de la vida. Sin embargo, ese concepto depende de cada caso, de la existencia individual y de los arquetipos y modelos de la cultura. No se puede negar que el dolor participa de la construcción social. Aunque el umbral de la sensi - bilidad sea semejante para el conjunto de las socie- dades humanas, el umbral dolorífero en el cual el individuo reacciona, y la actitud que adopta están esencialmente vinculados con la trama social y cul - tural. Ante el dolor, entra en juego tanto la concep - ción del mundo del individuo, los valores religiosos o laicos y su experiencia personal. De manera que “La relación íntima con el dolor no coloca frente a frente a la cultura y su lesión, sino que sumerge, en una situación dolorosa particular a un hombre cuya historia es única incluso si el conocimiento de su origen de clase, su identidad cultural y confesión religiosa dan informaciones precisas acerca del es - tilo de lo que experimenta y sus reacciones”. 11 De ahí que se considere un error la indiferencia acerca de las circunstancias particulares del origen social y cultural del enfermo. Otro concepto del dolor depende del significado que cada persona tenga de su cuerpo: ¿cómo ve el individuo la imagen de su cuerpo? En efecto, la re - 10  Ibid, pp.18-19 11  Ibid, p. 172 presentación que cada persona hace de su cuerpo depende de su historia personal y de la visión que cada uno tenga del mismo dentro del contexto social y cultural. Además, un mismo individuo no tiene una relación constante con su dolor. Las circunstancias la hacen variar como se ha conceptualizado: puede fu - garse del dolor a través de una actividad absorbente; huye por medio de estupefacientes, alcohol, cigarro, etcétera, decide ser reclamado por algo que ocupe absolutamente su atención. El dolor se acentúa si no se piensa más que en él, si el individuo se deja disol - ver en su tormento. El significado que se otorga al hecho doloroso, el estado de ánimo que reina en tal o cual momento, son las matrices que dan forma al sentimiento del dolor. Así, Breton exhorta a los médicos a tratar a los pacientes desde un patrón teórico de lo que debería suceder. “No hay una objetividad del dolor, sino una subjetividad que concierne a la entera existencia del ser humano, sobre todo a su relación con el incons- ciente tal como se ha constituido en el transcurso de la historia personal, de las raíces sociales y culturales; una subjetividad que, como hemos dicho, vinculada con la naturaleza de las relaciones entre el dolorido y quienes lo rodean”. 12 De tal suerte que el motivo mé - dico impuesto en nuestra sociedad occidental hoy por hoy requiere de una medicina en colaboración que tome en cuenta la participación del enfermo en el diagnóstico de la enfermedad, de un tipo de en - fermo activo y no pasivo. Hacer del dolor un simple dato biológico es insuficiente en la medida en que su humanización es la condición necesaria para la cons - ciencia, dado que los hombres no sufren de la misma manera ni en el mismo momento. Esa especie de orientación estoica de la volun - tad denominada “control personal”, es el principal remedio a la experiencia del dolor. “El estoico per - manece inalterable ante las situaciones dolorosas puesto que entre su persona y las inclemencias del mundo se erige la omnipotencia de su decisión. Per- 12  Ibid, p. 94

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