Número 16
20 poeta y la imaginación mitológica sacan por igual sus riquezas”; algunas “veces el sueño es el lugar terrible que frecuentan los espectros”; el sueño “es el pórtico suntuoso que da entrada al paraíso”; es “Dios mismo quien por este conducto nos transmite sus solemnes advertencias” “o bien son nuestras raíces terrestres las que se hunde por allí hasta el seno fecundo de la naturaleza” (Beguin, Ob. Cit. : 20). Como se podrá apreciar en estas entradas, el sueño romántico esta - ba volcado principalmente hacia el pasado, abrien - do entre líneas algunos puentes con las ulteriores lecturas psicoanalíticas propuestas por Freud y por Jung, entre el pasado infantil y el primigenio pasado colectivo. Hemos de destacar que las series de imá - genes oníricas en que se expresa a nivel primario el sueño, pueden ser entendidas como el sueño mismo, destacando en ellas una parcial irreductibilidad de su campo de simbolización y de sentido. La veta recupe - rable dista de haber precisado sus límites, sus líneas de investigación y de debate. Crítica del paradigma psicoanalítico Mario Benedetti con fina ironía apela a un cuenti - sueño, nos referimos al titulado Conciliar el Sueño, desde esta conjunción de relatos, el narrador coloca en aprietos al psicoanalista y al propio psicoanálisis. El anónimo personaje le narra a su analista que él acostumbra soñar por “ciclos temáticos”, lógica que buscaba escaparse del saber clínico sobre los sue- ños recurrentes. La camisa de fuerza de la patología onírica pierde eficacia cuando el personaje remarca sus puentes con el presente o futuro inmediato. Por si fuera poco, el tránsito entre sueño y la vigilia re - vela su liminaridad, tanto como el existente entre la racionalidad y la irracionalidad o entre lo deseado y lo experimentado. Soñar con inundaciones, aviones, partidos de futbol, actrices de cine y hasta temas de familia e identidad etnocultural. Veamos este último en las palabras de Mario Benedetti: “En otra etapa soñé reiteradamente con hi - jos. Hijos que eran míos. Yo que soy soltero y no los tengo ni siquiera naturales. Con el mundo como está. Me parece un acto irresponsable concebir nuevos seres. ¿Usted tiene hijos? ¿Cinco? Excúseme. A veces digo cada pavada. Los niños de mis sueños eran bastante pe - queños. Algunos gateaban y otros se pasa - ban la vida en el baño. Al parecer, eran huér - fanos de madre, ya que ella jamás aparecía y los niños no habían aprendido a decir mamá. En realidad, tampoco me decían papá, sino que en su media lengua me decían «turco». Tan luego a mí, que vengo de abuelos coru - ñeses y bisabuelos lucenses. «Turco vení», «Turco, quero la papa», «Turco, me hice pipí». En uno de esos sueños, bajaba yo por una escalera medio rota, y zas, me caí. Entonces el mayorcito de mis nenes me miró sin piedad y dijo: «Turco, jodete». Ya era de - masiado, así que desperté de apuro a mi rea - lidad sin angelitos.” El historiador como el antropólogo, al decir de Steiner, ve en este como en cualesquier otro relato del cuento o del sueño un documento, el cual está sometido a las mismas condicionantes históricas que marcan los estilos, las convenciones narrativas, la sin - taxis, las connotaciones y las palabras (Steiner, 1983: 11). Pero los extrañamientos frente a los documen - tos crecen, cuando hay matrices culturales de por medio. Por lo anterior, advertimos que nuestra lectu - ra del cuento de Benedetti por la trama, los símbolos y el lenguaje que despliega tiene que ver con nuestro tiempo aunque no necesariamente con nuestra ge - neración y lugar cultural. La manera en que Benedet - ti se vale del recurso onírico para tratar el conflicto de identidad y horizonte de futuro, se mueve entre los límites de lo verosímil en contextos consureños, atravesados por las grandes corrientes migratorias transocéanicas, que legaron densos y variados ancla - jes culturales. La propia figura y rol de psicoanalista, hechura del siglo XX es distinta. El psicoanalista tiene un papel destacado en las ciudades conosureñas que no es culturalmente homologable a las del resto de
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