Número 16

23 a los niños a la hora de dormir fue una práctica extendida durante la primera mitad del siglo XX en - tre las capas medias urbanas. Tradición más fuerte incluso, que la fundada creencia en los sueños pre - monitorios e iluminadores. Consideramos que el sueño puede tener elevada carga política y el cuento un inmenso potencial co - munitario de resistencia como lo muestra el Sueño del pongo . Ambas posibilidades son polémicas y por ende invitan a la investigación. Para tal fin, recorda - remos una sagaz advertencia muy contemporánea. Hace algunos años, Adolfo Gilly desde las páginas del diario La Jornada abrió una inédita lectura cultural sobre la guerra neocolonial iniciada por los Estados Unidos en Afganistán. Tomó como centro de sus re - flexiones un video transmitido por las corporaciones televisivas estadounidenses sobre una reunión reali - zada por Bill Laden y los líderes religiosos talibanes, tratando de “probar” visualmente su complicidad. Gilly destacó la importancia política y cultural de los sueños oníricos para todos y cada uno de los parti - cipantes en ese cónclave conspirativo. Todos narra - ron sus sueños y explicitaron sus presagios antinor - teamericanos, sorprendiéndose de su verosimilitud a la luz de los luctuosos sucesos del 11 de septiembre de 2001. De otro lado, en la localidad de Ceuta, la madre de Hamed Abderramanh, el talibán español, tuvo una pesadilla premonitoria. Soñó a su hijo con las manos atadas y caminando de rodillas, días des - pués bajo tales condiciones contrarias a la Conven - ción de Ginebra, Hamed apareció confinado en el campo de concentración estadounidense en Guantá - namo. En dicho campo de concentración, la novedad no han sido las publicitadas e inhumanas “perreras”, sino la labor que vienen desplegando los especia - listas militares, en un inédito experimento entre la extracción de información onírica para fines de in - teligencia y la tortura, se trata de arrancarles los sueños a los no reconocidos prisioneros de guerra. El costo es real, las psicopatías e intentos de suicidio han sido documentados tanto por la prensa europea como por organizaciones occidentales defensoras de los derechos humanos. Por todo lo anterior, con- cluimos que los sueños como los cuentos seguirán diciendo nuestra identidad, nuestras iras, amores y miedos, también nuestras convenciones culturales y sus trasgresiones. No faltara más de un desesperado frente a este mundo de desencantos múltiples, gritar ¡ Arráncame los sueños ! Nosotros preferimos seguir - los contando y soñando. Bibliografía: • Arguedas, J. M., (1965). El sueño del Pongo: cuen - to quechua ., Lima: Salqantay,. • Augé, Marc, La guerra de los sueños: ejercicios de etno-ficción, Barcelona: Gedisa, 1998. • Beguin, Albert, Alma romántica y el sueño: ensa - yo sobre el romanticismo alemán y la poesía fran - cesa , México, D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1954. • Benedetti, Mario, Buzón de tiempo , Madrid: Alfa - guara, 1999. • Descartes, René. Meditaciones metafísicas . Ma- drid: Gredos, 1987. • Durozoi, Gerard y Lecherbonnier, Bernard, André Bretón: la escritura surrealista , Madrid: Ediciones Guadarrama, 1976. • Gruzinski, Serge, La guerra de las imágenes De Cristóbal Colón a “Blade Runner” (1492-2019), México: Fondo De Cultura Económica 1990. • Juana Inés de la Cruz, & Trabulse, E. (1979).  Flo- rilegio: poesía, teatro, prosa . México, Promexa Editores. • Montero, Susana, La construcción simbólica de las identidades sociales: un análisis a través de la literatura mexicana del siglo XIX , México, D.F.: UNAM/Plaza y Valdés Editores, 2002. • Sebreli, Juan José, Las aventuras de la vanguar - dia: el arte moderno contra la modernidad , Bue - nos Aires: Editorial Sudamericana, 2000. • Steiner, George, “¿Los sueños participan de la historia? (dos preguntas para Freud)”, Revista de la Universidad (México), Vol. XXXIX, Nueva Épo - ca, Octubre de 1983, pp.7-13.

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