Número 16

31 Vagón de mujeres en el Metro. Ilustración de Zanate Pirata, de DeviantArt ve). Abren las puertas y las más gandallas corren, re- parten codazos y empujones para ganar asiento para ellas y sus maniwis . Son esas que ya tienen callo en subirse como yeguas alborotadas. Conforme vamos pasando las estaciones, se va llenando más el vagón. Llega un momento en el que su servilleta (ingenua) cree que ya no cabe ni una más. Las primeras veces, como no sabes, se te ocu - rre ponerte hasta el fondo, en la puerta contraria porque -según tú (ingenua)- ahí no te apachurrarán tanto. Ahí aplica la ley de la más fuerte; las que es - tán afuera se quieren subir a fuerza y empiezan a empujar hasta que, aún no me explico cómo, se su - ben porque se suben. Las más nice nunca pierden el glamour , te empujan con tanta decencia que da vergüenza mentarles la madre o hacerles un pan- cho . Ya con el tiempo, a base de enterrarte el tubo en el estómago, de viajar con la cara pegada a la puerta sin poder moverte, o respirando el aliento desagradablemente caliente de la de al lado, apren- des que el mejor lugar es entre los asientos y que -no importa cuántas lagartijas viajen en un vagón- siempre cabe una más. Las que van sentadas están divididas en dos cla - ses: 1) las que se van dando su zarpazo y 2) las que se van durmiendo. Yo casi siempre soy de las segundas. En las estaciones donde hay correspondencia con otras líneas es el caos total, hay bolsazos, coda - zos, manotazos, empujones, jalones, rasguños y has - ta patadas. Momentos antes de bajarte, tienes que prepararte mental y físicamente, porque bajarse es un ritual casi tan pesado como subirse. Abriendo la

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