Número 22

4 Se ha constatado que las clases medias urbanas se han sumado a las protestas de otros sectores po- pulares de manera visible y significativa. Salvo foca - lizados casos de vandalismo delincuencial y acción violenta de grupos radicalizados, las manifestacio - nes, mayoritariamente pacíficas, se han distinguido por la presencia notable de jóvenes, la ausencia e incluso exclusión deliberada de partidos políticos, y las formas horizontales y con base en redes sociales electrónicas de su conducción y convocatoria. La singularidad del caso brasileño se topa con interpretaciones que han querido comparar estas manifestaciones de protesta con lo que ocurre en el mundo árabe y en otros movimientos de desconten - to en Europa. Aquí se trata de una potencia regional que cuenta con una de las economías mundiales más influyentes, gobernada ya diez años por un partido de izquierda institucionalizada, que a través de los gobiernos de Lula da Silva y Dilma Rousseff han re - ducido la pobreza del 37.5 % al 20.9 % y la indigencia del 13.2% al 6.1 %, quienes cuentan, aún ahora, con amplios márgenes de popularidad, que no fueron su - ficientes para evitar una rechifla generalizada para la presidenta en funciones en la inauguración de la Copa FIFA Confederaciones el 14 de junio pasado. No obstante los logros macro-económicos, los programas asistenciales y el desarrollo cuantitativo de la llamada “clase media”, el caso brasileño mues - tra los límites del progresismo, ya que el desarrollo no se ha orientado a resolver los ingentes proble - mas de sectores importantes de la población como los campesinos, los jóvenes, los trabajadores de las grandes urbes, los indígenas, entre otros. No se ha llevado a cabo una reforma agraria y la concentra - ción de la tierra en pocas manos sigue siendo una de las realidades ocultas por el “milagro brasileño”, expulsando del campo tecnificado de las agroindus - trias a millones de trabajadores rurales que engro -

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