Número 24
26 flujo generacional, la congestión resultante provoca ya alteraciones patológicas que se soslayan, incluso al interior de las estructuras académicas y sindicales. La adolescencia, nos dicen los enterados, se inicia biológicamente con los cambios hormonales, pero su término es social: aparece cuando el sujeto asume responsabilidades. Sin embargo, insensata, la sociedad alrevesada milita en contra de esa rea- lidad, prolongando adolescencias que no terminan, porque no brinda condiciones formativas y laborales suficientes para el ejercicio de esa preciada autorres - ponsabilidad, y prolongando a su vez adulteces que también se cronifican, que no concluyen sino hasta que el fallecimiento liberador del profesor-investiga - dor así lo determine; y mientras, los estamentos del acomodo político y académico conforman redes ina - movibles que cercenan todo aquello que pretende crecer sin su venia. Así, en ciertos casos, las maneras de hacer que alguna vez fueron vívidas e intensas, se van cristalizando con los años hasta convertirse en esclerosadas maneras de vegetar . En semejante panorama jamás se hubiera ge - nerado algo académicamente valedero, ni siquiera en mejores épocas del reino de Alrevés . Y es que el germen de la evolución civilizatoria entre los seres humanos se encuentra ubicado mayoritariamente en un estrato poblacional determinado. Es el estra- to que ocupan los jóvenes, quienes por razones de índole natural y a veces hasta en contra de ciertas predisposiciones tempranas ya adquiridas, disponen no sólo de anhelos frescos, sino de su mejor momen- to fisiológico y de su más pura capacidad de riesgo, en esa época de la vida en que el ser humano puede –aunque hoy a menudo no quiera- tomar por asal - to y transformar el universo; en esa edad irrepetible en que urge plasmar la intensidad identitaria y en la cual la capacidad de indignación todavía no ha sido anulada, ni atenuada, ni domesticada: se encuentra íntegra. Son los jóvenes quienes conforman transito - riamente ese estrato único dinamizador, ese que no ha visto aún –y que ojalá no vea jamás- a sus sueños ponerse de rodillas. Así, uno de los peores sinsentidos –o de las peo - res congruencias- de la sociedad alrevesada radica en su capacidad para maltratar precisamente a ese, su estrato más determinante, de modo que el reino de Alrevés se autoagrede de la peor manera: aplas- tando su potencial, dándole a los jóvenes abundan - tes rebanadas de realidades virtuales y una enorme tajada real de sinsentido. Coherente con ese alrevesamiento general, una institución alrevesada lo es cuando no genera ni man- tiene mecanismos de actualización de sus cuadros, condenándose a sí misma al estancamiento y a la in - eficiencia sistemática. A la carencia crónica y artificial de recursos presupuestarios para tareas sustantivas, aparejada con la abundancia de recursos destinados a caprichos discretos o inocultables y al crecimiento de estructuras administrativas superfluas que se erigen como eje de la institución, se aúnan el natural incre - mento y complejización de esas tareas fundamentales y el desdeño de la actualización permanente, cuando el patrimonio cultural es mucho más vasto y dinámico de lo que supone la burocracia y de lo que admiten los funcionarios en turno. El cuadro que sigue (Gráfico 1.) presenta la dis - tribución aproximada de los profesores e investiga - dores del INAH por grupos de edad de acuerdo con información proveniente de su sindicato de traba - jadores académicos, relativa al seguro médico de gastos mayores. Corresponde a febrero de 2013, en que la cifra total es de 900 profesores-investigado - res de base. Como se puede apreciar, en términos cuantita - tivos no existe una generación significativa de reem - plazo: aproximadamente el 65% del conjunto de aca - démicos rebasa los 55 años de edad, y el 35% rebasa los sesenta. El gráfico permite confrontar la cantidad de investigadores en activo existentes en los extre - mos del conjunto, de tal forma que el grupo de inves - tigadores mayores de 80 años rebasa claramente al de aquellos menores de 35. Ahora comparemos este fenómeno con otro que pareciera fuera de lugar, pero que resulta muy ilus -
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