Número 24

28 Fuente: adecuado de Hersch y Fierro, 2001: 70. Gráfico 3. Amphipterygium adstringens (cuachalalate). Concen- tración media por edad y hectárea en paraje sujeto a pastoreo y recolección intensiva de corteza. Copalillo, Guerrero, México, enero-mayo de 1998. tillas de investigadores y de profesores (gráfico 1), la saturación de los espacios ocupados por especíme- nes antiguos impide la incorporación de los ejempla - res más jóvenes, pero la diferencia no radica sólo en que los árboles vegetan y los investigadores no, sino que a dicho fenómeno se suma otro: el menosprecio de la investigación. Y es que no sólo las pésimas condiciones de ju - bilación, ni los vicios de la meritocracia académica, ni el estímulo a un productivismo que afecta obje - tivamente por varias vías la calidad del trabajo se encuentran en cuestión: un elemento clave en todo este panorama crítico es el ninguneo de la investiga - ción, manifiesto en la insuficiente cantidad de plazas nuevas destinadas a ese rubro. El patrimonio biocultural del país y las diná - micas socioculturales y socioambientales actuales que le son inherentes, demandan una estructura acorde con su complejidad y su trascendencia. A pesar de ello, del crecimiento demográfico, de las afectaciones ambientales, de los nuevos graves re - tos que impone la dinámica social, la cantidad de investigadores ha disminuido. De acuerdo con el informe de Conaculta presentado en 1994 por su presidente, Rafael Tovar y de Teresa, el INAH tenía entonces registrados en total a 1,234 investigadores de base como “plazas docentes” (Cuadro 1). Para febrero del 2013 y de acuerdo con los registros del seguro de gastos mé- dicos mayores ya referido, ese total de investigadores asciende a 900; es decir, 18 años después, el INAH tiene 334 in - vestigadores de base menos. ¿Cuál ha sido el criterio que fundamenta dicha medida? ¡ Ah! Nos olvidamos: esa pre - gunta se encuentra fuera de lugar en el reino de Alrevés. No nos detendremos en el tema del considerable incremento de per- sonal administrativo desde 1994 a la fecha, simultáneo con el decremento en el conjunto de investigadores. Evidentemente, hay un contexto en todo este proceso de acoso. El proyecto de país vigente cuando el INAH fue fundado en 1939 no es el proyecto alrevesado de país del 2013. Sin embargo, la pregunta no es si originalmente la protección del patrimonio cultural era una necesidad política para el régimen de entonces, sino si, desde una perspec- tiva objetiva, esa necesidad es hoy legítima, vigente, incuestionable. El entreguismo en boga ni siquiera se ocupa de justificar el atentado. Pero si se quiere ignorar la legitimidad histórica e identitaria de la pro - tección del patrimonio cultural, la ley está ahí avalan - do esa necesidad. Y esa necesidad se traduce en un cometido institucional. Sin embargo, en el diseño de un país alrevesado hasta el cogote, el compromiso con el cometido de la institución encargada de velar por el patrimonio cul - tural, entendido inclusive en términos conservadores, resulta no sólo incómodo, sino cada vez más subver - sivo. Si en el reino de Alrevés pensar es indecente, es un gesto excéntrico o inmaduro, proceder de acuerdo

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