Número 25

33 atroces imaginables para la moral de Occidente: es caníbal, tiene un apetito feroz por la carne humana viva, mas el contacto con su saliva es mortal pues sus víctimas son infectadas con el mismo mal, de manera que se convierten en zombies también. Se trata de cadáveres al acecho de la vida. Para colmo, no operan en función de ningún principio racional individual: no tienen conciencia al - guna, son autómatas en constante búsqueda de se - res humanos para devorar. No se puede negociar con ellos: no hablan ni parecen tener voluntad propia, no forman entidades políticas ni sociales reconocibles, son simplemente masa de cuerpos indiferenciados, corruptos y corruptores, sin mayor propósito que matar a los seres humanos “normales”, y tornarlos como ellos. Quizá lo que resulte aún más espeluznan - te es que este zombie, al carecer de conciencia, tam - poco posee voluntad individual; se trata de un ente reducido a un mero cuerpo pútrido que obedece a una voluntad de masa, una multitud devoradora e incontenible que se mueve con la misma lógica de un ejército de hormigas: no hay individuos, solo masa. Peor aún, puesto que estos seres ya están muer - tos, tampoco se les puede matar definitivamente, como suele suceder en casos análogos con enemi - gos mortales potencialmente exterminables (árabes terroristas, rebeldes vietnamitas, etc.). Desde el pun - to de vista bélico-hollywoodense, ¿puede haber algo peor que un enemigo que ya está muerto? Por cierto que el zombie reúne así antiguos te - rrores medievales con los viejos miedos del liberalis - mo burgués decimonónico, un miedo a los otros que se edificó a finales del siglo XVIII con respecto a nu - merosos pueblos indígenas cuyo género de vida re - sultaba (y resulta ahora) tan chocante para el libera - lismo burgués: el miedo a las colectividades “sin ley, lenguaje ni Estado” (todos sabemos que no existe un Estado Zombie, no tienen gobierno ni lenguaje, tal como se decía de los pueblos indios americanos); también se advierte el miedo a los grupos humanos

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