Número 25
35 el capitalismo inoculó esta no-conciencia zombie, fue precisamente el placer y la autosatisfacción del individuo, un individuo voraz, sediento de satisfac - tores inmediatos: paradójicamente, mientras más se exalta la individualidad y preponderancia del Yo, más se le controla, pues es la industria capitalista la que más ha invertido en ofrecer los medios y térmi - nos con que el Yo debe ser “adecuadamente” exal - tado. Vemos aquí al sujeto convertido en esclavo de los objetos que produce y consume, sujeto a la dinámica e inercia de su industria. Es así que el ritmo vertiginoso de la civilización contemporánea, aniquila la voluntad de millones de personas, obligadas a mantener la maquinaria capi - talista funcionando aunque en ello se juegue la vida del planeta. Una multitud autómata que depreda sin conciencia ni control, es precisamente la característi - ca de las sociedades de masas, la multitud enajenada que consume alegremente la droga que le asesina. Comprar, producir, consumir, opinar y mimetizarse con la masa, serán las exigencias de esta voluntad ajena que impone su ritmo voraz. No falta un despis - tado que olvide llevar el último modelo del teléfo - no de moda, para que una multitud “lo devore” y le obligue a mimetizarse con ella, poniéndolo a la moda que el capital desea. En este sentido, no habría nada más zombie que la moda. Y peor aún, nada más zom - bie que la moda zombie.
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