Número 27

19 L as acciones y consecuencias de las existencias humanas no están ahí en el pasado inamovibles esperan- do a que las descubramos de una vez y para siempre a través de sus testimonios. Existen evidencias y prédicas de lo actua- do, que de una u otra manera, privilegian determinadas circunstancias, acciones o inclusive reacciones, pero que son apenas tenues trazos de esos momentos que se pretenden describir y que de ningún modo hacen visible la complejidad de las existen- cias de esos momentos referidos. El anterior señalamiento tiene por objeto llamar la atención sobre lo que considero comienza a convertirse en un consenso entre quienes estudiamos la “Historia”, esto es, que todo cuanto sabe- mos o mejor dicho creemos saber, debe estar en constante revisión crítica y no por un prurito de cambio o moda, sino porque cada vez es más evidente que los discursos de la historia, aún y con su su- puesto cientificismo, son narrativas con- venientes y convenidas en un determina- do momento y a un determinado sistema, que a fuerza de repetirlas y adosarlas con datos convenientes, las convertimos en “verdades históricas”, que de repetirse una y otra vez se quedan como imágenes consagradas de los pasados, a las que a lo mucho, hay que adosarles los nombres y fechas que por una u otra razón, quedaron en ese mismo tiempo no mencionados. En este sentido de revisión crítica de Una reflexión sobre los nortes del virreinato de la Nueva España Felipe I. Echenique March la historiografía —en que creo nos hemos instalados los que queremos participar en el seminario multi y transdisciplina- rio de la conformación histórica de la frontera norte de México— es que ven- go a llamar la atención —para refrendar lo que ya se dijo en otro coloquio cuya temática general fue Los Nortes de Méxi- co: culturas, geografías, temporalidades, llevado a cabo en Creel, Chihuahua, hace menos de un mes— sobre la pertinencia o impertinencia de seguir utilizando el sustantivo singular de frontera cuando nos estamos refiriendo a las historias de los nortes o septentriones novohispanos, aun y cuando en algunos casos se vaya un poco más allá de la designación de una porción territorial y se quiera ver el establecimiento de “relaciones humanas” entre grupos humanos diferentes como lo apunta David J. Weber 1 , y que en muchos casos ha llegado al abuso de la retórico con expresiones que quisieran que todo fuera frontera: “época de frontera”, “es- pacios o provincias de frontera”, “culturas de frontera”, etc., abusos retórico digo, que termina diluyendo la especificidad de los supuestos “encuentros de grupos hu- manos” al silenciar o desviar la atención de las declaraciones de guerra de conquis- ta, sometimiento y hasta aniquilación de los conquistadores occidentales hacia los pueblos y comunidades indígenas. 1 David J. Weber, La Frontera norte de México, 1821-1846, trad, Agustín Bárcena, México, FCE, 1988.

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=