Número 27
20 Los occidentales (españoles, ingleses y franceses, etc.,) tenían la convicción fa- nático religiosa de la supuesta necesidad divina y humana de “incorporar al modelo occidental”, a los seres humanos que según ellos suponían aislados de los “grandes procesos de las relaciones internacionales” y de las “corrientes universales” que ellos representaban. 2 Donde su accionar militar y guerrero no era prerrogativa exclusiva de ellos, sino que era una actitud muy hu- mana, esparcida entre todos los pueblos del mundo, inclusive a los que se estaba conquistando y cuya diferencia estaba en el mayor o menor grado de beligerancia y crueldad y, por lo cual, las “relaciones hu- manas” de contacto se dan en condiciones de igualdad y semejanza en cuanto a ac- titud, pero diferenciados por sus prácticas concretas donde se descubre lo civilizado de los conquistadores y lo bárbaro y salva- je de los conquistados. Así con esa operación de homoge- nización del género humano a su aserto pre-hobsiano: del hombre violento por naturaleza y por la misma causa guerrero hasta la medula, las guerra de conquista y los consecuentes procesos de resistencia de los pueblos originarios, quedan como historia anecdótica, donde lo que menos termina importando son las historias de la aniquilación de los pueblos y comunidades que se resistían a ser sometidos a otras vi- siones y otras actividades humanas. Esta observación es la que me lleva a plantear la necesidad de discutir el sustan- tivo frontera, como un término que hasta hace poco resultaba muy cómodo y sin- tético para la historiografía de los nortes novohispanos 3 , pero que al mismo tiempo diluía, lo complejo y diverso, no sólo de los espacios a los que se les atribuía, sino tam- bién el ocultamiento primario de la guerra 2 Cartas de Relación de Hernán Cortés, edición conmemo- rativa V centenario del descubrimiento de América, Institvto Gallach, Barcelona, España, 1992 3 Utilizo el término nortes novohispanos porque mi periodo de reflexión esta inserto en la época colonial española. Para el periodo prehispánico la determinación del área que ahora nos ocupa, tiene problemas conceptuales graves ya que no contamos con referentes claros que nos ayuden a salvar los caprichos de designaciones modernas que más ayudan a con- fundir que a intentar entender y explicar ese mundo que que- do literalmente cortado aunque no anulado en sus historias. de conquista, despojo y aniquilación a la que sometieron los españoles, ingleses y franceses a los pueblos y comunidades ori- ginarias de cualquier porción territorial de lo que se comenzó a llamar América. Por ello mismo es que la discusión debe comenzar descubriendo las premisas onto- lógicas mayores que se establecieron desde que se inició la conquista de este inmenso y brutalmente desconocido, para los acci- dentales, continentes y pueblos origina- rios, que hoy llamamos América. Premisas de cualquier conquista . Ante la conquista de los pueblos y comu- nidades de las Antillas y las costas meri- dionales del desconocido continente al que después se le llamaría América, Juan López de Palacios Rubio señalo categóricamente: “la sola presunción de su mal actuar [de los nativos a los que desde esos momentos se les considero infieles] debe prevenir a los cristianos para aherrojarlos de sus bienes y posesiones.” 4 Hernán Cortes en los primeros párra- fos de su Segunda Carta de Relación le es- cribía al rey “Que me rogaban [los nativos de Zempoala] que los defendiese de aquel gran señor que los tenía por fuerza y ti- ranía, y que les tomaba sus hijos para los matar y sacrificar a sus ídolos. Y me dije- ron otras muchas quejas de él, y en esto han estado y están muy ciertos y leales en el servicio de vuestra alteza y creo lo esta- rán siempre por ser libres de la tiranía de aquél…” (Segunda Carta de Relación) De aquella primera descripción violen- ta y de guerra entre los pueblos y comu- nidades originarias se derivó el supuesto mandato divino que asumió el rey de pa- cificar a esos habitantes, como se puede apreciar en narrativas como las siguientes: “Reprimiendo y refrenando el ímpetu y bestial y bárbara fiereza de los sobre di- chos” {indios}. Conquista de la Nuevo Méxi- co, pág. 294 4 Juan López de Palacios Rubios, De las islas del mar océano; y del dominio de los reyes de España sobre los indios, por fray Matías de Paz, introducción de Silvio Zavala, traducción , notas y bibliografía de Agustín Millares Carlo, México, F.C. E. 1954, (cfr. 56-57)
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