Número 27

22 Porque dichas apreciaciones las hemos dejado intocadas y dadas por muy buenas y valederas, sin la más mínima noción de crítica, porque nuestra asepsia humanista nos lleva a no entender nada y terminar justificando la visión de los vencedores al confundir todo bajo las premisas de por ejemplo que “la ira, la venganza y la avi- dez de sangre se desataron a menudo en aquella situación y que no creo se puedan encontrar palabras capaces de justificar su ejercicio indiscriminado.” Cuauhtémoc Velasco, 2013, pág 18. Es claro que no se trata de justificar nada, de lo que se trataría en todo caso es de dar cuenta de la guerra de conquis- ta, sometimiento y aniquilación en que se empeñaron los occidentales contra los pueblos y comunidades de este continen- te y de sus diversas maneras de resistir y oponerse a esa guerra no buscada ni de- seada por ellos. Lo peor es que la parte más negativa se carga sobre los pueblos o comunidades au- tóctonas, porque los conquistadores y co- lonizadores describieron sus sufrimientos, sus penurias, sus maltratos su labor incan- sable de civilizar… Mientras que del otro lado no hay fuentes y en el mayor de los casos sólo hay sobrevivientes que siguen siendo tratados como objetos a conquistar y colonizar. No hay exageración en lo dicho, en es- tos mismos momentos podemos revisar la prensa para ver en la situación en que tie- nen los gobiernos federal, estatales, muni- cipales, capitalista de todo tipo nacionales y trasnacionales a los Mayos, Yaquis, Se- ries, Rarámuris , Tohono O´Otham, Ñañúz, Otomíes, Zoques, Mames, Triquis, Pimas, Mazahuas, Nahuas de Guerrero o de Oaxa- ca, Pames, Purépechas, Wirrárika, Tojola- bales, Tzeltales, Tzotziles, Mames, Totona- cos etc., Así pues, y ante esta realidad, qué pertinente es tratar de nuevo los prolegó- menos de la conquista y los colonialismos en los territorios norteños y la diversidad de pueblos que los poblaban, dominaban y aprovechaban, aun antes de que siquiera los imaginaran los occidentales. En algunos casos las resistencias se manifiestan con armas en las manos para defender lo propio, sin que hasta ahora sepamos que las hayan utilizado para ata- car al invasor o enemigo encarnados en las instituciones del Estado y de la indus- tria o el comercio nacional o trasnacional. En otros casos se organizan de muy diver- sas maneras para intentar detener las em- bestidas. Los muertos son de ellos, sin que hasta ahora sepamos que haya habido del otro lado, esto es: finqueros, gobiernos, industriales, narcotraficantes, mineros o banqueros. Hay pues diversidad de resistencias para defender lo propio, frente a una em- bestida común aunque múltiple por los in- tereses y recursos que los mueven y persi- guen, para arrebatarles tierras y territorios y sujetarlos a un orden totalmente distinto al que poseen. Las estrategias de los conquistadores de ayer y de hoy, pasa necesariamente por su pretensión de borrarles sus señas de iden- tidad y su desarraigo a sus tierras y terri- torios, así como de sus usos y costumbres, lo cual pretendían lograrlo con las deno- minadas “congregaciones de indios” –en el norte con la denominada mancuerna pre- sido misión de la historia novohispana— y hoy con las “nuevas ciudades rurales”. A esos intentos de aniquilación de los mundos indígenas de ayer y hoy deben sumársele en nuestros días las campañas más atroces para el despojo de tierras y territorios por el supuesto narco o parami- litares, dueños de mineras, industrias eóli- cas, explotación del agua etc., que preten- den apoderarse de sus tierras, territorios y consecuentemente con todos sus recursos naturales llegando incluso al aire, el agua, para la construcción de acueductos o de los llamados parques eólicos, etc. Ciertamente no existe una acción con- certada entre todos los pueblos y comu- nidades para enfrentar las nuevas embes- tidas de despojo, pese a los esfuerzos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y el Congreso Nacional Indígena por uni- ficar las luchas y enfrentarlas en conjunto.

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