Número 27

23 Es claro que muchos pueblos y comu- nidades saben, tienen conocimiento y aún apoyan las luchas de otros, pero no ha habido posibilidad de lo que podríamos llamar “una lucha unitaria” o “política unitaria” como la entendemos nosotros los occidentales, un mando único, una po- lítica de acción consensuada entre la di- versidad de pueblos y comunidades, una negociación determinada y dirigida por los “representantes” de ellas, esto es un gobierno o representación única que les permita en términos de igualdad enfren- tar a los intereses externos que pretenden despojarlos de sus tierras, territorios, re- cursos naturales y sociales. Hoy como hace 500, 400, 300, 200, cien y aún en nuestros días eso no existe y los intentos de los Zapatistas y el Congreso Nacional Indígena, no han ido por esa vía de aglutinar, de subsumir a los diversos en una sola unidad política mayor abstracta que termine formando “Estados nación” como hoy los conocemos. Eso es, lo que justamente no encon- traron los españoles en estas tierras y territorios y entre los pueblos y comuni- dades. Y de ello se “dolían” los españoles o mejor dicho les servía para calificar a estos mundos sociales como bárbaros y primitivos, por carecer de lo que ellos su- ponían una organización política superior como lo era en su momento la monarquía, esto es, una sociedad estratificada que se conducía por la voluntad de un grupo di- rigente político-militar y religioso, tal y cual era su mundo 5 . Lo encontrado en Temistitan, Tenuxti- tan o Tenochtitlan era lo que ellos supusie- ron como lo más cercano al orden que ellos vivían. Una Monarquía que regía en un in- menso territorio y entre muy diversas co- munidades y pueblos de lo que hoy sería el centro sur de aquella fabulosa ciudad. La evidencia de tal circunstancia está 5 Esto no es ninguna exageración véase lo que señalaba Juan López de Palacios Rubios, en su tratadillo de las Islas del mar Océano, “la naturaleza creo iguales a todos los hombres, más que la justa aunque oculta distribución divina antepuso unos a otros en razón de sus méritos” (pag 28) y así existen hombres para servir y otros para mandar y la perfección se encuentra cuando se establecen reinos dirigidos y bendecidos por Dios véase pág. 73 y subsecuentes de la obra referida. dada por las narrativas de los españoles y luego por los materiales que ellos manda- ron elaborar para ratificar aquellas exis- tencias a través de las nóminas de tribu- tos, pictogramas genealógico y “mapas de supuestas o imaginarias jurisdicciones”, de “señoríos”, etc., que a más de ratificar “pasados” servían para asentar derechos de los nuevos conquistadores y sus aliados y allegados “indígenas” y con lo cual supo- nían tenían garantizado el derecho a do- minar la cabeza y todos sus ramales de esa llamada monarquía o imperio indiano que partía de la ciudad de Temistitan y luego de la ciudad de México. Así que la existencia de esa monarquía indiana tiene por lo menos la presunción de una conveniencia a los intereses de los conquistadores, delimitaba pueblos y co- munidades, así como tierras y territorios para quedar bajo control de las nuevas cir- cunstancias de conquista y ocupación, que por la “sumisión” mostrada por el monarca indígena al rey de Castilla, implicaba ne- cesariamente que todos sus súbditos que- dasen sometidos y con lo cual se evitaban el solicitar a cada comunidad y pueblo que hicieran la presentación de aquel vasallaje. Economía de acción. Sea lo que fuera de ello, aquel reino o monarquía suponía en la lógica del con- quistador, una delimitación humana y territorial específica, que existiendo o no, la hicieron valer en el presente colonial y en el pasado prehispánico, con las narra- tivas que llevaron a cabo frailes, criollos y mestizos, donde pretendían hacer valer sus intereses, asentados en un pasado mi- tológico. En todo ello no hay más que es- tados de fe que no de ciencia y todo ello se complica más por el estado de la arqueo- logía que siempre interpreta a partir de las narrativas coloniales y el pensamiento colonizado. Pero decíamos que fuera de aquel “im- perio” había muchísimos más pueblos y comunidades que de una u otra manera poseían, utilizados y aprovechados esos inmensos y variados territorios por medio de sus rancherías estacionales o móviles

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