Número 27
24 para llevar a cabo la caza, recolección o agricultura. Tanto al norte como al sur de la ciudad de México, que quedó instituida formal- mente dentro del orden colonial en 1531 como capital del virreinato, casi no dejó de haber pueblos y comunidades que no se resistiesen a la imposición del orden colonial que pretendían imponer los es- pañoles. Su irreductibilidad a los modos de vida que les querían imponer los con- quistadores, los hizo ser insoportables para estos últimos. La unidad buscada por los conquistadores para trazar una línea de control y dominación absoluta, se es- trellaba con la fragmentación que parecía infinita y que hacía casi imposible la per- manente sujeción, no sólo de las comuni- dades y pueblos, sino también sobre las propias tierras y territorios de aquellos extensos y diversos territorios, que en muchos casos, poseían los tan ansiados metales precios que ellos perseguían con sed insaciable y locura desmedida. Por aquí y por allá, independiente- mente de las áreas más o menos bien co- lonizadas, controladas y negociadas con pueblos y comunidades a través de las Repúblicas de Indios, sobre todo estamos pensando en lo que hoy sería el centro de la república lo que incluiría el denomi- nado bajío, Michoacán, partes de lo que hoy serían Querétaro, San Luís Potosí y Zacatecas y entre más al norte se dirige la mirada del investigador, veríamos surgir enclaves coloniales a lo largo del denomi- nado comino de tierra adentro y, algunos ramales, al occidente y oriente del mis- mo, sin que ello llegara a ser una unidad geopolítica controlada y dominada por los conquistadores. Una revisión crítica de las guerras de conquista y dominación sobre los pueblos originarios de dichas regiones nos mostraría que los conquis- tadores no lograron un control absoluto de ese inmenso y variado territorio y mu- cho menos de los pueblos y comunidades que los poblaban y dominaban, no fueron sujetos al orden colonial pese a todos los intentos que se hicieron durante los dos siglos y medio de dominación española y luego de la república mexicana. Lo antes dicho me obliga a señalar que al tratar el tema de los nortes tendríamos que tener por lo menos dos consideracio- nes formales de frontera. Una que aplica- ban las coronas europeas para reconocer entre ellas, los territorios que decían esta- ban bajo su potestad y jurisdicción, y en esa media exigían a las otras que respe- tasen sus demarcaciones independiente- mente de lo que sucediese al interior de las mismas. Y por otra parte al interior de los terri- torios coloniales podemos reconocer, por muchas evidencias, que no llegaron a ser unidades geopolíticas más o menos bien estructuradas y controladas, que dentro ese espacio colonial había infinidad de in- mensos huecos que se sustraían al orden colonial, dada la resistencia de los pueblos y comunidades a ser subsumidos en la con- quista y dominación que pretendían tanto españoles como franceses o ingleses. Esa circunstancia debía ser suficien- te para reconocer las fronteras internas con esos pueblos y comunidades, pero ello no fue algo que pudiera ser acepta- do por los conquistadores porque para ellos toda la tierra ya tenía dueño, ellos los conquistadores y sus pobladores cas- tellanizados. Los pueblos y comunidades que llevaban milenios viviéndolas y apro- vechándolas no se les reconocía ningún derecho a sus tierras y territorios, salvo que se sujetasen al orden colonial. Si no era así, la única posibilidad de existencia era la de permanente guerra que provoca- ría su conquista y dominación de tierras, territorios, recursos naturales y el arrasa- miento de pueblos y comunidades que se opusiesen no sólo a sus ocupaciones, sino en el supuesto camino hacia los bordes más norteños de la delimitación recono- cida por otras monarquías. Esa última acción colonial de ir sem- brando poblados-presidios-misiones ha- cia los bordes fronterizos que reconocían otras monarquías y que se veían de una u otra manera favorecidos por la existencia
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