Número 27
25 de yacimientos argentíferos que propicia- ba núcleos de colonización, aunque que- dasen a cientos de kilómetros de aquellas imaginarias de lo que podría reconocerse ya entonces como “líneas internaciona- les”, ha provocado que muchos estudiosos traten toda esa inmensa área como tierras de frontera, visión que se refuerza con la visión idílica de los presidios-misiones, que se quieren presentar además de cen- tros civilizatorios como los que marcan y demuestran el dominio militar absoluto español o novohispano de aquellos in- mensos territorios. Así es visión del presidio misión no deja de ser por una parte una simple ale- goría del supuesto poder español en sus extensos territorios coloniales y por otra parte, un ocultamiento de las realidades; porque en sentido estricto ni la corona de España ni las autoridades virreinales llegaron a controlar y subordinar a los pueblos y comunidades que poblaban y dominaban aquellos vastos territorios. Y si ello fue cierto también lo fue que nunca reconocieron ese hecho como tam- poco el que pudiera haber fronteras in- ternas dentro de sus territorios colonia- les, como tampoco luego lo reconocería la naciente nación mexicana, pero para ocultar esas realidades se prefirió tratar lo ocurrido en aquellos territorios como si fueran fronterizos, aunque que como tales se les asigna una condición muy sui géneris, ya que no se reconocen a los pueblos y comunidades que poblaban y dominaban aquellos territorios con dere- chos sobre sus tierras y territorios, por lo que se termina reduciendo todo al per- manente estado de guerra de bandas sal- vajes que se niegan a ser reducidos a una vida sedentaria, productiva y dentro de los cánones cristianos. A esos enfrentamientos es a lo que se reduce la vida de frontera que se extien- de a casi todos los actuales estados nor- teños de la República mexicana sin notar, según mi punto de vista que ranchos, haciendas, poblados, reales mineros, pre- sidios y misiones que se dirigían a los bordes imaginarios de la Nueva España, no fueron más que enclaves coloniales con una delimitación muy singular a par- tir del Camino Real de Tierra Adentro y algunos que otros ramales a occidente y oriente, dadas las mismas presencias de metales preciosos. Así pues y en contraposición a lo que considero ha sido un abuso al señalar a los nortes como un permanente estado fronterizo, sugiero que observemos mejor las realidades que se establecieron a par- tir de una categoría analítica como sería la de enclave colonial, porque ella misma nos abre la posibilidad de reconocer por una parte el estado de guerra permanente que iniciaron los conquistadores al trasto- car usos y costumbres milenarias de uso y ocupación de las tierras y territorios, por otra parte el no dominio y control de co- munidades, pueblos, tierras y territorios y, por último, la actitud colonialista de negar la presencia y valía de los pueblos y comunidades que detentaban, utiliza- ban y se aprovechaban de esos inmensos territorios; y que, por lo tanto, debieron merecer respeto, tal y cual hoy lo merecen sus legítimos herederos y descendientes. Extraña en la bibliografía de las regio- nes de los nortes, no se traten temas como las resistencias a la conquista española en una diversidad de posibilidades, sino que, en lugar de ello, se privilegie lo que se ha supuesto como definitorio de esos pue- blos y comunidades en su estado “natural de barbarie”, esto es la violencia-guerra frente no solo a los españoles, sino tam- bién contra todos los otros pueblos y co- munidades existentes en la región. Bajo esa concepción, a la que se le añade el que se clasifica a la mayoría de los pueblos y comunidades como simples nómadas, se pierde toda posibilidad de entendimiento por, justamente, su “erra- bundez” y con lo cual se hace prevalente la concepción mayor e imperial del estado salvaje y bruta de aquellos pueblos y co- munidades a lo que a los sumo se trataría de evangelizar, charada para implantar los enclaves coloniales cuyas motivacio-
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