Número 32

37 en Brasil es diferente pues la artista gráfica (Lúcia Rosa) que la crea, incluye desde su inicio, a la gente que vive en la calle, no sólo como recolectores del cartón sino como au- tores, con la idea de brindarles otras alter- nativas; Yiyi Jambo es “un caso aparte“: un inquieto escritor de la triple frontera (Para - guay, Argentina, Brasil), Douglas Diegues, se lanza a la edición para difundir el Portun- hol selvagem (mezcla de portugués, español y guaraní). Hasta ahora, hasta aquí, sólo editoriales cartoneras en el cono sur, todas surgidas entre 2003 y 2008, de las cuales se puede saber más en el libro editado por la Universidad de Wisconsin (USA) en 2009, con motivo del primer congreso cartonero que nos reuniría en ese entonces, a las ocho primeras cartoneras del mundo y, en parti- cular de este siglo XXI. 2,3,4 En nuestro caso, el proyecto La Carto- nera , surge en mayo del 2007, cuando un amigo periodista y editor (Raúl Silva) viajó a Argentina y Perú y, en este último país, al entrar en contacto con otras editoriales, conoció el proyecto de Sarita Cartonera de boca de Milagros Saldarriaga y de Tania Silva, quienes le hicieron la pregunta cla- ve: “¿Por qué no hacen una cartonera en México?”. Raúl regresó a Cuernavaca con ejemplares peruanos, algunos de cuyos títulos habían sido anteriormente publica- dos en Argentina (entre ellos, títulos como Underwood portátil de Mario Bellatin, que editamos en México en 2013). Nos reuni - mos un grupo heterogéneo de gente vin- culada con el arte y la cultura en la ciudad para conocer, desde sus libros el proyecto peruano y, nos contestamos la pregunta con un: “¿Por qué no?”. Hasta donde recordamos, uno de los primeros temas por resolver fue el del 2 Bilbija K., P. Celis, Eds. 2009. Akademia Cartonera: A Primer of Latin American Cartonera Publishers. Parallel Press. Univer- sity of Wisconsin-Madison Libraries, USA. 3 Decimos de este siglo XXI, porque hay autores que consi- deran que los antecedentes de las cartoneras están en edicio- nes como las hechas en los años setenta por Elena Jordana, escritora argentina que publicó poesía en Ediciones El Men- drugo, en México. Sin embargo, no recordamos que alguno de los editores cartoneros que nos reunimos en 2009, tengamos como referencia o inspiración de nuestro trabajo a esas edi- ciones. 4 Bilbija KI. 2010. Borrón y cuento nuevo: las editoriales car- toneras latinoamericanas. Nueva Sociedad 230:95-114. Dispo- nible en www.nuso.org/upload/articulos/3744_1.pdf (consul- tada el 1o de agosto del 2014). nombre que llevaría el proyecto. Los otros proyectos de los cuales teníamos referen - cia llevaban nombres femeninos: Eloísa , Sarita , Animita , Dulcinea , incluso Yerba- mala ( Yiyi jambo no estaba incluida en nuestra reflexión, pues ésta se dio a co - nocer en 2008). Decidimos llamarnos La Cartonera , así sin más, en una especie de homenaje al habla usual de los mexicanos, que solemos anteponer al oficio un artícu - lo o un diminutivo. Lo segundo fue definir que publicaríamos; en principio la idea fue a autores que hubieran nacido, vivido y/o escrito sobre nuestra región (Morelos). Es así como surgió el primer título: un can- cionero de un cantautor de Morelos, amigo nuestro y copartícipe de esa primera re- unión: Kristos Lezama. Ya irían llegando, con toda seguridad, los siguientes títulos. Adicionalmente, nació la idea de dar un giro diferente a la manera de hacer los li - bros, es decir conservar el espíritu de usar cartón para hacer las portadas pero, apro- vechar el gran número de artistas visuales con quienes tenemos contacto en Cuerna- vaca, de tal forma que éstas se distinguie - ran por su propuesta gráfica, que contras - tara con lo que hasta entonces se hacía en el cono sur: portadas sencillas donde, con esténcil se escribía el título del libro y posiblemente, se adicionaba un elemento gráfico de manera simple (puntos de colo - res, un marco de color al título, poco más). También se decidió que la encuadernación podría ser un poco más compleja que sólo doblar las hojas y engrapar o coser directa- mente al cartón sino que, podríamos “apro- vechar la experiencia propia” (fruto de la enseñanza paterna) para el encuadernado de libros, incluso de “muchas páginas” (los libros cartoneros que conocíamos hasta entonces, no tenían más de 48 páginas, tamaño media carta o su equivalente) y realizar una variante de la encuadernación japonesa, lo que permitiría ser más versátil en el tamaño de los textos e incluso, asegu - rar, una mayor permanencia de los libros. El primer libro estaba decidido y el pri- mer artista que intervendría las portadas, en consenso con el autor del texto, sería

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