Número 37
47 «Nuestra generación no tuvo maestros, porque los vio a todos claudicar». El posicionamiento político neocon- servador de la mayoría de los intelectua- les novecentistas quedó en entredicho para la joven intelectualidad mesocrática que apostaba a favor de la reforma y/o la revolución social. La primera posguerra mundial, hizo más visible la crisis de la cultura oligárquica y del torremarfilismo intelectual. A la pérdida de legitimidad del positivismo cientificista y del modernismo literario, le sucedió un clima de búsqueda de un nuevo paradigma, así como de de- bate sobre el compromiso social y político del intelectual. Cada trayectoria individual de los inte- lectuales emergentes, dejó la huella de su momento de ruptura. Sánchez fue enfático al evocar: «En 1925 quemé definitivamente los ídolos de mi 1914.» [1973:9] El texto en sí no da más luces sobre su viraje ideoló- gico por «nuevos senderos». El movimien- to reformista en la universidad peruana se inició en 1919 liderado por Haya de la Torre. Contados fueron los «profesores de idealismo», los «devotos del ideal», que brindaron algún tipo de solidaridad con los jóvenes reformistas. La mayoría recla- mó «jerarquía intransigente e inmutable» [Sánchez, 1973: 115] Más allá de la críptica evocación del autor, tenemos la certeza sobre el impac- to vital de cuatro acontecimientos de 1925 que le dejaron huella indeleble: el prime- ro, con la publicación de su libro de viaje por las repúblicas bolivarianas llevándolo a una configurar una lectura y preocupa - ción supranacional; el segundo, su estre- no como colaborador activo de la revista Mundial con una serie de artículos sobre la obra de Rodó; el tercero, su afiliación al «mundo nuevo» de la masonería, con- virtiéndolo según sus memorias, en «más humano y bastante ritualista» [Sánchez, 1987:204]. El cuarto, el asesinato de Edwin Elmore – joven escritor vanguardista- a manos del poeta José Santos Chocano, que profesaba en esa coyuntura su adhesión a las dictaduras fuertes. A pesar de lo dicho, 1925 operó como un distractor considerando que 1930 marcó la fervorosa filia del autor por el APRA, «síntesis de valores humanos y sociales» a contramano del viraje de la «promoción del novecientos», que ma- nifestó repentina y tenaz sed de man- do, ansia de poder y de goce” [Sánchez, 1973:16]. Los años treinta escalaron la confrontación entre los intelectuales re- formistas adheridos al aprismo y los no- vocentistas beneficiarios y defensores de las dictaduras de Sánchez Cerro (1931- 1932) y de Benavides (1933-1939). Un sector de la intelectualidad novo- centista había asumido el discurso auto- ritario y Sánchez, aproxima con razón sus obras. Una familia de eufemismos delinea la exaltación dictatorial: «pas- tor del rebaño» (Pedro Emilio Coll), el «hombre providencial» (Manuel Domín - guez), El «oligarquismo» De Torres, el «gendarme necesario» (Francisco García Calderón), el «Cesarismo democrático» (Laureano Vallenilla), la plutocracia co - lonialesca de Riva Agüero , etc. (Sán - chez, 1973: 87, 100-105). Reflexión final Cada proceso parricida, sea en el campo intelectual o político merece un debate mayor, quizás un estudio comparativo. La doble identidad de Luis Alberto Sánchez, como intelectual y como cuadro dirigente del aprismo nos obliga a plantear algunas sugerencias. Pensamos por ejemplo, que Balance y liquidación del novecientos es para el campo intelectual lo que El Antiim- perialismo y el Apra (1936) de Haya de la Torre lo fue para el campo político. Y entre uno y otro espacio de fronteras porosas, de ideas y actores compartidos, recomenda- mos seguir la ruta de la intertextualidad convergente u oponente por ser potencial- mente útil y fecunda. En lo general, la obra de Sánchez nos muestra más allá del caso particular que narra, que la fractura y la mediación son inseparables en el análisis de los relevos intelectuales propios a los nuevos periodos
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