Número 37
49 ¿ Culpa de Quién? E sta es la historia de una tragedia evitable. De una de tantas que día con día suceden a los excluidos, tragedias, las más de las veces, condena- das al olvido. El primero de enero no me sentía ple- namente cómodo saliendo de la comuni- dad, pero vaya que necesitaba un descan- so, a un mes de terminar mi servicio social como médico. Acababa de pasar una racha de partos, todos habían salido bien. La mayoría de ellos habían sido en el hos- pital, algunos en casa, uno en el que me mandaron llamar porque estaba tardando y atendí en casa, junto con doña Evarista, una de las parteras del pueblo. En el cen- so de embarazadas, que meticulosamente debíamos mantener al corriente con el es- tado de salud de todas las embarazadas de la comunidad, sólo teníamos dos “cerca de salir”. Así que, con ese cierto nervio que sentía por salir de la comunidad, decidí ausentarme los tres días que tenía asigna- dos como festivos, incluyendo el dos de enero que me habían dado a cambio del día de navidad. Igual hizo mi compañero, que se encontraba en la misma situación pues, por absurdo que parezca, los días festivos no se pueden reponer. Como bien se nos había advertido por parte de la supervisión médica de la cual dependíamos, tomamos precauciones, es- pecialmente con las embarazadas. A estas alturas, quizá el lector no médico se empe- zará a preguntar ¿Por qué la obsesión con las embarazadas? ¿Por qué un censo? ¿Por qué esa forma insistente de nombrarlas de acuerdo a esa condición nuevemesinamen- te transitoria? ¿Por qué, inclusive, todo un lenguaje construido en torno a ellas? Pero quien ha trabajado en el sector salud u ob- Julio Pisanty ASFM-INAH servado de cerca sus dinámicas, sabe que no hay palabras que pongan a temblar más a los administrativos, que haga rodar cabe- zas, como las de “muerte materna”. Se dice así, “una muerte materna”. Nun- ca “murió una mujer durante el parto”, “fa- lleció una muchacha que acababa de tener a su bebé”, mucho menos “quedaron huér- fanos tres niños” o “murió de injusticia otra mujer”. A veces, eso sí, se precisa: “era una preeclampsia severa”, “me llegó una he- morragia obstétrica”, “venía pélvico”. Pero siempre se dice “muerte materna”. No es que los términos técnicos como éste sean innecesarios, pero siempre corren el riesgo de ocultar la dolorosa realidad humana de- trás de su pretendida neutralidad. La muerte materna, al menos formal- mente, constituye una prioridad para el sector salud, y lo es sinceramente para muchos de sus integrantes. Porque resulta que, entre los “Objetivos del Milenio” esta - blecidos por la ONU, uno de los principales que distan, por mucho, de ser cumplidos en nuestro país, es precisamente la reduc- ción de la mortalidad materna. Entonces resulta que la estrategia im- plementada por el gobierno mexicano para asumir ese compromiso o, desde una pers- pectiva más cruda, para “salvar pellejo”, se basa casi exclusivamente en acciones que deben ser implementadas por los traba- jadores del sector salud. Como si el pro- blema fuera sólo la falta de médicos, o su bajo desempeño. Como si la disponibilidad y calidad de vías de comunicación y me- dios de transporte no tuviera nada que ver. Como si la misma estructura de los servi- cios asistenciales no tuviera nada que ver. Como si la falta de buenas condiciones de alimentación e higiene – y las condiciones
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