Número 42
38 meaba la bandera del Vaticano. Era el día de San Pedro y San Pablo, día del Papa, 29 de junio. Dijeron: esa no es la iglesia de Cristo . Me invitaron a almor- zar y partimos. Bajamos en la esquina de los jirones Camaná con Moquegua, en la parroquia en donde vive Gustavo Gutiérrez. Nos dirigimos al costado de la iglesia en el Jr. Moquegua a un restaurante. Yo me excusé y los dejé conversando. Ahora, ¿cómo organizar la confe - rencia en tan corto tiempo? ¿Quién la auspiciaría? Aunque había egresado de San Marcos, mantenía vínculos con los estudiantes de la Escuela de Sociología y con los del Frente de Estudiantes Re- volucionario (FER) de la Facultad de Le - tras. Me acordé de dos amigos y brillan- tes alumnos de sociología: Luis Rocca, presidente del Centro de estudiantes de sociología y Narda Henríquez, secreta - ria de cultura. Ellos se movilizaron y el Centro de Estudiantes de Sociología auspició la conferencia de Camilo. Un simple pizarrón en el portón de la casona, frente al Parque Universita - rio, anunciando la conferencia, fue sufi - ciente para colmar las instalaciones del Salón General. Había una gran expecta - tiva. Para muchos era un desconocido, un misterio. No les cabía en su pensa - miento que un sacerdote fuese un revo - lucionario; tal como lo han sido algunos sacerdotes en la Historia… Fui al encuentro de Camilo al salón dorado del Palacio de Gobierno. Esta - ban en plena ceremonia. Apenas me vio, me dijo: menos mal que has venido temprano para sacarme de este lugar que no es de mi agrado . Fuimos a pie hasta la Casona de San Marcos. En el trayecto fui observando a Ca - milo. Vestía terno negro. Lo recuerdo de pelo negro ondulado, tendría 1.80 m. de estatura; la cabeza y los hombros equilibrados con las caderas; la cabeza erguida y la barbilla recogida; pero con cierta prominencia. El abdomen plano, y las curvas de la columna normales. La línea de gravedad de su cuerpo corres- ponde a la de su origen de clase. Al entrar Camilo hubo un silencio expectante que presagiaba un enfrenta - miento. Habían concurrido estudiantes del FER, con el prejuicio consabido hacia los sacerdotes, un buen número de muje- res y tres sacerdotes norteamericanos de la orden Maryknoll, no sé cómo habían sido informados. Narda, con el aplomo que la caracteriza, presentó a Camilo. Camilo reunía todas las condiciones de un orador. Llegaba a la razón y al co - razón de sus oyentes. Explicó el origen de la pobreza apelando a los estudios de Carlos Marx y expuso los caminos para
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