Número 43

40 soamérica debió estar poblada por socieda- des con una estructura tribal (Bate 1984). Las sociedades tribales se distinguieron por tener una propiedad colectiva sobre la fuerza de trabajo y sobre los medios de producción (instrumentos y objetos de tra- bajo). Para ejercer una propiedad efectiva sobre los objetos de trabajo, constituidos principalmente por los recursos naturales, estos grupos requirieron tanto de un cre- cimiento demográfico sostenido como de una organización estratégica para defen- derse (Bate 1998; Sarmiento 1992, 1993). En las sociedades clasistas iniciales − modo de producción que creemos surgió, se expandió y consolidó en Mesoamérica durante el Formativo− las clases explota - doras se habrían apropiado de la fuerza de trabajo de la clase explotada (mediante la imposición de tributo en forma de pro- ductos o de trabajo vivo) y habrían tenido propiedad de una parte de los instrumen- tos de trabajo (el conocimiento especiali- zado). Los miembros de la clase explotada habrían sido copropietarios de los objetos de trabajo y de los instrumentos de trabajo dedicados a la producción agro-artesanal (Bate 1984, 2002). En esta posición teórica se considera que el motor del cambio y desarrollo se encuentra al interior del sistema social y no en aspectos externos, aunque tenga distintos niveles de interacción con estos. Por esta razón partimos de la idea de que fue en el interior de las propias comuni- dades tribales en donde se generaron las condiciones que posibilitaron su cambio cualitativo hacia los sistemas clasistas. Sin embargo, en la tradición materialista-his- tórica se reconoce también un principio de conservación de la esencia social en el que las instituciones conservan la cohe- rencia productiva del grupo (Sahlins 1988), por lo que asumimos que una sociedad sin clases sociales se habría resistido no sólo a incorporarse a un sistema clasista, sino a transformarse ella misma a una sociedad dividida de esta manera. Es por esto que consideramos relevante cuestionarnos el porqué de la diversificación de los centros de poder del Formativo tras el surgimien- to de las primeras sociedades divididas en clases, más allá de la incorporación de determinadas comunidades a los distintos centros de poder. Identidad, lo propio y lo otro El mantenimiento y perpetuación de cual- quier tipo de sistema social requiere de su reproducción en el nivel de la superes- tructura. La identidad, como fenómeno de la superestructura, es “una construcción colectiva generada [y concretada] en los procesos sociales” (Good y Corona 2011: 23). El contenido esencial inmediato de la identidad se encuentra en la dimensión de la cultura (la cual es conjunto singular de formas fenoménicas) y no en el sistema de relaciones esenciales (Bate 1998). Por esto, es la existencia singular del grupo la que condiciona y define sus propios lími - tes, los cuales son observables dentro de su sistema de reproducción cultural espe- cífico (Barth 1976). En la singularidad histórica y cultural de cada grupo se concreta el sistema ge- neral de relaciones sociales. Así, la propie- dad colectiva de las comunidades tribales encontró sus límites en la singularidad de éstas, enmarcadas cada una en su propio espacio y tiempo. Sus límites estuvieron dentro de las relaciones que permitieron la reproducción de los grupos como uni- dades culturales diferenciadas, es decir, de la reproducción de lo que cada comunidad reconoció como propio (lo cual no excluye que hayan existido aspectos generales en- tre distintas comunidades). Por otro lado se encuentra la relación de alteridad, la cual, cuando se observa desde la hegemonía en un ejercicio que busca legitimar la dominación, conci- be lo propio como el deber ser y al otro como diferente (González 2013). El an - tecedente histórico de esta perspectiva de alteridad –que habría condicionado la respuesta de las comunidades tribales a la expansión clasista– estuvo en el reco - nocimiento del otro como aquél que se encuentra fuera de la reproducción del

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