Número 56
10 Vista de la escultura. Fotografía: Pavel Leiva Nótese el realismo de la escultura. Fotografía: Pa- vel Leiva. Cuando realizaba prácticas de campo, en la ca- rrera de Antropología Social en la Universidad Na- cional del Centro del Perú, (UNCP), tuve la oportu- nidad de escuchar un relato de Ramiro Damián 6 de la localidad Asháninca de Uyariqui, en Pichanaki: Antes, existían brujos que tenían pactos con el de- monio, y se dedicaban a hacer el mal, con el objeti- vo de tener poder. Estos brujos se alimentaban de carne humana y se bebían la sangre, son personas solitarias y viven en la selva adentro. Estos per- sonajes se transformaban en runapumas 7 negros cuando tenían hambre, y para ello invocaban a las fuerzas de la selva mediante cantos y bailes, hasta convertirse en otorongos negros hambrientos, y no tenían miedo a nada porque estaban protegi- dos por los dioses malos del monte. Atacaban en las noches a las personas que andaban borrachos o perdidos… por eso no se debe llegar tarde a casa. En esa misma conversación, Damián señaló que estos jaguares eran el puente comunicante entre el hombre y la naturaleza. 6 Compañero de estudios de la UNCP, en aquel entonces era conocido en las comunidades originarias de Pichanaki. 7 Palabra quechua o runasimi que significa puma negro. Si de esa narrativa excluimos la connotación de maldad y demonios de posible origen euro- peo, se puede considerar como un mito que nor- ma y regula el comportamiento de las personas en determinados espacios geográficos, donde el jaguar se erige como ente que cuida y protege; pero en la reciprocidad entre el hombre con la naturaleza, además, se hace notar al jaguar como un demonio, pues implica tragedia, es un caza- dor sangriento y por tanto, temido y respetado; también la narración describe la naturaleza del jaguar y la humaniza en la figura del brujo. Esta figura pudo haber tenido el otorongo, desde los inicios mismos de las entidades so- ciopolíticas de los andes. Cabe mencionar que el sitio arqueológico de Chavín de Huantar (Ho- rizonte temprano) posee canales hidráulicos al interior de sus recintos sagrados, lo que a decir del arqueólogo Luis G. Lumbreras, en ellos se pueden apreciar unas “cajas acústicas”, y cuando se vierte en ellas agua, generan un sonido fortí- simo, que se escucha en todo el callejón de Con- chucos, sonido que semeja al temido rugido del jaguar, con lo cual se supondría que los antiguos habitantes de Chavín eran sometidos por el po-
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