Número 56

48 sentación, protección y conservación, alguna pro- puesta para que nos confirmara que el INAH es la institución que protege el patrimonio de los mexi- canos” (Comité Despierta Tlaltizapán, 2015). El Estado y sus instituciones, cuando repro- ducen el dispositivo colonial, ponen de relieve la producción de no existencia que surge “siem- pre que una entidad dada es descalificada y tor- nada invisible, ininteligible o descartable de un modo irreversible” (Santos, 2005:160), es decir, el desprecio hacia la participación social por la defensa y conservación de la zona arqueológica de Tlaltizapán, remite a lo que Santos denomina la monocultura racional , que desde las estructu- ras de poder comprende a los actores sociales como ignorantes, retrasados, inferiores, locales e improductivos . De manera que “la gente sobra. En particular, la que siente y piensa, la digna, la que aspira a un futuro luminoso, la que no mendiga identidad de los ‘medios de comunicación’ ni la compra en los negocios” (Editorial, 2015). Por tanto, a través de la historización y la et- nografía situadas y contextuales, podemos seña- lar que Tlaltizapán volvió a ser sometido a una reactualización de la colonialidad que la misma comunidad guarda en su memoria, y hoy esos funcionarios son precisamente lo que no debe- rían ser, hacen lo que deberían prohibir, dicen lo que no hacen, prometen lo que nunca cumplirán ¿Dónde quedó, entonces, en este caso, el sentido y la integridad de la institución? Así pues, constatamos y queremos expresar como habitantes de este sureño municipio, que la instrumentación de una institución sumisa por parte de la empresa constructora de la autopista Siglo XXI a fin de imponer su trazo inamovible expresa “la lógica de la colonialidad, escondida bajo la retórica de la modernidad [que] genera necesariamente la energía irreductible de seres humanos humillados, vilipendiados, olvidados […]” (Mignolo, 2007:27). En conclusión, pensa- mos que el Instituto Nacional de Antropología e Historia tiene una deuda histórica con Tlaltiza- pán, que el caso de este municipio y la destruc- ción arqueológica de “La Mezquitera” no debe ser olvidado, ni mucho menos archivado; sino por el contrario: exigimos como mínimo que haya una disculpa pública a la comunidad y medidas compensatorias acordadas con la misma, aunque la depredación se encuentra irreversiblemente consumada. Por último, queremos regresar a la pregunta inicial que pusimos sobre la mesa: ¿Cuál es la tarea del INAH actualmente? No deberíamos siquiera cuestionarnos su la- bor; sin embargo, como lo pudimos constatar con sus acciones en Tlaltizapán, creemos que es imperativa una profunda evaluación crítica de esa institución. Lo sucedido reclama medidas de fondo, que van en este caso desde la formación misma de su personal académico hasta la respon- sabilidad ética ignorada de sus instancias y sus funcionarios. Para cerrar, consideramos urgente cuestionar: ¿Cómo se puede explicar que a cuatro años de ha- ber ocurrido este atropello la institución siga ope- rando en este tipo de casos, a nivel estatal y nacio- nal contra su propio cometido, manteniendo en la impunidad a ese tipo de arqueólogos y a ese tipo de Consejo Nacional de Arqueología? ¿Qué medidas se han tomado para esclarecer una situación que ha sido ignorada sistemáticamente? Este escenario parece indicar que simplemente no existe ánimo alguno de interlocución, ni antes ni después, por- que no interesa o porque no conviene.

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=