Número 56

53 de atención en clase. En el horizonte del profe- sor existe una realidad nacional. El patrimonio cultural constituye en la narración, un elemento orgánico de la tarea educativa desde los niveles básicos. La liga a un pasado, que se concreta en la pieza arqueológica con un presente trascen- dente, no es una ocurrencia o una posibilidad interpretativa cualquiera: es convertida por el maestro desde su hallazgo mismo en una oportu- nidad para realizar un ejercicio identitario. Y esta liga sintetiza precisamente la lucha por no separar al patrimonio cultural del ámbito de la educación. Se trata de un fundamento que no se quiso reconocer cuando a poco de fenecer el sexenio pasado, se impuso la salida del Instituto Nacional de Antropología e Historia de la Secre- taría de Educación Pública, con la creación de una Secretaría de Cultura, instancia que no acaba de definir la naturaleza operativa de su vincu- lación con la educación pública, y tampoco de comprender a la cultura como un elemento fun- damental de identidad, de pervivencia y razón de ser de todos los individuos, sean iletrados o potentados, en colectividad. El maestro habla de algo que hoy pudiera pa- recer panfletario o anacrónico a muchos oídos: la figurilla encontrada por Pedrito es parte de algo que llama “bienes de la nación” porque –afirma en su delirio– “pertenece a nuestro patrimonio cultural e histórico”. Es decir, la cultura es algo que se comparte o no es. Es participación o no es. Ella trasciende al espectáculo y a la extendida noción que la asume como creación sofisticada y propia de circuitos exclusivos y a su vez exclu- yentes. El cuento de este olvidado folleto lo tiene perfectamente claro y así lo expresa diáfanamen- te, porque quien lo signa y produce era la mismí- sima Secretaría de Educación Pública a través de su Dirección General de Arte Popular. El folleto proyecta así una definida posición política. Pero hay otros planos de referencia en el pe- riplo de niño y figurilla, y uno fundamental, ade- más de la instancia familiar y de la escolar, viene a ser la de la junta de vecinos convocada por el presidente municipal; es decir, aparece el plano de referencia de la organización política, sea en este caso el ayuntamiento, como en otros pue- de ser la organización agraria y el ámbito de lo comunal. Porque el asunto es llevado a las auto- ridades locales, y aparece entonces, en todo su significado, la figura sustantiva de la asamblea. Y ahí se topa el lector con la relevancia de la di- mensión colectiva de la toma de decisiones. El presidente municipal del relato afirma que “para defender nuestra riqueza arqueológica se necesitará la ayuda de todos”. Es decir, se tra- ta de un asunto de incumbencia colectiva, de democracia, en un vínculo y principio esencial para ambos –cultura y participación social– pero que no quita el sueño a nadie. ¿Ligar al patrimonio cultural con la partici- pación social? Está bien para los discursos de temporada, pero en los hechos, y por desgracia a menudo, la genuina participación social pone nerviosos a los funcionarios, les genera no sólo incomodidad, sino auténtico prurito, desasosiego e irritación. Les da chincual , diría el abuelo. Y las consecuencias están a la mano, cuando en lugar de proceder como el folleto recomienda, lo tiran a la basura, real y también metafóricamente. El caso de Tlaltizapán que en este mismo número se presenta, ejemplifica, como otros, y patética- mente, ese tipo de situaciones. Atropellos que no pueden darse sin dos factores en complicidad: a) la anuencia de una estructura institucional que se vuelve así pseudoacadémica, y b) el interés económico propio de los inversores y propulso- res de megaproyectos -en el caso de Tlaltizapán carretero- definidos precisamente al margen y en contra de comunidades afectables y afectadas. No puede faltar en la narración del “Tesoro del Pueblo” la figura del vecino que vende piezas ar- queológicas, interesado en comprarle la estatuilla al niño. El relato presenta así de manera sintética pero elocuente la realidad de la mercantilización de la cultura, que es la mercantilización misma de la identidad. Y el niño, actuando en consonancia con los tres referentes con que cuenta –familia, escuela y asamblea– rechaza la oferta. Ante la oferta, el profesor aparece de nuevo en escena con aseveraciones que han dejado de ser

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