Número 64

9 Foto de Mauricio Marat / INAH Estamos acostumbrados a los apuntes taurinos, a la acuarela, a los murales que retratan obreros en plena labor, a la Hilandera de Vermeer, en fin. Pero la primera vez que vi una escena de salto de altura pintada al óleo, fue en un cuadro de Iker. Entiéndanme, no era un apunte estudian- til, no era una obra elaborada por encargo de un marquista ególatra, sino un cuadro elaborado con ojo y mano de pintor, con entendimiento de todo lo que hay que entender de Leonardo a la fecha, con sentido de la pintura. Fue otra lección. No es raro que desde el que- hacer intelectual se desdeñe un poco el deporte, que desde la academia se mire con desdén los quehaceres administrativos, que desde la praxis artística se observe la política con un poquito de asco y que en los ámbitos empresariales se vea a los artistas con conmiseración. Si alguien se identifica con una de estas actitudes, o con todas ellas, le sugiero que platique con Iker Larrauri. Hasta entonces, ningún deportista había sido capaz de hacerme entender la trascendencia de su actividad ni el profundo sentido creador que encierran los afanes por afi nar un cartílago, por precisar el desplazamiento de un miembro, por esforzar el cuerpo, por convertir en poesía el movimiento del organismo. Me parece que una de las claves en el espíritu de Iker es el respeto y la comprensión del que- hacer humano en todas sus expresiones. Hasta aquí, habría ya materia suficiente para ir a traer el lugar común, endilgárselo a nuestro homenajeado y llamarlo “hombre del Renaci- miento”. Pero sospecho que ese presunto hala- go es tan antiguo como la época a la que hace referencia, y además hace cinco o seis siglos no había electricidad, fotografía, cine, ferrocarril, viajes en avión, electrónica, televisión, ni apa- ratos de sonido, ni tantas otras cosas que con- vergen, junto con las materias esenciales y los pigmentos puros, en la obra y en la vida de Iker, quien es un artesano y un artista, pero también un especialista, un técnico y un erudito que se ha hecho a fuerza de enfrentar y resolver pro- blemas, pero también montado en las ganas de conocer de todo y sobre todo y en la amplitud de espíritu para abordar cualquier asunto sin ideas preconcebidas. No, Iker no es un renacentisa, sino un hombre de sus siglos, el XX y el XXI. No voy a detenerme en las facetas de nues- tro homenajeado como conversador excepcio- nal, como colega leal de muchos aquí presentes, como marido que conserva intacta la admi- ración por su mujer, como padre amantísimo, como amigo espléndido y solidario. Ya hablé mucho de algunas de las cosas que me gustan de él y no quiero terminar sin mencionar sus fallas: deploro que haya desperdiciado sus dotes de narrador y que no haya escrito –no todavía, al menos– un par de novelas, o que haya echado en saco roto sus capacidades diplomáticas y que no se haya desempeñado como alto funcionario de la Organización de Naciones Unidas (ONU), en donde sería tan necesario, o que no haya es- crito hasta ahora un texto de historia universal, que la platica tan sabroso, que no haya dirigido un documental sobre Mozart y Wagner, él que es melómano, o que, siendo un comunicador tan experimentado y lúcido, no haya iniciado aún una carrera periodística. Querido Iker: Te necesitamos. Todavía hay mucho por hacer. Tienes que echarle ganas.

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