Número 66

10 En primer lugar, ¿dónde advierto ese dete- rioro?, y en segundo termino, ¿cómo lo relacio- no con el estado de la cultura en nuestra comu- nidad? El deterioro lingüístico tiene su origen en el interlocutor. Lo llamaré interlocutor abdi- cante, del que he hablado ya. No importa que se trate de una persona encumbrada o de sus su- bordinados, de un sujeto singular o plural. No es posible el debate por dos razones; el inter- locutor político ha renunciado al dialogo sobre el problema y en él se localiza el origen de ese mismo problema. Esto puede dar una idea de la gravedad de nuestras circunstancias. Con dos adarmes de nacionalismo mágico y pintores- quista, una pizca de nociones generalizadoras y, vistas de cerca, falsas, no puede establecerse un diagnóstico sobre la cultura en México que tenga un mínimo valor. Se puede, en cambio, en- tusiasmar a los simpatizantes y a los ya conven- cidos. ¿Convencerlos de qué? Entre otras cosas, de la razón que tiene el interlocutor abdicante cuando se niega a dialogar con nosotros. Los convence además del valor intrínseco de sus po- siciones, pues utiliza un lenguaje empapado de sentimentalismo que apela continuamente a los impulsos primarios y al rencor social, establece dicotomías infranqueables y alienta el irracio- nalismo, cuyos frutos podridos son el fanatismo ideológico, la ceguera política y sus innumera- bles efectos en el horizonte amplio y diverso de la cultura; efectos evidentemente destructivos. Además de esa pobreza intelectual, está lo que no tengo más remedio que llamar “fraseolo- gía orwelliana”. Convoco a estos renglones, así, al escritor George Orwell, autor de una novela con título de fecha: 1984 ; historia que, a pesar de llamarse así, nos espera ominosa en un porve- nir incierto, y nos acecha amenazante en el pre- sente. El lenguaje orwelliano es el de las frases paradójicas cuya bonanza presenciamos ahora en México. Los ejemplos son bien conocidos: la libertad es la esclavitud , la verdad es la mentira . La difusión y el afianzamiento o imposición, desde arriba, de ese lenguaje, ocurre ahora mismo en nuestro país. Cualquiera puede comprobarlo la mañana que así lo deseé. Escuchará el espectácu- lo cansino de las dicotomías, los reduccionismos, las simplificaciones, que permiten el avance re- iterado del deterioro lingüístico; y al lado de él, de sus consecuencias: el empobrecimiento de las mentes, el predominio de una violencia soterra- da que poco a poco va saliendo a la superficie y acompaña a la otra, la violencia de los delincuen- tes. Todo ello, efecto de la desfiguración de las palabras. Daré solamente dos ejemplos que me han impresionado en estos dos años. A fines del pasado enero de 2020, en el Zó- calo, las víctimas sobrevivientes de la violencia criminal quisieron acercarse a dialogar con las autoridades. Los simpatizantes del gobierno los insultaron con estas palabras, entre otras inju- rias. Les dijeron: “Ustedes mataron a sus hijos para luego cobrar.” Esas palabras no merecieron más que un solo comentario desde lo que suele llamarse, con cursilería, la más alta tribuna. Son los riesgos, se dijo ahí a la mañana siguiente, de vivir en una democracia. El interlocutor abdican- te aprobó explícitamente, así, esa degradación del lenguaje, que aquí he llamado discretamente, deterioro. Segundo ejemplo. Al referirse a una entrevista con un antiguo funcionario electoral; un simpatizante del gobierno, habló así de ese funcionario. Lo llamó: este judío-polaco es un co- rrupto . Cuando las palabras son utilizadas de esa manera por los poderosos o sus seguidores, ape- nas quedan posibilidades para pensar seriamente en prosperidad cultural alguna. Podrían buscar- se interlocutores, los hay; una prueba de ello es lo que sucedió —lo que sigue sucediendo— con el proyecto para el Bosque de Chapultepec. Las autoridades hicieron como que oían y no hicieron el menor caso, en el mejor estilo de los gobier- nos del pasado, por cierto. Le han entregado ese proyecto a un solo artista de méritos muy discu- tibles, aunque de indiscutible proyección en el súper monetizado mercado del arte moderno y han ignorado las voces críticas que han tratado de levantarse contra el proyecto. Hablaré por último de algo que me importa especialmente. He dicho en algunas ocasiones cómo las salas de redacción de las revistas y los suplementos culturales fueron mi universidad,

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