Número 70

13 dinos (Hass, et alii, 2020). Semejante interpretación se ha hecho del hallazgo que corresponde al periodo Epiclásico ocurrido entre 597 a 670 d.C. en Tingambato, Michoacán, de una mujer de entre 16 a 19 años que fue depositada en una tumba con cerca de 20 mil objetos valiosos para esa época (Punzo y Valdés, 2020) y a quien en medios periodísticos Punzo y su equipo han denominado ”la princesa guerrera”, debido a que entre el ajuar funerario tenía cinco lujosos átlatl (lanzadardos)1 por lo que se comenta que “Nos hemos dado cuenta de que los roles occidentales a los que estamos acostumbrados son mucho más complejos en las sociedades prehispánicas de como pensábamos. Probablemente las identidades y el género eran entendidos de maneras muy diferentes” (Barragán, 2021) Interesante perspectiva que desafortunadamente no fue desarrollada con mayor amplitud, dejando este importante aspecto de la actividad de la joven mujer a la deriva, ya que no explica por qué fue considerada de alto rango o “princesa”. Si bien los estudios etnográficos sobre las sociedades de cazadores-recolectores han jugado un papel decisivo en la orientación de los estudios e interpretaciones sobre las actividades de género, lo anterior nos indica que se debe ser cuidadoso con dichas conclusiones y extrapolaciones históricas, ya que se han presentado estudios sesgados para reforzar paradigmas tradicionales y asignar y favorecer ciertos comportamientos y actividades a los diferentes géneros. Lo anterior también hace evidente que lo que se considera “cotidiano” o “rutinario” depende de la época en que se efectúen las acciones; esto es, para la etapa de cazadores tempranos lo cotidiano pudo haber consistido en desarrollar una práctica social en donde se incluían por igual a los hombres y mujeres en las actividades de caza o en la defensa de la fauna que pudiera poner en peligro al grupo social. Misma situación ha ocurrido con la participación comprobada de las mujeres en la guerra 1 Al parecer sólo eran los sujetadores de los dedos de acuerdo con las fotos expuestas en un cartel del Centro INAH Michoacán. a través del tiempo y sin embargo esta actividad ha sido considerada como una transgresión a su sexo, como en el caso de las guerreras vikingas o de los enterramientos femeninos de la Península Ibérica, que a pesar de estar asociados a las armas en su contexto funerario, también por ello mismo y desde una visión androcéntrica, se consideraba que esas mujeres estaban “ejerciendo el rol de género masculino” por lo que en el registro arqueológico quedaban cuantificadas como si hubiesen sido hombres (Rodríguez et alii, 2015: 247). Otra interesante interpretación se hizo a partir del hallazgo de un brazalete considerado tradicionalmente como objeto femenino en una tumba con un esqueleto masculino, por lo que este fue calificado como un individuo homosexual; lo anterior, sin embargo, precisó de mayores reflexiones ya que se hizo después de analizar el contexto, la asociación a las costumbres culturales de los ornamentos corporales de la época y la asignación del sexo a una muestra en la que sólo las mujeres eran portadoras de brazaletes (Clarke, 1979: 52) por lo que Matthews se pregunta si “¿Es esta un área gris de la paleopatología en la que el sexado del material esquelético se convierte en poco más que un pasatiempo dudoso?” (1995: 128). Yo diría que no hay que confundir el sexo del esqueleto con el posible género que el sujeto desempeñó en vida. En el mundo prehispánico mexica se ha dicho que la mujer carecía de actividades destacadas en asuntos relacionados con la guerra y en ella tenían una importancia secundaria (López Austin, 2008: 229-230; Rodríguez, 2000). En este sentido, Monzón es enfática cuando se refiere a la interpretación sesgada que se hace de los códices, en particular del papel desempeñado por las mujeres en el Códice Xólotl analizado por ella desde un enfoque de género, al decir que “a las mujeres se les coloca en el ámbito privado, caracterizado propiamente por lo doméstico, motivo por el que no parece ser relevante hacer mención de ellas [por lo que] las mujeres prácticamente están ausentes en las pictografías y en la narrativa histórica que elabora Dibble” (Monzón, 2006: 107).

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