Número 70

19 También sugerimos que determinadas mujeres nobles que aparecen en los códices mixtecos fueron responsables de que la producción de textiles cumpliera con las normas establecidas por la sociedad” (Gómez y Alfaro, 2016: 18). Y siguiendo esta misma línea de análisis Byland y Pohl (1994) manifiestan que los componentes del traje ayudan a identificar a los personajes no sólo por sus nombres calendáricos o personales sino que precisan las actividades de su condición y las relaciones entre los protagonistas. Lo anterior nos remite a la valoración de que las insignias que portan las representaciones de las mujeres no son solamente adornos o complementos en sus nombres, como frecuentemente se les denomina, sino que también nos permiten hablar de las actividades que tenían tanto los hombres como las mujeres. Así, podemos entender que la producción de textiles bajo control estatal que correspondía a los objetos de tributo y a los destinados al uso, distribución y consumo de la nobleza encargada de velar por dicha producción, esto es, la de los textiles de diferentes calidades y con colores que solamente los nobles podían utilizar, estaba bajo la responsabilidad de las mujeres, y es sabido que la redistribución estatal de los textiles tenía un valor social y ritual de primordial jerarquía, por lo que dichas prendas actuaban no solo como piezas de tributo sino que servían para fomentar las lealtades y mantener la cohesión política y administrativa entre las comunidades, estableciendo con ello los criterios de reciprocidad y redistribución. A partir de ello se puede entender que esta actividad productiva femenina era y es de primerísima importancia y no se puede encasillar en una de las denominadas “actividades de mantenimiento”. Márquez y Hernández apuntan que la metodología propuesta para el estudio de la arqueología de género se sostiene en varios datos que contribuyen a entender el papel desempeñado por los diferentes géneros. Estas evidencias se conforman de acuerdo con las autoras (2003: 480-482) por cuatro tipos de datos: 1. Datos etnográficos que permiten desmitificar y contrastar los roles que cada sujeto desempeña, evitando preconcepciones modernas. 2. Datos etnohistóricos que permiten entender los aspectos de la vida cotidiana, así como la actividad y trabajo desempeñado por los hombres, mujeres y niños referidos en las crónicas, relaciones geográficas y códices mesoamericanos. 3. Datos antropofísicos ya que a través de los esqueletos se puede determinar el sexo, identificar huellas de ciertas actividades a través del estudio del estrés ocupacional referido en los huesos. 4. Datos arqueológicos, en donde el sexo del esqueleto no debe ser relacionado a priori con los materiales arqueológicos. Sugieren que los enterramientos y la arquitectura indican diferencias de estatus social, pero la distribución de artefactos también revela el lugar en donde se llevaban a cabo las actividades rutinarias básicas y rituales. Ahora bien, ¿Por qué se retoma aquí la cuestión de la arqueología de género en el análisis de la vida cotidiana? Ello es debido a que desde la teoría tradicional las actividades femeninas se ven y analizan desde una perspectiva de lo que se ha denominado “de mantenimiento”, diligencias relacionadas con el sostén del grupo social que se describen como habituales, tradicionales e incluso ordinarias y sin grandes expectativas de episodios espectaculares, contrario a las actividades masculinas que se narran llenas de aventuras y de emociones producto de las actividades de caza y de pesca, de chamanismo consiguiendo el trance para lograr efectuar esas maravillosas pinturas rupestres, de las exploraciones hechas a tierras lejanas para establecer el comercio, de nuevos descubrimientos de otras fronteras logradas por tierra o por mar, de grandes obras arquitectónicas y escultóricas adornadas con pinturas, todas ellas elaboradas por los artistas masculinos.

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