Número 70

4 Foto de Vladimir Floyd. https://stock.adobe.com/ La reacción ha sido eludir el fondo del asunto para irse por las ramas de una supuesta agresión a los colegas que trabajan en dicha obra, en una confrontación innecesaria, que banaliza hechos sustantivos sin reparar en el sentido mismo de la denuncia. El fondo del asunto no es una obra ferroviaria en sí y sin contexto, sino la aventurada opción que se ha tomado de eludir una obligación de cuidado a mediano y largo plazo ante sus previsibles efectos ambientales y sociales. Ya sabemos que el ejercicio de pensar, de sentir y en particular el de actuar con integridad es peligroso al menos en este planeta y es a menudo letal. En el caso que nos ocupa, salirse del libreto designado de la sumisión, asumiendo el riesgo de la coherencia, acarrea consecuencias graves. Sin embargo, Lázaro Cárdenas no fundó una iglesia con dogmas a proteger: fundó una institución con un patrimonio cultural a proteger. Si la denuncia proviene del pueblo llano, se le descalifica por no provenir de expertos institucionales. Y si proviene de éstos, entonces se opta por eludir la confrontación de ideas, de argumentos, de precisiones o evidencias. Por eso aquella sana recomendación de no discutir con profetas ni con sargentos dada su infinita sapiencia, pues ellos siempre tienen a la razón de su parte. No sabemos cuál razón, pero eso no importa. Los ejercicios presidenciales que precedieron al actual, se llevaron a cabo activamente al servicio de venales intereses particulares de índole económica y política, generando así daños gravísimos en diversos territorios de la nación. La deforestación, la contaminación, el turismo en su modalidad devastadora, la inseguridad y la marginación forman parte de ese legado maldito. Ningún tren generó ese legado: ya estaba y ahí está. Quien tenga nostalgia por eso, que no se ha revertido a cabalidad, no merece vivir en este país.

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