Representaciones prehispánicas del jaguar en los mitos y otras costumbres

Introducción

El jaguar (Panthera Onca), es conocido en Mesoamérica como ocelotl o tequani (nahuatl), péche – tao (zapoteco), balam (maya) (Seler, 2008. Pp. 33-40), mientras que, en el área andina en general, se le conoce como Otorongo (runasimi, quechua o quichua), jaguar, yaguar o yaguareté (tupi-guaraní). Se trata de un animal clave en la cosmovisión de los pueblos que habitaron el Abya Yala ahora conocido como América (García, 2015: 30).

Es una de las especies ligadas a la historia del hombre americano, quien lo ha representado en piedra, cerámica, metal y textiles, además de que forma parte de numerosos mitos y leyendas que confirman su importancia desde épocas tempranas, como parte esencial de la cosmovisión de sus pueblos.

Las representaciones de este felino en la iconografía de las sociedades prehispánicas fueron abundantes y desde tiempos muy tempranos[1]; por sus características, los estudiosos le han conferido muchas interpretaciones, todas relacionadas a poderes divinos; le han atribuido símbolos de poder y fiereza, ligados con la noche y los astros, con el inframundo, con la fertilidad, con el trueno, persistiendo en ciertas comunidades a través de la literatura oral, en mitos[2] y hechos folclóricos[3] en determinados lugares del antiguo Abya Yala. 


Figura 1. Mapa del Perú, en el círculo norte se encuentra el área de Cupisnique – Pacopampa; en el círculo sur se encuentra el área de Tanguche.

El presente estudio se basa en el análisis de una serie de representaciones de jaguares de la colección de otorongos que presenta el Museo Salesiano “Vicente Rasetto” de la Ciudad de Huancayo. Centraremos nuestra mirada allí donde el jaguar y el ser humano se conjugan, en una suerte de reciprocidad con la naturaleza y de control normativo entre los humanos, entre otras cosas, que nos muestran las raíces de la percepción humana sobre la naturaleza y entre los humanos.

Cabe señalar que se ilustran felinos, tanto del museo referido, como de los relieves del sitio arqueológico de Chalcatzingo, Morelos, con la finalidad de realizar solo comparaciones en el seno mismo de la racionalidad de la cosmovisión de sociedades prehispánicas no solamente distintas, sino lejanas.

 

Los jaguares del Museo Salesiano Vicente Rasetto de Huancayo

El tema medular del presente escrito es la colección de jaguares que posee el museo del Colegio Salesiano Santa Rosa “Vicente Rasetto” de la ciudad de Huancayo, Perú.

Durante nuestra estadía en esta ciudad del centro de los andes peruanos, a principios de la primera década del presente siglo, trabajamos en este museo bajo la dirección del R.P Jorge Atarama Ramírez, quien nos dio el encargo de organizar las salas de arqueología, que constan de una gran cantidad de materiales arqueológicos genuinos. Para efectos del presente trabajo, solo aludiremos a los realizados en lítica pulida, plata, hueso y cerámica; en este caso presentamos una colección proveniente de la costa norte del Perú, en las cercanías al poblado menor de Tanguche[4] entre las regiones de Ancash y la Libertad. Una primera pieza a considerar es una escultura de jaguar, que presumiblemente proviene de la fase arqueológica conocida como Cupisnique medio y/o Pacopampa II (800 a.C.); es probable que provenga de las cercanías de Pacopampa en la Región de Cajamarca[5], Perú.

De este modo, las fechas de origen de este material, corresponde al formativo y al período del intermedio Temprano de la costa norte del Perú.

 

El otorongo melánico del Horizonte Temprano

Se trata de una pieza única y espectacular que guarda el Museo Salesiano, esculpida y pulida sobre material lítico negro; presenta incrustaciones de cuarzo blanco a lo largo del lomo; en el resto del cuerpo exhibe círculos, huellas de incrustaciones que representan las manchas que caracterizan a estos animales; se trata de un jaguar negro, cuyas manchas son poco perceptibles. La escultura representa un otorongo macho, pues deja ver el miembro fálico, sus dedos y garras están muy bien esculpidas, y en general toda la pieza guarda una perfecta simetría.

El rostro del animal tiene incrustaciones perfectamente bien trabajadas de otro tipo de material, pegadas con el mismo material resinoso con que unían el metal. Los ojos son incrustaciones de piedra verde turquesa; la lengua corresponde a incrustación de cuarzo blanco, mientras que los dientes y colmillos son incrustaciones de lapislázuli en un tono azul intenso.

Se trata de una pieza de alrededor de 22 cm de largo por unos 15 cm de alto; por el tipo de manufactura corresponde a una escultura genuina de épocas tempranas de la cronología arqueológica peruana.

Esta escultura muestra a un animal probablemente domesticado, pues presenta en el cuello unas incisiones como si se tratase de un collar; además la cola está baja como si mostrara docilidad, con un realismo sin precedentes en las esculturas de las culturas que florecieron en el área Andina. Por su acabado debió tener una importancia vital en la forma de concebir el mundo.

Sobre el otorongo negro, existe en algunos pueblos de la selva amazónica del Perú una serie de mitos, relacionados con los sacerdotes o layas andinos, y que occidentalizados son conocidos con el nombre de brujos; en el contexto andino se trata de personajes ligados al conocimiento de la naturaleza y norman la reciprocidad que el hombre guarda con ella, mientras que la visión occidental relaciona al brujo con la maldad.


Vista de la escultura. Fotografía: Pavel Leiva


Nótese el realismo de la escultura.  Fotografía: Pavel Leiva.

Cuando realizaba prácticas de campo, en la carrera de Antropología Social en la Universidad Nacional del Centro del Perú, (UNCP), tuve la oportunidad de escuchar un relato de Ramiro Damián[6] de la localidad Asháninca de Uyariqui, en Pichanaki:

Antes, existían brujos que tenían pactos con el demonio, y se dedicaban a hacer el mal, con el objetivo de tener poder. Estos brujos se alimentaban de carne humana y se bebían la sangre, son personas solitarias y viven en la selva adentro. Estos personajes se transformaban en runapumas[7] negros cuando tenían hambre, y para ello invocaban a las fuerzas de la selva mediante cantos y bailes, hasta convertirse en otorongos negros hambrientos, y no tenían miedo a nada porque estaban protegidos por los dioses malos del monte. Atacaban en las noches a las personas que andaban borrachos o perdidos… por eso no se debe llegar tarde a casa.

 

En esa misma conversación, Damián señaló que estos jaguares eran el puente comunicante entre el hombre y la naturaleza.

Si de esa narrativa excluimos la connotación de maldad y demonios de posible origen europeo, se puede considerar como un mito que norma y regula el comportamiento de las personas en determinados espacios geográficos, donde el jaguar se erige como ente que cuida y protege; pero en la reciprocidad entre el hombre con la naturaleza, además, se hace notar al jaguar como un demonio, pues implica tragedia, es un cazador sangriento y por tanto, temido y respetado; también la narración describe la naturaleza del jaguar y la humaniza en la figura del brujo.

Esta figura pudo haber tenido el otorongo, desde los inicios mismos de las entidades sociopolíticas de los andes. Cabe mencionar que el sitio arqueológico de Chavín de Huantar (Horizonte temprano) posee canales hidráulicos al interior de sus recintos sagrados, lo que a decir del arqueólogo Luis G. Lumbreras, en ellos se pueden apreciar unas “cajas acústicas”, y cuando se vierte en ellas agua, generan un sonido fortísimo, que se escucha en todo el callejón de Conchucos, sonido que semeja al temido rugido del jaguar, con lo cual se supondría que los antiguos habitantes de Chavín eran sometidos por el poder estatal de corte teocrático[8].


Vista lateral del felino. Fotografía: Pavel Leiva


Detalle de la cara del felino. Fotografía: Pavel Leiva

Por otro lado, este animal melánico puede estar relacionado con la noche, con el inframundo (cuevas), también conocido como el ukupacha.[9]

Es en este período que se relacionan a las culturas de Perú (Chavín) y México (Olmecas) por los rasgos estilísticos que guardan; incluso Piña Chan mencionaba en clases, que pobladores de Valdivia, Ecuador, migraron hacia el norte de Perú estableciéndose en Chavín, y hacia México, ubicándose entre los actuales estados de Tabasco y Veracruz, en la conocida zona Olmeca, cuyos rasgos en las tres áreas son de jaguares, serpientes, entre otros, dándole incluso el nombre del “pueblo del jaguar” (Piña Chan, Román y Covarrubias, Luis, 1964).

 

El jaguar, el condor y el yawar fiesta del intermedio temprano (200 a. C. – 400 d. C.)

En otro caso, una escultura miniatura moldeada y sólida, realizada en plata finamente trabajada, cuyas medidas son de 5.5 cm de largo por 4.7 cm de alto, remite a la dualidad entre el otorongo y el cóndor. Es notorio que el felino en los ojos presentaba incrustación, aunque ahora sólo quedaron las huellas; en cambio, la figura ornitomorfa que se encuentra sobre el otorongo presenta en los ojos incrustaciones de cuarzo y obsidiana negra.

Es clara la escena: se tiene al felino en posición de defensa, cansado, vencido, con la lengua afuera y la cola doblada sobre su lomo, mientras el ave en equilibrio, tiene las alas abiertas y se encuentra picoteando la oreja derecha del jaguar.

A diferencia de la pieza antes descrita, ésta pertenece a la cultura Mochica del Intermedio Temprano que va del 200 a.C. al 400 d.C., y su equivalente en México sería entre el Preclásico Final y el Clásico Temprano.

Esta escena nos recuerda a una representación vigente[10], que supuestamente tiene su origen en épocas virreinales y que inmortalizó el antropólogo y escritor peruano José María Arguedas en su novela “Yawar Fiesta” (2011), que significa “Fiesta de sangre”, publicada en 1941. En su descripción, que es la que se toma como “oficial”, se interpreta como la lucha del poblador originario andino contra el gamonal español, debido a que los “mistis” se apropiaban de las tierras de los indigenas, sumiéndolos en la pobreza y servidumbre. Posteriormente, todas las clases sociales se congregaban en la fiesta del “Turupukllay” que era una especie de “corrida de toros”, donde la armonía y convivencia se quiebran cuando las autoridades “impuestas” obligan a normas civilizadas, rompiendo los esquemas ancestrales y tratando de sincretizar prácticas festivas, ceremoniales.

Si bien es cierto que la cultura se apropia de elementos exógenos, los adapta a su esencia y con el tiempo los integra, tenemos que conocer los antecedentes de algunas tradiciones indigenas, que aun teniendo elementos foráneos mantienen sus raíces ancestrales, y la concepción ceremonial, lúdica y filosófica, mantiene en este caso la dualidad entre lo terrenal y lo celestial, la lucha entre el bien y el mal, y la imposición depredadora  de un nuevo orden social sobre lo ya establecido.

Desde este enfoque, este ritual que con el paso de los siglos se ha convertido en festividad ha sufrido cambios, gracias a un proceso de sincretización entre lo importado por los invasores hispanos al nuevo mundo e impuesto sobre lo originario, que han logrado adaptar al ritual elementos como el toro, pero hispanizado, convirtiéndolo ante los ojos del mundo en un simple espectáculo taurino, aun cuando corre sangre del animal que es lacerado por los picotazos del condor.

Ahora bién, Yawar es palabra quechua o runasimi que significa sangre, y las raíces de esta palabra es posible que estén emparentadas con el tupi-guaraní, pues se trata de una familia lingüística que agrupa un gran conjunto de lenguas que se extienden en los territorios de Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú y Brasil[11]. En estas lenguas, al otorongo se le conoce como yaguar o yaguarundi, animal que se caracteriza por ser el mayor cazador de la región, y como al momento de conseguir su presa es sangriento, es probable que de ahí se desprenda la palabra yawar que a la postre se traduciría al español como sangre.

Es factible que esta escena de transfondo ideológico ceremonial, se haya practicado en la costa norte del Perú, y que a la llegada de los españoles, ellos, con el ganado vacuno, tuvieron necesidad de invadir tierras donde el otorongo habitaba, reduciéndolos hasta el punto de casi extinguirlos, de modo que con el tiempo era más difícil capturar a estos animales y lo cambiaron entonces por el toro, aunque en cambio al condor aún se le sigue capturando de la misma forma que se hacía antes.


Figura 6. El cóndor atacando al jaguar. Fotografía Pavel Leiva.


Figura 7. Detalle en dibujo, véase la cola del felino. Dibujo: Judith Galicia


Figura 8. La misma escena, desde otro ángulo. Fotografía: Pavel Leiva.


Figura 9, Escultura del Yawar fiesta, Cotabambas, Apurimac, Perú.

Es por ello que esta práctica, con toda su carga ideológica aunque adaptada a elementos exógenos, se sigue practicando ya no en la costa sino en los andes del sur-centro del Perú y tiene origen prehispánico. 

La prueba material de los antecedentes del Yawar fiesta se encuentra en el mencionado museo Salesiano de Huancayo. Además, el contexto arqueológico del que fue extraída la escultura, estuvo asociada a un entierro de la época Mochica, referido por un coleccionista que posteriormente cedió con todos los datos correspondientes esta figurilla al museo. En ese marco, todas las prácticas y sobre todo ceremoniales, tienen origen y raíces prehispánicas; por último, para terminar este apartado, retomaré una cita del profesor García Miranda:

Las percepciones exógenas, instrumentadas por el pensamiento eurocentrista grecorromano, judeocristiano y anglosajón, explican la cosmogonía andina desde sus propuestas para “integrar” estas sociedades a la sociedad nacional, oficial y occidental. En este sentido, nuestra propuesta privilegia lo que existe en la interioridad de la cultura andina, capaz de incorporar en su estructura elementos exógenos a través de procesos de recreación y reinterpretación para autoafirmarse y fortalecerse (2015: 19)

 


Figura 10. Escena moderna del Yawar fiesta.


Figura 11. Portada del libro de José María Arguedas.

Propuesta con la que coincido plenamente, no solo funcional para las culturas andinas, sino que se da en todas las culturas que han sido subyugadas, otrora por invasiones trágicas de sociedades depredadoras, ahora en nombre de la modernidad, globalización y el neoliberalismo, en que se sigue depredando todo recurso natural para convertirlo en dinero, y junto a ello se sigue reduciendo a estos pueblos originarios, dado que son estorbos en los intereses capitalistas y del estado mismo.

 

El jaguar y el hombre, escenas de los relieves de Chalcatzingo, Morelos, México y las figurillas
escultóricas de Tanguche, La Libertad, Perú.

Este tema surgió cuando en 2002 nos tocó desarrollar el catálogo de las piezas arqueológicas del Museo Salesiano “Vicente Rasetto”, donde, al realizar la descripción de cada una de ellas, advertimos dos esculturas de jaguar en posición de cópula con un ser humano, escenas no tan comunes en las sociedades prehispánicas andinas. Conviene agregar que en la sociedad moche es común encontrar los famosos “huacos eróticos”, representaciones explicitas de sexo heterosexual; sin embargo, prácticas sexuales de un ser humano con un animal, no han sido registradas.

Años después, en 2015, al visitar el Sitio Arqueológico de Chalcatzingo, en Morelos, encontramos relieves que presentan esta unión sexual entre el jaguar y el ser humano. Cabe señalar que al realizar la comparación lo hacemos en el plano ideológico y religioso de dos culturas lejanas tanto en el tiempo como en el espacio, pues las piezas cerámicas mochica del Perú, a comparación de los relieves de Chalcatzingo México, son 800 años más tardíos, y es en este contexto que nos preguntamos ¿Cómo dos sociedades tan lejanas en el espacio, pudieron concebir similitudes en su manera de pensar?.

Es sabido que en las culturas del Preclásico mexicano y las del Formativo y el Horizonte Temprano en el Perú, la imagen del jaguar aparece de una u otra manera, en el arte tanto Olmeca como Chavín, y es probable en general que en todas las entidades sociopolíticas prehispánicas, el jaguar, por ser el depredador más fiero, grande y fuerte, haya sido sacralizado; fue punto de rituales y ceremonias de todo tipo, al grado de que en la actualidad se le rinde tributo en algunos pueblos; así como, por transmisión intergeneracional, persisten mitos que abundan a lo largo del continente, ya sea de origen o para normar la conducta del hombre en la sociedad y en la naturaleza misma; por otro lado, pudo haber servido también, para justificar el linaje de los jefes o gobernantes cuyo origen mítico sería el resultado del apareamiento entre una mujer con un jaguar.

 

Los animales con representación de cópula en escultura son:

1.- JAGUAR CON INCRUSTACIÓN DE TURQUESA (Cultura Mochica, costa del Perú)

Se trata de la “empuñadura” de un báculo sagrado, posiblemente tallado sobre hueso, de unos 8 cm de largo por unos 6 cm de alto, de color blanco marfil, cuyo cuerpo presenta “manchas” circulares incrustadas con turquesas; la cabeza muestra las orejas hacia atrás, los ojos son incrustaciones de turquesa; el hocico presenta colmillos puntiagudos muy afilados, la cola se encuentra en “S” hacia su lomo en posición de cópula, las extremidades del felino se encuentran “abrazando a un personaje humano que está en posición de decúbito ventral, posiblemente de sexo femenino con orejeras, y es clara la posición del felino sobre la mujer en el momento mismo de la cópula (ver figura 12).

 

2.- FELINO AGAZAPADO (Cultura Olmeca, Chalcatzingo, Morelos, México) 

El sitio arqueológico de Chalcatzingo se caracteriza por presentar una serie de grabados, aprovechando la superficie plana y vertical de la roca. En ese contexto, se trata de un relieve trabajado sobre roca de origen ígneo; es la representación de un jaguar sobre un ser humano posiblemente de sexo femenino, es probable que se trate de la representación de una cópula con la finalidad de dar origen a un linaje mítico, aunque en la escena completa se logra ver la ceja estilizada, y el elemento de agua en forma de gota de lluvia, en clara alusión a la fertilidad, como vemos en este relieve (figuras 12 y 13) el felino se encuentra en posición de copulación similar al descrito anteriormente.


Figura 12. Felino copulando, figurilla Perú. Fotografía: Pavel Leiva


Figura 13, monumento 31 de Chalcatzingo, felino copulando.  Fotografía: Pavel Leiva

Aunque esta representación que parece darse en otros sitios Olmecas se encuentra también en Chalcatzingo, Ferrero señala al respecto:

Puede uno centrar el hombre como tema de presentación. En la representación humana se puede observar el realismo, las efigies de seres sobrenaturales y las imágenes míticas que se refieren a hechos ocurridos en tiempo del origen o que explican mitos de una agrovisión. Por ejemplo, el Monumento 1 de San Lorenzo y el Monumento 2 de potrero nuevo, muestran la cópula del jaguar con una mujer (2006. Pp. 73-74).

 

Para el autor, esta práctica que se dio entre los olmecas presenta una concepción ceremonial dedicada a la fertilidad; por otra parte, Whitney Davis escribió un artículo en la revista American Antiquity, que intitula “So-called jaguar-human copulation scenes in olmec art”, donde hace alusión a este tipo de escenas de copulación entre el jaguar y el ser humano, dando como ejemplo las encontradas en “Río Chiquito”, el Monumento 3 de “Potrero Nuevo”, el monumento 20 de la “laguna de los Cerros” y el monumento IV de Chalcatzingo; el autor difiere respecto a las posibles escenas de cópula, y las interpreta no como alusivas a la fertilidad, ni siquiera a la cópula, sino que plantea, pese a todo, que se trata de la humillación del personaje vencido por el animal vencedor, y que éste es un guerrero jaguar (Whitney, 1978: 453-457). Por otra parte, David Grove, quien ha estudiado y dirigido el enorme proyecto de Chalcatzingo, considera que los antiguos olmecas nacieron “de la unión del hombre con el jaguar” (Grove 1973:133) y desde ahí da comienzo al linaje de poder político y religioso de esta sociedad.


Figura 14. Relieve de escena hombre-jaguar. Fotografía Pavel Leiva


Figura 15. Posibles escenas de cópula entre hombre y jaguar. Dibujó Oswaldo Barra Cunningham


Figuras 16 y 17, ser mitológico de plata, nótese la posición de las manos, y el falo erecto del personaje mítico, sus colmillos y rostro de jaguar. Fotografía Pavel Leiva.

 

3.- RELIEVE CONOCIDO COMO “LINAJE DE GOBERNANTES (Cultura Olmeca, Chalcatzingo, Morelos, México) 

Para Cook de Leonard (1966, 1967), se trata de escenas de danza, debido a la posición de las personas con los brazos levantados, dedicada al Dios solar, puesto que los jaguares guardan afinidad con Tezcatlipoca, conocido también como Ocelotonatiuh, representante de la canción, el discurso florido y la danza, y por tanto, la escena representa una danza dedicada al soberano que a todo hace huir incluyendo la luz del día.

Por otra parte, es posible que estas escenas representen preludios y la cópula misma entre el jaguar y el ser humano, quien pareciera estar en un ritual de trance, debido a la ingesta de alguna sustancia psicotrópica, tal y como se observa en las figuras 14 y 15. 

En 1972 sale a la luz un artículo de Roberto Williams García, que titula El Jaguar: su Significado en la Cultura Olmeca, donde realizó una analogía con la Danza del tigre de Soteapan, Guerrero. Es probable que esta danza tenga sus orígenes desde tiempos Olmecas, y el autor plantea que estas danzas tienen orígenes prehispánicos, adoptando sin embargo ciertos conceptos occidentales a su cultura. Se trata de escenas lúdicas que se desarrollan durante los carnavales, donde 4 hombres se disfrazan de jaguares, y visitan casi todas las casas del poblado, bailando con mujeres, en una perfecta simbolización de fertilidad; durante estas visitas a las chozas son atacados por “perros” y después de la danza, éstos eran purificados para después volver a sus vidas cotidianas; según el autor, se trata de “…un rito de recuperación de las formas comunes, de surgimiento a las formas normales” (Williams, 1972: 325).

De acuerdo con el autor, esta celebración, dedicada a la agricultura para tener buenas cosechas sobrevive desde tiempos Olmecas, y es probable que las escenas descritas correspondan a dicha narración; por otra parte, vemos la capacidad que tienen los jaguares de transformarse en humanos, tal y como señalamos en el mito del otorongo negro antes descrito.

 

4.-FIGURA MITOLÓGICA MINIATURA DE PLATA (Cultura Mochica, costa del Perú)

Se trata de una figurilla de plata sólida, moldeada, de 3 cm de ancho por unos 7 cm de alto, que parece corresponder a un ser mitológico con características felinas. El personaje se encuentra de cuclillas, con los brazos sujetados, amarrados, con la cabeza mirando hacia el infinito y rasgos de jaguar, el cual presenta el falo erecto, al parecer es la representación de un ser mitológico capturado.

Es posible que se trate de un personaje mitológico orientado a normar y prohibir algunas conductas de los integrantes de la sociedad moche. Esto nos recuerda al mito del Qarqaria (jarjaria, mito popular en todo los andes), que trata de prohibir prácticas incestuosas, planteando que si una persona mantiene relaciones sexuales con sus hermanos, padres o primos, sus hijos saldrán mezclados entre humano y ucumari (oso de anteojos) u otro animal como la llama o el jaguar. Lo cierto es que el resultado de esta práctica será un ser malévolo incluso relacionado con el supay (diablo) y muy destructor en la comunidad o ayllu.

De este modo, ciertos animales, por sus características, tienden a regular la conducta social y dicho concepto tiene raíces prehispánicas; al respecto, J. J. García señala:

[…] son producto de un largo proceso de configuración y transmisión intergeneracional que denota su carácter histórico y proyectivo por que previene y sanciona las transgresiones (2015: 207)

 

En este caso, si se transgrede la prohibición del incesto, habrá consecuencias. Es posible que esta escultura (figuras 16 y 17) corresponda a las lecturas que regulan y norman la vida cotidiana del poblador andino.

Por último, tomaremos el postulado de García, quien menciona que:

[…] las poblaciones etnocampesinas tienen su propia manera de ordenar la vida y esta corresponde a un tipo de percepción, organización política y jurídica del mundo que tiene su raíz y se nutre de la sociedad prehispánica y que, pese a los esfuerzos por integrarlas a las características y pautas de las sociedades de Occidente moderno, se mantienen vigentes (2015: 190)

 

Desde esta perspectiva, es plausible realizar analogías desde estudios etnohistóricos y etnográficos para interpretar el pasado, que es nuestra tarea fundamental, más que reducirnos solo a registrar técnicamente el dato arqueológico.  

 

Conclusión

Existen numerosos hallazgos de materiales arqueológicos del jaguar (representado en esculturas, figurillas, relieves) en diferentes sociedades prehispánicas del antiguo Abya Yala, como exponemos a lo largo de este texto. Se trata del más grande y poderoso felino de todo el continente, y no ha pasado desapercibido por los grupos humanos en todas las épocas del período prehispánico.

Respecto a toda esa gama de percepciones que se han tenido acerca del jaguar u otorongo en la vida de los pobladores, se han considerado muchas interpretaciones, desde connotaciones políticas y religiosas hasta de normatividad social, que han pervivido hasta nuestros días, como los narrados en el acápite del otorongo melánico, o las interpretaciones del Yawar fiesta, o la representación del qarqaria prisionero, cuyos relatos siguen vigentes a través de los siglos, normando la conducta de los pobladores; por otro lado, la cópula del felino con el ser humano nos evoca el carácter divino de linaje, de aquellos que ostentaron el poder político y/o religioso en la sociedad; recordemos que existen planteamientos donde la religión legitimaba el poder político en las sociedades del pasado.

En la actualidad estos planteamientos se observan en las tradiciones de los pueblos, en sus hechos folclóricos y representaciones materiales que recrean sus contenidos ideológicos. Es histórico, porque la memoria colectiva se ha encargado de transmitirlo oralmente durante siglos. Los elementos exógenos han sido adaptados a estas culturas. Las paremias y mitos se han mantenido, cumpliendo las tareas de normatividad y control en las sociedades. Esto se da en algunas sociedades que por viva fuerza han intentado adaptarla y transformarla a sus sistemas, otrora por invasiones trágicas de sociedades depredadoras, ahora en nombre de la modernidad, globalización y el neoliberalismo, en que se sigue depredando todo recurso natural para convertirlo en dinero, y junto a ello se sigue reduciendo a estos pueblos originarios que siguen mostrando resistencia y guardando su esencia prehispánica de no depredación y de reciprocidad y respeto con la naturaleza, a quien le dan un carácter humano que necesita de atenciones para seguir produciendo.

En Chupaca, Perú, un campesino cuyo apelativo era Gumicho, decía a la madre tierra que hay que protegerla y si se enferma curarla, ella nos da nuestro sustento, pues “Hoy por ti y mañana por mí”, y de ella venimos, ella nos provee y a ella regresaremos. De este modo, estas sociedades con percepciones que siguen difiriendo de la occidental depredadora (caso de las explotaciones de megaminería por citar solo un ejemplo) se convierten en estorbos de los intereses depredadores capitalistas y del Estado mismo.

Por otro lado, ciertos mitos de origen o fundacionales, relacionados con estos animales, continúan transmitiéndose, y por tanto cumplen una función histórica con raíces prehispánicas y a su vez proyectiva, porque pese a todos los sincretismos, proyectos estatales, cambios sociales, políticos y económicos, estos mitos seguirán cumpliendo su función en la sociedad, razón por la que hemos podido documentar el presente escrito. Conviene agregar que gracias a los diversos hallazgos donde se han podido recuperar diferentes materiales arqueológicos –como los expuestos en este artículo- disponemos de representaciones del jaguar que nos muestran su importancia dentro de la cosmovisión de la sociedad que los plasmó.[12]

Y el Jaguar seguirá teniendo la importancia vital de autoridad, control, supremacía, y con su carácter fiero y de respeto, representa a la naturaleza; por tanto, seguirá manteniendo viva esa reciprocidad en la relación hombre-naturaleza, entre los hombres mismos y manteniendo el equilibrio en los diferentes ecosistemas, y peleando por sobrevivir a los adversos momentos históricos que constantemente los amenazan en nombre del dinero.

 

Referencias

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        1978  “So-called jaguar-human copulation scenes in olmec art” In: American Antiquity. Volume 43, Number 3, July. Pp. 453-457.

  • Williams García. Roberto

        1972  “El jaguar: su significado en la cultura olmeca” en: Anuario Antropológico 3 Facultad de humanidades. Escuela de antropología. Jalapa, Veracruz, México.

 

[1]1 Del Preclásico al Posclásico (Olmecas hasta los Mexicas) en Mesoamérica y desde el Horizonte Temprano al Tardío (Chavín hasta los Incas) en el área Andina.

[2]    Mito del Yanapuma (selva amazónica) o mitos fundacionales como el de los Otorongos (Ayacucho, Perú), éste último en recopilación de Lizana, Moner, publicado en 2009, pp. 200-201.

[3]    La danza de los tigres de Soteapan en el estado de Guerrero y en el estado de Tabasco, en Tenosique, donde se danza el Pochó, similar al anterior (Williams García, 1972, pp. 323-336) o los antecedentes del yaguar o yahuar fiesta en Perú.

[4]    Tanguche se encuentra ubicado en el Distrito de Chao, Provincia de Virú en la Región de La Libertad y está a una altitud de 200 msnm, es una zona fronteriza entre las Regiones de Ancash y La Libertad, lugar que se caracteriza por la fuerte actividad de Huaqueo (saqueo).

[5]    Comunicación personal con el R.P. Jorge Atarama, director del Museo Salesiano “Vicente Rasetto”

[6]    Compañero de estudios de la UNCP, en aquel entonces era conocido en las comunidades originarias de Pichanaki.

[7]    Palabra quechua o runasimi que significa puma negro.

[8]    Comunicación personal en Lima, Perú (1999).

[9]    Ukupacha, palabra quechua que significa “El mundo de los muertos”, “El inframundo” o “El mundo de abajo” consultado en línea: htpps//www.mitologia.info/uku-pacha/

[10]  La representación se practica aún en pueblos indígenas de las regiones de Apurímac y Ayacucho, en la semana del 28 de Julio de cada año.

[11]  Información tomada de la base de datos de pueblos indígenas u originarios del Perú, consultado en línea en: http://bdpi.cultura.gob.pe/familia/tupi-guarani.

[12]  Posteriormente a su hallazgo sólo son expuestos en escaparates de museo, perdiendo su contenido ideológico, el presente escrito intenta rescatar a la pieza arqueológica más allá de su carácter artístico.