4, Diciembre de 2011

004 - Diciembre 2011

Discriminación educativa y pueblos indígenas

La discriminación en los procesos educativos  por parte del Estado mexicano y sus agentes-- activos y pasivos-- se expresa en múltiples dimensiones de clase, género e  identidad étnico-cultural. Los educandos pertenecientes a los pueblos indígenas, en particular, además de la discriminación y exclusión por sus condiciones socioeconómicas, sufren de las acciones, actitudes, comportamientos y políticas del racismo inherente a la construcción de los estados nacionales capitalistas, fundada en un contradictorio proceso de integración-asimilación/segregación-diferenciación, igualmente disolvente de lenguas, culturas e identidades. Este binomio de etnocidio se deja sentir con especial rigor  en poblaciones indígenas migrantes que, desarraigadas de sus territorios de procedencia y de la relativa protección de los lazos comunitarios, son muy vulnerables a las vicisitudes que entraña actualmente esta condición.

A los pueblos indígenas se les niega el derecho a una educación de calidad, con pertinencia cultural y en igualdad de condiciones materiales que la ofrecida a otros sectores de la sociedad, lo cual configura una discriminación abierta o sutil, que incide en la dimensión pedagógica y en las prácticas escolares y docentes. En suma: no existe en México, y en caso particular de nuestro estado de Morelos, una educación pertinente que permita a los pueblos indígenas el desarrollo de sus culturas, en el marco de su identidad, sus autogobiernos y  concepciones de vida. Recordemos que hasta la década de los ochenta, se debatía en los medios gubernamentales, y aún en los académicos morelenses, si existían o no, asentamientos indígenas. La prolongada invisibilidad de los pueblos indígenas de esta entidad, no era más que la expresión exacerbada del racismo regional de las clases dominantes del Morelos criollo.

Esa discriminación institucional que sufren la niñez y la juventud indígenas se manifiesta –entre otras formas-- en su invisibilidad y estigmatización, que responden a esas lógicas contradictorias inherentes al capital, y se expresa en todos los niveles y acciones del sistema educativo con el que se atiende a los pueblos indígenas: mientras la invisibilidad borra actores, sujetos socio-culturales-políticos y comunidades, el estigma condiciona servicios de ínfima calidad y de carácter compensatorio.  La distribución presupuestal, el funcionamiento de las instituciones, y la manera en que operan las burocracias forman parte de estos esquemas de exclusión que vulneran sus derechos como ciudadanos, a la vez que constituyen una afrenta a su dignidad como pueblos y culturas de orígenes milenarios.

A pesar de la existencia de leyes –nacionales e internacionales-- que reconocen la diversidad  sociocultural y lingüística y que son el resultado de movimientos y luchas, éstas por sí solas no garantizan una educación con pertinencia cultural, ya que las acciones y políticas públicas no sólo no las respetan, sino que están dirigidas –en realidad-- a generar mecanismos y justificaciones para evadir el cumplimiento de la Constitución, los convenios internacionales y las leyes secundarias.

Partimos de una delimitación precisa del concepto de discriminación que se basa en el marco jurídico de convenciones y convenios firmados por los Estados, como la Convención Internacional sobre la Eliminación de todas las formas de Discriminación. Así, se entiende por discriminación: “toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico, que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio, en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social, cultural o en cualquier esfera de la vida pública.”

En el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) se señala que: “Los programas y servicios educativos dirigidos a los pueblos indígenas deberán desarrollarse y aplicarse con su participación, abarcando la historia, los conocimientos y técnicas, sus sistema de valores y todas sus aspiraciones sociales, económicas y culturales.” Este Convenio establece, asimismo, que los pueblos tomen en sus manos la realización de los programas educativos; los Estados faciliten los recursos apropiados para crear sus propias instituciones y medios educativos, utilizando los idiomas indígenas que deberán ser adoptados como idiomas de enseñanza; los programas y servicios deben impartir conocimientos generales y aptitudes que ayuden a los pueblos a participar plenamente y en pie de igualdad en la vida de su propia comunidad y en la de la comunidad nacional.

A pesar de la vigencia de este marco jurídico, los programas y estilos de trabajo autoritarios en los que son formados niños, niñas y jóvenes refuerzan el pensamiento y los mecanismos de discriminación social, de género y étnica, ya que la formación que reciben, sean indígenas o no, niega el diálogo entre los distintos pueblos que conviven en la nación, condiciona conductas sexistas y prácticas clasistas. No obstante,  se hace responsables de la discriminación a personas individuales ocultando el hecho de que son causales estructurales y sistémicas y las propias políticas educativas del Estado las que generan las condiciones en que los estereotipos discriminatorios se expresan.

Así, la escuela ha funcionado como un poderoso instrumento de asimilación de los pueblos indígenas al modelo cultural, político y social de la nación mexicana, en el que la educación que se imparte no se adapta a la situación, contexto y necesidades de los pueblos indígenas. Por el contrario, se imponen calendarios, docentes, material didáctico, planes de estudio y orientaciones pedagógicas que son únicas para todo el país. Además, la calidad de los servicios educativos que reciben los pueblos originarios es inferior a la de otros sectores de la población nacional y los instrumentos de políticas públicas –como la prueba Enlace, que supuestamente mide el desempeño de los educandos— son discriminatorios y constituyen una herramienta más contra las lenguas y culturas  de los pueblos indígenas.

Actualmente, la escuela en todo el sistema educativo nacional opera como una instancia  mono cultural, autoritaria, alienante y excluyente. La presencia de estereotipos en los procesos, programas y prácticas educativas de la escuela encubre formas perversas de discriminación, en la medida en que los sujetos son abstraídos de sus contextos y formas concretas de vida.  Por ello, es urgente poner en el centro de los esfuerzos de los educadores, los procesos y problemas que viven las personas, a fin de aportar a la construcción de nuevas formas de trabajo pedagógico que orienten tanto a los profesores, como a los procesos de formación docente. Esta perspectiva requiere sistematizar las prácticas, hacer investigación y construir experiencias.

También los maestros –incluso muchos de origen indígena-- son agentes conscientes o inconscientes que reproducen la discriminación socio-étnica y el patriarcalismo que el Estado promueve. Tomando en cuenta esta realidad, debe haber una reflexión autocritica de nuestras propias prácticas educativas para dilucidar estrategias efectivas de la lucha de los pueblos indios.  En esta dirección, la forma más coherente de combatir la discriminación y practicar una educación con pertinencia cultural es a través del fortalecimiento pleno de la autonomía de los pueblos y de los sujetos sociales y políticos subalternos,  y mediante prácticas contra hegemónicas en todos los espacios, sectores y territorios, incluyendo las instituciones del Estado. Sin embargo, se requieren cambios profundos, radicales, que den viabilidad a un gobierno nacional que mande obedeciendo. Sólo sujetos auto desarrollados -que no son representados por nadie- pueden construir su destino y atender a las necesidades, intereses y aspiraciones propias.

Los procesos autonómicos  indígenas son formas básicas de respeto y entendimiento entre diferentes. Los pueblos indígenas que luchan desde y para la autonomía, hoy dan cuenta de un gobierno y prácticas políticas radicalmente diferentes a la lógica del Estado capitalista. Es por ello que la sociedad civil juega un papel fundamental en la medida en que se renuncie a la visión estatista y se transite hacia los caminos de la autonomía.

Ante la permanente amenaza de las corporaciones a los territorios, recursos y saberes de los pueblos, la autonomía redefine la relación con el entorno circundante. En la profundidad del territorio como base material de la identidad étnica, se busca la unión complementaria de productores, comercializadores y consumidores para desarrollar una economía solidaria y la autosuficiencia alimentaria, así como la generación de proyectos económicos para beneficio general, optimizando todos los esfuerzos para el ejercicio real de la autonomía como tarea de todos y todas. La defensa de los sujetos autonómicos a la acción del mercado y sus agentes estatales significa el control de ese territorio y sus recursos desde abajo (comunidades y organizaciones) y desde la sociedad civil nacional e internacional que acompaña en ocasiones a estos movimientos.

Los procesos educativos y de socialización, asimismo, se generan a partir de y por las comunidades y organizaciones, horizontalmente y tomando en cuenta que el patrimonio cultural y político surgido de los pueblos y otros actores populares, y aquellos con contenidos liberadores que enriquecen a los sujetos autonómicos, en el entendido que el dialogo intercultural fortalece la autonomía.

Los pueblos indios que reivindican la autonomía han mostrado un camino de construcción del poder popular que descansa en sus propias fuerzas, sin intermediarios, burocracias, políticos profesionales, clase política, mesías o tlatoanis que decidan por otros. El grupo Paz con Democracia, integrado por intelectuales y académicos mexicanos, ha retomado esta experiencia y en su Llamamiento a la Nación Mexicana publicado a finales del 2007{tip ::Pablo González Casanova, et al. Llamamiento a la Nación mexicana. México: Plaza y Valdés. 2007}[1]{/tip}, convoca a la construcción de instancias autónomas en todos los espacios de la vida social, tomando en cuenta la complejidad y heterogeneidad que caracterizan el ejercicio de la autonomía como principio y estrategia políticos más allá de los autogobiernos indígenas en las etno-regiones.

Esta propuesta se fundamenta también en una historia de participación popular en todos los procesos y movimientos trascendentes en la vida del país (guerras de independencia y reforma, revolución 1910-1917, décadas de lucha social y democrática en contra del régimen de partido de Estado y sus actuales continuadores y cómplices del Partido Acción Nacional), que devino en traiciones y en relego de los sectores populares a la hora de los desenlaces y consolidación de esos procesos.

 


[1] Pablo González Casanova, et al. Llamamiento a la Nación mexicana. México: Plaza y Valdés. 2007

 

El cuexcomate

PROLOGO

Una tradición de los pueblos sembradores del maíz, fue la costumbre de guardar su maicito, en LOS CUEXCOMATES de tierra, para el tiempo de secas, las gentes y los animales de trabajo, tuvieran que comer. La imagen del cuexcomate nos recuerda el valor sagrado de maíz y la levedad de la vida humana hecha también de tierra. Es una tradición cultural mesoamericana. Aunque se menciona al pueblo de Chalcatzingo como el ejemplo de un pueblo cuexcomatero, lo encontramos en todos los pueblos del Estado de Morelos. En la región de Morelos Se conocen dos tipos: el de olla en la parte norte y oriente del Estado y el  modelo circular de Xoxocotla. La  percepción, conocimiento y conservación del cuexcomate, es de interés para  los antropólogos, los historiadores, los arquitectos, los historiadores del arte, pero sobre todo  a todos aquellos cuya conciencia cultural tiene que ver con la arquitectura histórica, la cultura regional y particularmente la arquitectura de tierra.

 

EL CUEXCOMATE

El cuexcomate conocido como granero desde la llegada de los españoles a Mesoamérica, está formado por una base redonda, una olla y un techo como elementos arquitectónicos; los materiales tradicionales son tomados directamente de la naturaleza, y se aplican en forma artesanal. Es una obra arquitectónica olvidada, como olvidados estan el tlecuil, el brasero, el horno el temascal y otros  borrados del diccionario por nuestra tecnologizada cultura, solo útiles cuando la tecnología nos traiciona, que por cierto: sucede frecuentemente.

En la vista de un cuexcomate, campea magistralmente la importancia de la obra y la habilidad del artesano. Además de saber cuántas cargas de  maíz cabrán, sabe orientar el trazo de acuerdo al nacimiento y ocaso del sol y con la transversal que indica el norte y el sur forma la cruz cuyo centro, guiará el trazo. Sabe qué tipos de materiales son necesarios, dónde y cuándo obtenerlos, en que tiempo lunar cortarlos, como guardarlos hasta que son usados. Mediante círculos de zacate trenzado bañado con lodo, el artesano va formando dando forma a la  olla elevando su altura guiado solo por el hilo que sale del centro de la cruz y utilizando un andamiaje apropiado al avance de la altura. Cuando la altura es suficiente, coloca el faldón alrededor de la olla para que sirva de base al techo. Este es un cono de zacate cocido a la estructura de morillos: en la punta coloca un cono de arcilla cocida para que el agua escurra sobre el zacate. La artesanía es una profesión y los artesanos unos profesionales de una arquitectura especializada, no tienen reconocimiento ni lo necesitan. Conservan una filosofía de vida, diseñan un objeto útil para una necesidad vital, conocen los materiales y la capacidad de trabajo que tienen, conocen los bancos de material y el tiempo de cortarlos guiados solo por su conocimiento astronómico, conocen los tipos de tierra y saben cuál es la conveniente para su obra y saben cómo aplicarlos de la manera . El artesano del cuexcomate forma parte de una antigua tradición cuyos conocimientos se trasmiten por  generaciones. Gozan de un amplio prestigio entre las comunidades maiceras. Ante el embate de la traicionera tecnología, el alto costo de sus especialistas y la corta vida útil que tienen los nuevos elementos de uso, la preservación del artesano y de los cuexcomates es imperativa.

El maíz, hasta hace poco fue UN ALIMENTO SAGRADO. Su sacralidad le viene de su filosofía popular religiosa expresada en una tradición litúrgica social y domestica profunda, que ha pervivido en la sociedad cristiana por su carácter cultural identitario. La identidad cultural de las comunidades maicera ve en el maíz el alimento cercano a la tierra como el hombre que nace de ella y a ella vuelve. Un elemento de la sacralidad litúrgica del maíz es el lugar donde se deposita en reserva: el cuexcomate. Un corazón formado con las mejores mazorcas bendecida se coloca en el fondo del granero para que el maíz nunca se acabe, y cuando esto suceda, este corazón dará el aviso, tal como sucede en la vida humana. El autor hace referencia a las diversas plegarias que acompañan a esta liturgia. El cuexcomate está, como la misma vida, en constante peligro de extinción, como  lo están sus productores, como también lo está la tierra. Por este motivo el autor ha diseñado y propone un proyecto de rescate de la tradición cuexcomatera.

 

ALGUNAS REFLEXIONES

La tierra es vida

Esta, no es una afirmación retórica para este momento humano depredador de la tierra y el medio ambiente en que vivimos. Agricultor, maíz y cuexcomate surgen de la tierra y a la tierra regresan; la tierra es parte substancial de la naturaleza humana,  cualquier intento de alterar este orden trastorna el orden establecido por la naturaleza; eso justifica los esfuerzos por recuperar, restaurar y conservarlos. Desde el primer humano hasta el que apague la última luz, somos producto de un puñado de tierra que más tarde servirá para hacer germinar el maíz, construir su espacio de reserva y el espacio de reserva humana: nuestra casa personal y común. Casa y cuexcomate son  obras de arquitectura post artesanal: son obras de tierra y la tierra es vida. Conservar la tierra es conservar la vida. Tampoco esta afirmación es una forma literaria. La tierra es la única casa común que tenemos y por extensión, nuestra casa personal, es la única tierra que tenemos: son las únicas casas que tenemos como reservas de la vida: la tierra y nuestra casa. Su conservación es la conservación de la vida.

 

La conservación de la casa es la conservación de sus procesos

La construcción de la casa fue producto de la tradición artesanal, hasta la llegada de los especialistas, socios del capital quienes dividieron la construcción entre artesanos y arquitectos: los artesanos  no formaban parte de esta sociedad capitalista. La tradición crea modelos permanentemente de acuerdo a circunstancias diversas como el clima, la orientación, los materiales, las alturas etc.,  lo que le valió su permanencia. Cuando la construcción se profesionaliza se rompe la tradición de los modelos y, en lugar de actualizar la tradición del espacio, los materiales, y las tecnologías, volvieron los ojos hacia los modelos extranjeros, mientras los artesanos, el maíz y el cuexcomate comenzaron su regreso a la tierra que vino a convertirse en botín, propiciando la guerra de clases sociales.

La conservación de los objetos tradicionales es obra de artesanía y necesita el trabajos  artesanal colectivos, disciplinares y transdisciplinares. La construcción del cuexcomate es la construcción de una obra arquitectónica que implica un grupo social y un producto social.   Actualmente, las obras de esta naturaleza tienen poca eficacia y es difícil conseguirla como obra personal, de ahí el éxito de las grandes constructoras.  El trabajo visto por nuestro autor  desde la antropología es un trabajo bien logrado acerca del cuexcomate como objeto. Pero el Cuexcomate es algo  más que un objeto es una reserva de vida con toda su tradición de largo tiempo.  Considerando además que los artesanos de esa obra están en proceso de desaparición, en un proyecto de rescate y conservación, y que el maíz está desapareciendo como alimento, son necesarias otras visiones de esta necesidad, otra actualización y otra forma de entenderlo como un elemento cultural necesario satisfactor, mismo tiempo, de las necesidades  del habitar actual.  Tal vez el apoyo de algún arquitecto, de jun contador, de un ingeniero, de un historiador del arte, y otros harían factible la conservación de los testimonios construidos de la cultura. Sin embargo,  el sistema educativo en que están inmersas estas profesiones, no alienta la solidaridad académica y profesional, como tampoco permite el ejercicio profesional sin crear los monopolios.

 

Una continuidad ausente

Las comunidades de artesanos tocan a su fin; primero porque los viejos artesanos están desapareciendo y que podrían continuar la tradición están modificando su forma de vivir, segundo, porque el maíz ha sido desplazado por la comida preparada y rápida para satisfacer la acelerada vida que este sistema comercial impone y tercero, porque la tierra se acorta y sus peligros se agrandan. Las artesanías, históricamente se fueron profesionalizando absorbida por la necesidad laboral del sistema. Las escuelas de arquitectura, diseño, urbanismo e ingeniería, serían las herederas de esta tradición, sin embargo, los clientes de estas profesiones tienen como modelos los sistemas empresariales fuera del de quienes tienen necesidades semejantes, pero economías desiguales.  El sistema social en que nos educamos, vivimos y ejercemos nuestro trabajo, tampoco lo permite.

 

Hay  una pérdida gradual  de valores

Cada día, se acorrala el uso del maíz porque los empresarios necesitan las tierras para  el ocio y la recreación; porque el sistema empresarial, el turístico y el de servicios del Estado, necesitan las tierras de los campesinos como en otro tiempo lo hicieron las haciendas para crear las grandes empresas azucareras. Por otro lado, las empresas han acelerado la vida laboral para explotar la fuerza de trabajo proveyéndola de comida preparada que las empresas mediáticas masivas explotan en gran escala y con una estrategia eficiente de consumo, DEJANDO AL CAMPESINO AL MARGEN. Las tierras se han quedado sin fuerza de trabajo,  el maíz ya no tiene tierra donde nacer y los futuros campesinos huyen hacia paraísos de espuma. Las empresas extranjeras conquisten nuestra tierra, sus empresas explotan nuestra mano de obra y el maíz ya no es alimento humano; El estado crea distractores que ocultan las verdadera intenciones entreguistas en la que está profundamente inmerso el Patrimonio Histórico y Cultural.

 

EPILOGO

Uno de sus elementos más significativos de la cultura del maíz y del cuexcomate es su carácter simbólico. El maíz, como la vida, provienen de la tierra y a ella vuelve; en este proceso existe una teología y una liturgia de las semejanzas entre lo divino y lo humano que daba como resultado una cultura de la vida; la incultura de esta filosofía impide las expresiones de esta cultura; por otro lado, los líderes civiles y los religiosos están asociados a la economía nacional dirigida por el Estado que, con manos libres, juega con la vida de nuestra sociedad.

Sin formación de profesionales, sin medios de producción, sin necesidad del maíz y con un alto costo, la producción del cuexcomate, como la cultura devienen en innecesarias, con una subsistencia difícil y en proceso decadente convirtiéndolos en lujos fuera del alcance popular y objetos de museo. La vida, el cuexcomate y el maíz se han convertido en objetos de museo, desechables y con una vida reducida. Esta es la tarea que tenemos por delante: conocimiento, reflexión y acciones por el rescate de la vida simbolizada en el CUEXCOMATE.

Número 4, Diciembre de 2011

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