28, Diciembre de 2013

Una vergonzosa Reforma energética

[1]

La globalización neoliberal ha consistido, esencialmente, en libertad de movimientos para los capitales y las mercancías. El resultado es horriblemente destructivo para los pueblos y los ecosistemas: un filósofo como Manuel Cruz escribe que lo que tenemos es “un orden social, político y económico convertido en un monstruoso artefacto de generar daño y sufrimiento”. A partir del 2007-2008, eso debería resultar evidente para todo el mundo.

Jorge Riechmann[2]

El documento que el ejecutivo nacional presentó el martes 20 de agosto del año en curso como iniciativa de reforma energética para nuestra nación no puede ser sino calificada como entreguista y miope. Recordemos que se califica, en la historia nacional, como entreguista a aquella posición política (desgraciadamente bastante común en nuestra historia) donde se entregan los bienes nacionales a los intereses del gran capital, sea nacional o transnacional. La miopía, por otra parte,  es un tipo de afección visual que impide, a quienes la sufren, poder apreciar aquellas figuras que se encuentran lejos, las cuales se desdibujan como manchas borrosas. La miopía impide la mirada de lo lejano y, en sentido figurado, califica a aquello que carece de mirada certera y de largo plazo.

 

La reforma energética elaborada por el equipo de Peña Nieto si bien es cierto que es mucho mejor que la que el PAN viene proponiendo desde hace varios años (y que implica una apertura al libre mercado del sector energético en todas sus áreas y de todas las maneras posibles), de todas formas no se coloca, desde nuestro punto de vista, en la posición correcta y sustentable.

A pesar de los spots publicitarios que continuamente lo niegan, es evidente que la reforma de Peña Nieto abre varias áreas del sector energético a la inversión privada (sea ésta nacional o extranjera): desde la exploración y la explotación bajo “contratos de utilidad compartida” hasta la construcción de refinerías, lo cual es, ciertamente, una forma de privatización, aunque bajo la tutela del Estado, lo cual es lo menos malo que podría ocurrir (aunque el grave riesgo de tales nuevos contratos es que, como ha ocurrido en otras ocasiones, los particulares se queden con “la carnita” del negocio y el país sólo con los huesos). Tampoco olvidemos que en la propuesta de Peña Nieto la tutela del Estado mexicano es clara en los hidrocarburos que se encuentran en tierra o en aguas someras, pero que los que se hallan en aguas profundas o el gas pizarra (el famoso “Shale gas” que se obtiene mediante el hipercontaminante proceso del “fracking”) quedan prácticamente sin vigilancia por parte de nuestro Estado (bajo el pretexto de que carecemos de la tecnología para impulsarlos… como si ella no pudiese, con el tiempo, adquirirse).

Los argumentos, además, que justifican la iniciativa de reforma de Peña Nieto (que PEMEX requiere del capital privado para mejorar su operación, que Pemex es ineficiente y que las petroleras del mundo están privatizándose) son evidentemente falsos cuando se revisan las enormes cantidades que PEMEX ingresa al erario público como impuestos petroleros o cuando simplemente se lee lo que hace explícito A. Gerhenson en su estudio El petróleo de México. La disputa por el futuro:  “Es falso que las petroleras noruega y brasileña se hayan abierto a la privatización, al contrario, están ampliando el control de sus recursos”,[3] es decir, que no es cierto que las mayores empresas petroleras del mundo estén privatizándose.

Bastaría con que se redujese en una buena proporción la sangría que hace la nación a PEMEX para que dicha empresa pudiese refinanciarse y continuar la exploración, explotación y construcción de refinerías que el país requiere.

Es más, la reforma energética de Peña Nieto no es solamente una privatización es peor, se trata de una transnacionalización (vide infra).

Desde mi punto de vista, sin embargo, el problema más importante de la reforma de Peña Nieto radica en que se presenta desde una lógica meramente extractiva, es decir, sigue basándose en un escenario donde parece que México será una nación exportadora de petróleo por siempre, lo cual no es precisamente lo que indican las cifras de las agencias internacionales ni tampoco las de PEMEX mismo (quién reconoce que alcanzó su pico de producción en el año 2005).

Esa miopía es muy grave pues, según el informe 2010 de la Agencia Internacional de Energía (IEA por sus siglas en inglés), nuestro país obtiene su energía en un enorme 90 por ciento a partir de combustibles fósiles (de las 226,357 miles de toneladas de petróleo equivalente, sólo 19,002 no derivan de petróleo, carbón o gas natural) de, es decir, de recursos no renovables y actualmente en franca declinación.

La producción de Cantarell cae estrepitosamente desde el 2005 y no nos damos cuenta de ello gracias al efecto combinado del descubrimiento de algunos pozos pequeños en aguas someras y a que el precio del petróleo está más elevado que nunca (desde hace meses la Mezcla mexicana se vende, en promedio, a 100 USDlls el barril cuando hace apenas 40 años no llegaba ni a los 10 USDlls). Todo ello permite a nuestros tomadores de decisiones actuar como si nada ocurriese, como si hubiese petróleo y gas “para siempre”.

El asunto es tan grave que hasta los organismos internacionales (OCDE, BM, FMI) han propuesto a México detener los enloquecidos subsidios a las gasolinas. Para poner un ejemplo recordemos que nuestro gobierno informó, en el 2011, que dicho subsidio alcanzó, de enero a noviembre 2010, la enorme suma de 71 mil 466 millones de pesos. Tal subsidio, tal y como denunció ese mismo año la OCDE, no sólo favorece el uso de los contaminantes automóviles de los más ricos (la Secretaría de Hacienda estima que 32% del subsidio lo disfruta el 10% de la población más adinerada, y sólo 4.2% lo aprovechan los habitantes más pobres) sino que hace pensar que en nuestro país se puede seguir tirando la gasolina (es decir, gastándola en los ineficientes motores de combustión interna) como lo venimos haciendo desde hace décadas.

Desde mi punto de vista, una verdadera reforma energética tendría que plantear las cosas de otra manera: en vez de continuar subsidiando las gasolinas y construyendo carreteras deberíamos estar usando esas enormes cantidades de dinero (más de 70 mil millones de pesos en subsidios sólo en 2010, no lo olvidemos) en el fomento del transporte público de calidad (los trenes y metrobuses), en la construcción de ciclovías (para favorecer el uso de la bicicleta) y en el impulso de las energías renovables (solar, geotérmica, eólica, maremotríz, etc.).

Sería maravilloso que se aprovechasen las grandes cantidades de reservas de la nación (algo más de 160 mil millones de USDlls, que para lo único que sirven es para contribuir a la estabilidad del dólar como bien el indica el Dr. Jalife Rahme) en la promoción de “hipotecas verdes” que permitiesen a todos los mexicanos adquirir paneles fotovoltaicos y calentadores solares de agua para sus viviendas, en la promoción de metrobuses y trenes, en la construcción de ciclovías, todo lo cual contribuiría a reducir la huella de carbono de los mexicanos. Cantidad tan grande de dinero también nos permitiría explorar el eje neovolcánico en búsqueda de nuevos sitios para aprovechar la energía geotérmica así como en el fomento de la investigación de otras fuentes de energía renovable (como la eólica marina en las costas de Baja California).

Desde mi punto de vista, una reforma energética que no contemple la reducción de los efectos del calentamiento global es simplemente miope y por ende inaceptable.

Basta sólo con mirar un poco hacia lo que están haciendo en otras latitudes, para que nos demos cuenta de la falta de visión existente en nuestro país: las principales naciones petroleras no van en la dirección de la privatización de sus energéticos sino hacia la nacionalización de los mismos, en Europa (que carece de petróleo) se amplía no la red carretera sino la férrea, en Japón y Alemania se suspende el programa nuclear y se construyen parques eólicos y solares.

Es simplemente vergonzoso que el dinero de nuestro país se despilfarre en subsidios a gasolinas o en la construcción de carreteras y en consecuencia se condene a nuestros hijos a vivir en un país sin energía (pues como nuestros recursos energéticos son no-renovables y en franco declive, no tardarán en volverse escasos con el consecuente aumento en los precios). ¿Cuánto costarán los productos básicos cuando tengamos que pagar las gasolinas sin el subsidio debido a su insostenibilidad, cuando nos las vendan las empresas, seguramente transnacionales que se quedarán con los contratos de PEMEX?, ¿Cuanto costarán cuando a los costos de los vegetales y las frutas se deba sumar el costo real de las gasolinas? ¿Qué mejor estímulo podría tener la producción orgánica y local de alimentos que la competencia en igualdad de condiciones (sin subsidios)? ¿Qué es mejor: aparentar que nuestros recursos no renovables son infinitos o aceptar su declive e implementar un proceso de recambio de ellos hacia las energías renovables, el ahorro energético y la producción local? ¿No sería mejor conservar lo más posible recursos petroleros que en pocos años devendrán escasos para que nuestros hijos y nietos puedan aprovechar las crecientes ganancias que reditúen?

Una verdadera reforma energética tendría, desde mi lectura, que considerar el impostergable tema del fin de la era del petróleo barato pues, si eso queda suficientemente claro, podríamos darnos cuenta de que si ampliamos ahora la generación de energía eléctrica mediante las energías renovables estaremos ahorrando y por ende regalando un maravilloso recurso (el petróleo barato) a las generaciones futuras. Cada barril de petróleo que no extraigamos ahora podrá venderse 10 o 100 veces más caro cuando el fin de la era del petróleo barato se haya establecido.

Tomar en cuenta eso nos permitiría pensar otra reforma energética que se encaminase verdaderamente en la dirección de la sostenibilidad y permitiría un mejor futuro para nuestros hijos.

 

No será privatización sino transnacionalización

Tiene razón la administración de Enrique Peña Nieto. La reforma energética (realmente de la producción petrolera) propuesta por ellos no es una privatización... lo que generará será una transnacionalización.

La diferencia entre estos términos es muy precisa: en la privatización los bienes del Estado se transfieren a los particulares con el objeto de que los administren y quede atrás el monopolio estatal de los mismos. Dicho procedimiento en México lo conocemos muy bien pues se aplicó con enjundia durante el salinato, favoreciendo el establecimiento del libre mercado a la Milton Friedman (cuyos Chicago Boys nacionales ocuparon puestos de gran relieve en la administración mexicana), ese que no ha conducido sino al empobrecimiento creciente de la mayoría de la población mientras las variables macroeconómicas mejoran y el gran capital se acumula cada vez en menos manos.

En la transnacionalización los bienes del Estado se entregan a las grandes empresas transnacionales para que los exploten y administren y, al final, regalen algo de sus ganancias (vía impuestos, esos que en México casi se condonan a las grandes corporaciones) a las naciones que les permiten la explotación de sus recursos.

Es muy evidente que la reforma energética de Peña Nieto no será una privatización pues en nuestra nación no existen las empresas privadas capaces de realizar las tareas de explotación de los hidrocarburos en aguas profundas o del Shale gas. Lo que Peña Nieto propone es una transnacionalización, fenómeno que es también muy conocido y del cual han aparecido en la prensa reciente varios ejemplos: Con la reforma petrolera de Venezuela (bajo la administración de Carlos Andrés Pérez), lo único que se produjo fue reducir la renta petrolera hasta un 45%, se entregó soberanía y amplias franjas de territorio venezolano a las transnacionales. En Kazajistán, donde se descubrieron los yacimientos mas grandes de los últimos años, se asociaron con las transnacionales y como en 10 años prácticamente no recibieron utilidades, decidieron cancelar los contratos, aunque a un alto costo. En Brasil, cuando su petróleo estaba en manos de las transnacionales,  tales empresas se llevaban el 90% de la renta petrolera de su país.

Es muy evidente que la transnacionalización presente en la Reforma petrolera de Peña Nieto deriva del importante interés que tienen las grandes corporaciones petroleras en recuperar su mercado, es por ello que se ha señalado reiteradamente: “A la administración salinista de Peña Nieto, le ordenaron desde Washington la urgente privatización de PEMEX, debido a que las transnacionales petroleras cada día batallan mas para conseguir insumos oleos, por la protección de las reservas y la nacionalización del petróleo en los países productores. Según el presidente de la petrolera ENI de Italia, Paolo Scaroni, las transnacionales petroleras están perdiendo el control de las reservas y la producción de crudo, debido a la nacionalización del petróleo en los países productores. Scaroni sustenta sus argumentos con las siguientes cifras: en los años 70s, las transnacionales petroleras controlaban el 75% de las reservas de crudo y el 80% de la producción, hoy en día las mismas solo controlan el 6% de las reservas y el 20% de gas. En cuanto a la producción las grandes petroleras controlan solo el 24% y el 35% del gas. Para Scaroni el futuro de las transnacionales petroleras es su desaparición o buscar otras fuentes de actividad, debido a la protección y estatización del petróleo en los países productores”.

Y la nota referida concluye: “Por esa razón a Washington y a las transnacionales del petróleo, les urge la reforma energética en México, para saquear nuestros recursos y riquezas petroleras”.

Tales afirmaciones han sido claras y reiteradas. Algo muy similar sostuvo Javier Jiménez Espriú en el Coloquio sobre la Reforma energética realizado en el Instituto de Energías Renovables (IER) de la UNAM el 20 de agosto del 2013 (donde tambien se escucharon muy claras las voces y propuestas del gobernador de Morelos, Graco Ramírez Garrido Abreu, así como de integrantes del mismo IER como Manuel Martínez Fernández y Antonio del Río).

En su intervención, Jiménez Espriú expuso contundentemente las mentiras presentes en la reforma energética de Peña Nieto: “Lo que quiere hacer la reforma energética de Peña Nieto es una privatización. México se ha privatizado por presión internacional. Y en la administración de Calderón ya se hizo una privatización disfrazada. Nuestros gobernantes condenaron la petroquímica básica a la inanición. Actualmente el 35% de la energía del país la entregan empresas privadas. Ahora hacemos una importación masiva de gas natural. Los “contratos de riesgo”, que existen desde hace muchos años bajo la denominación de “contratos de servicios múltiples” son ilegales. Y también los de “utilidad compartida” que propone Peña Nieto. Por eso se quiere cambiar la Constitución. Deberíamos aprender de la experiencia de los que ya se equivocaron. Ciertamente, el Petrobras privatizado generó mas dinero... ¡pero para sus accionistas! Por eso Lula decidió recuperar las acciones de Petrobras. En Noruega recuperaron su petróleo y construyeron una empresa nacional fuerte. Bolivia era espulgada por las transnacionales, por ello, en 2006, renacionalizó su petróleo. En la Venezuela de Carlos Andrés Pérez ocurría lo mismo que en México, tenían Contratos de servicios que no eran sino un robo disfrazado. Es por eso que Chávez, en el 2006, exige romper esos contratos. En Ecuador también  cancelaron tales contratos. Y las instancias internacionales condenaron a Ecuador a pagar. Pero a pesar de eso lo hicieron. En Kazajastán se descubrió el yacimiento más grande del mundo. Lo privatizaron y durante años sólo recibieron el 2% de la producción. Al final lo cancelaron. Hagamos caso al Premio nobel de economía (2001) Joseph Stiglitz: “No entreguen su petróleo, las empresas petroleras hacen trampa”.

 Y el gobernador de Morelos abundó en esa dirección: “lo que México necesita es que Pemex sea una empresa bien administrada y sustentable”, “el Estado debe ser el rector de la soberanía energética, no se le puede dejar al mercado. Y que los contratos sean claramente constitucionales para que pueda haber más transparencia. Es necesario que la izquierda muestre que está dispuesta a modernizar al país. Y que Pemex sea una empresa de Estado según el modelo francés... para que Pemex sea una empresa bien administrada y sustentable.”

Sinceramente pienso que muchos mexicanos pensamos que lo que México necesita no es una privatización de PEMEX y mucho menos una transnacionalización, sino permitirle crecer gracias a una reforma tributaria que le permita reinvertir una parte importante de sus ganancias. PEMEX genera suficientes ingresos para ello. No necesita abrirse al capital transnacional.

Desgraciadamente parece que nuestra nación es incapaz de aprender de la experiencia. Digo esto porque en nuestro país olvidamos muy rápidamente la naturaleza de las grandes corporaciones transnacionales: dichos organismos son entidades depredadoras de las economías locales, que siempre se llevan más dinero del que invierten y cuyo objetivo no es el mejoramiento de la situación económica o ambiental de los lugares donde se asientan sino, pura y simplemente, que su capital retorne incrementado en el menor lapso posible de tiempo. Y para lograrlo no dudan ni un segundo en corromper gobiernos y voluntades, dañando profundamente a las sociedades donde se establecen.

Y cuando lo que esta en juego es el elemento clave de la riqueza de nuestra nación, nuestro petróleo, ese que apenas nos mantiene a flote en el escenario mundial, la situación se revela mucho más grave.

¡Que lejos están aquellos años en los cuales la economía mexicana se parecía a las finlandesas o suecas!, con un gobierno fuerte que proveía de una educación pública de calidad, de servicios médicos públicos (el otrora magnífico Seguro Social) y sindicatos y empresas paraestatales abundantes y generadoras de también abundantes empleos.

La guerra que los Chicago boys mexicanos insertados en los gobiernos de Miguel de la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y ahora Peña Nieto, que aplican a pie juntillas las tesis de Friedman sobre la liberalización de los mercados en contra de la rectoría responsable del Estado, se realiza ahora de nuevo y con una gran virulencia.

Es simplemente vergonzoso que la corruptora empresa Monsanto, esa que ha sido expulsada de Europa por sus prácticas y dañinos productos haya sido elegida por el gobierno de Peña Nieto para acompañarlo en su "cruzada contra el hambre".
Y no es menos vergonzoso que en su Reforma energética sus acompañantes sean las grandes corporaciones petroleras. Serán ellas, y no el pueblo mexicano, las beneficiadas.
Por otro lado tanto el Dr. Manuel Martínez Fernández como el Director del Instituto de Energías Renovables de la UNAM, el Dr. Antonio del Rio Portilla, indicaron: “En la reforma energética de Peña Nieto no se contempla el estímulo a las energías renovables. Su reforma energética tampoco dice como activar las energías renovables. Sólo la propuesta del PRD menciona que no impulsar a las renovables ha frenado al país. Si se las impulsara el Producto Interno Bruto aumentaría del 1% al 3.5%. En resumen, las fuentes de energía renovable deben ser impulsadas para el bien del país”.

No podemos estar más de acuerdo con dichas tesis: el futuro energético del mundo no puede marchar sino por el camino del ahorro y la independencia energética que permiten las energías renovables.

 

El FEPB: elemento olvidado de la Reforma energética de Peña Nieto

El Fin de la Era del Petróleo Barato (FEPB), a pesar de su enorme importancia en los estudios de prospectiva mundial, se encuentra prácticamente olvidado en la iniciativa de Reforma energética propuesta por el ejecutivo de nuestra nación. Considero que su importancia es tan grande que merece le dediquemos un capítulo especial.

En primer lugar recordemos que la humanidad consumista y globalizada de nuestros días existe gracias a una fuente energética que explota como si fuese inagotable: la de los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas natural). El petróleo, una substancia que la naturaleza tardó millones de años en producir y que la humanidad conoce desde hace miles de años (aunque explota sin freno desde hace poco más de un siglo), se encuentra en México en decremento paulatino e irremediable. Hemos construido toda una cultura gracias a sus ventajas energéticas y no está demasiado lejana la fecha en la que vamos a pagar los costos de nuestro dispendio y falta de previsión. La humanidad previa a la era del petróleo apenas superaba los 500 millones de habitantes. Esa cifra, gracias al petróleo, se ha multiplicado por 14 y ahora sumamos más de 7 mil millones. La humanidad, en un año, gasta la misma cantidad de petróleo que la tierra tardó 5 millones de años en producir.

La economía global está sostenida en el petróleo. Con petróleo no sólo nos transportamos, son petróleo nuestros plásticos, el gas de nuestras estufas y calentadores, gran cantidad de nuestras telas y hasta las suelas de nuestros zapatos. También con petróleo se transportan las mercancías que consumimos, se fertilizan, siembran y cosechan nuestros campos. El hombre moderno prácticamente existe gracias al petróleo. Es por tal razón que su mengua y eventual desaparición tendrá un impacto incalculable. En nuestro país el daño será muy elevado a causa de que casi la mitad del gasto corriente del gobierno (con lo que se paga el salario de funcionarios, legisladores, maestros, policías y demás servidores públicos) proviene de los ingresos petroleros. Además, los yacimientos de petróleo que en nuestros días se descubren son cada vez más pobres o inaccesibles, lo cual implica que su explotación será cada vez menos rentable.

Son muchos los países que, según sus propias cifras, ya han alcanzado su Pico de producción petrolera (Estados Unidos en 1970, Indonesia, Egipto y Venezuela en 1997, Argentina en 1998, Noruega en 2001, Irán en 2003 y México en 2005), es decir, que cada vez pueden explotar (y no “producir”: sólo la tierra es capaz de “producir” petróleo) y vender menos petróleo. A pesar de que los yacimientos “viejos” declinan y los recién descubiertos son pobres, la humanidad, ciega, sigue consumiendo petróleo de manera acelerada, obligando a los países productores a la explotación desmedida de sus yacimientos. Actualmente, por cada barril de petróleo recién descubierto se consumen más de cinco. La disminución del recurso, aunada al aumento de la demanda ha conducido al incremento del precio del petróleo en los años recientes. El barril de petróleo ya no se cotiza abajo de los 10 USDlls (como ocurría a principios de los 70's) sino que se sostiene por encima de los 100 USDlls (y alcanzó los 150 USDlls durante la crisis del 2008).

Recordemos que Daniel Howden (del diario inglés The independent) relató, el 13 de junio del 2007, un debate ocurrido en la capital inglesa entre ejecutivos de British Petroleum (BP) y científicos encabezados por el Centro de Análisis de la Extinción Petrolera (con sede Londres), donde éstos pusieron en duda la evaluación de  sobre las reservas petroleras mundiales de British Petroleum (BP) y advirtieron que el petróleo se agotará antes de lo que los gobiernos y las empresas petroleras están dispuestos a admitir. Según afirmó entonces BP, “el planeta cuenta aún con reservas "probadas" para 40 años de consumo a las tasas actuales”. Los científicos, al contrario, afirmaron que “la producción global de petróleo llegará a su punto más alto en los cuatro próximos años (y no se equivocaron, según indica la ASPO[4]) antes de entrar en una decadencia cada vez más pronunciada, la cual acarreará enormes consecuencias para la economía mundial y la vida de los seres humanos”. Y el informe también refiere una entrevista al Dr. Colin Campbell (un veterano de la industria petrolera, director de la ASPO y en cuya trayectoria figuran los cargos de geólogo en jefe y vicepresidente de consorcios como BP, Shell, Fina, Chevron Texaco y Exxon). En dicha entrevista Campbell indicó que “el clímax del petróleo convencional regular -el más fácil y barato de extraer- ocurrió en 2005. Según el análisis, aun si se toma en consideración el petróleo pesado, las reservas de mar profundo y de las regiones polares, así como el líquido tomado del gas, todos ellos más difíciles y costosos de extraer, de todos modos el clímax llegará en el 2011”. Otra voz escuchada en dicho debate fue la de Jeremy Leggert,  otro geólogo “convertido al conservacionismo”, el cual expresó en su libro Half Gone: Oil, Gas, Hot Air and the Global Energy Crisis (Se fue la mitad: petróleo, gas, aire caliente y la crisis energética global): [Todo esto] “me recuerda esos años en los que nadie quería escuchar a los científicos que hablaban de calentamiento global. En ese tiempo predijimos sucesos con mucho apego a la forma en que ocurrieron. Entonces como ahora nos preguntábamos qué haría falta para que la gente escuchara. No es una conspiración: es una negación institucional”. “En 1999 las reservas petroleras británicas en el Mar del Norte llegaron al clímax, pero en los dos años posteriores era herejía que alguien en círculos oficiales lo dijera. Se consideraba que no satisfacer la demanda no era opción. Es más: era una traición”.

Otro expetrolero que expresó su opinión en tal debate fue Chris Skrebowski, encargado de la planificación a largo plazo de BP en la década de los 70's y en esos años director de la Petroleum Review: "Tenemos capacidad suficiente para los próximos dos años y medio. De ahí en adelante la situación se deteriora". Y dado que la demanda de petróleo de todo el mundo crece imparable (sobre todo gracias al crecimiento de las economías de China, India, Rusia y Brasil), la situación no se podrá sostener durante mucho tiempo.

Las repercusiones en México del declive mundial de la producción petrolera serán variables. Inicialmente no nos irá mal pues a pesar de que, como ya señalé, el pico de la producción mexicana, según PEMEX y la ASPO, ya pasó, de todas formas, dado el desmesurado aumento del precio del petróleo, al principio apenas si notaremos sus efectos pues seguiremos recibiendo asi la misma cantidad de dinero por las exportaciones. Pero eso no durará mucho.

En el informe de PEMEX presentado sus inversionistas en mayo de 2005 se informó que el yacimiento de Cantarell, el más importante de México y el segundo más importante del mundo, declinaría desde fines de ese año, lo cual ha hecho de manera muy acelerada (la producción de Cantarell en nuestros días ya no alcanza ni los 400 mil barriles diarios mientras que en el 2004 rebasaba los 2 millones de barriles diarios). Nuestras reservas “probables”, y de ninguna manera tan grandes como lo fue Cantarell, reposan a miles de metros bajo el nivel del mar y la tecnología (que actualmente no poseemos) para extraerles el petróleo es muy cara y riesgosa (no olvidemos la catástrofe del Deep Water Horizon de BP/Halliburton), lo cual generó la propuesta de Peña Nieto de entregar dicha explotación a las empresas privadas (a las transnacionales). El Shale gas (o gas de esquisto o pizarra) tampoco es una opción pues, aún peor que el petróleo de aguas profundas, su tasa de retorno energético (en inglés la Energy returned on energy invested o EROEI) es muy baja, es decir, la explotación de Shale gas, además de terriblemente contaminante, no es muy rentable dado que la tecnología que requiere su explotación es muy cara (es menester excavar, a grandes costos, miles de Kilómetros bajo el suelo para fracturar hidráulicamente la roca y extraer el gas, todo lo cual daña acuíferos y libera gases inflamables).

Todo parece indicar que, de aprobarse la Reforma energética de Peña Nieto, se cumplirá eso que el 22 de octubre del 2008 informó el diario Reforma en su primera plana: que México se convertirá en importador de petróleo en sólo 9 años. Y para el 2017 ya sólo nos faltan 4 años.

Y no sólo México, la humanidad toda se encuentra en las últimas décadas de la que ha sido denominada la era del petróleo barato, una donde la humanidad ha podido reproducirse de manera muy exitosa y que también condujo al principal error humano: la generación de gases de invernadero y el consecuente cambio climático. En ese sentido, Henri Prevot indicó en su libro Demasiado petróleo[5] que aún contamos con suficiente petróleo para acabar con nuestra atmósfera, es decir, que es suicida continuar arrojando las enormes cantidades de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero que actualmente arrojamos a la misma.

En México es menester revertir el error que cometimos cuando decidimos seguir el modelo de los Estados Unidos y cambiamos nuestros trenes por autos. Requerimos volver a tejer una enorme red de vías férreas que permitan el transporte de personas y mercancías. Gran parte de Europa, a pesar de no contar con el regalo del petróleo, ha logrado mantener su elevado nivel de vida gracias a su eficiencia energética, y sus trenes han contribuido ampliamente a ello. Las vías férreas y las energías renovables son nuestra única posibilidad ante la cada vez mayor escasez de petróleo. Todos sabemos, sin embargo, que las vías férreas son muy caras de producir.

Afortunadamente contamos con otra solución que ha mostrado su valor en muchas ciudadaes latinoamericanas, así como en la Ciudad de México: el Metrobús. El Metrobús por contar con una “vía libre” logra niveles de eficiencia espectaculares en sus recorridos. Por ser un transporte público, en vez de tener que mover una tonelada (lo que pesa un auto promedio) mueve sólo 70 Kgs (lo que pesa una persona promedio) y ello implica un enorme ahorro energético.

Los hombres de la era del petróleo barato seremos considerados como la fase máxima de la estulticia humana, esa que agotó irracionalmente su principal energético y, al mismo tiempo, cubrió con gases de efecto invernadero la atmósfera terrestre.

El fin de la jauja petrolera mexicana significará, para nuestra petrolizada economía,  un golpe contundente: para antes del 2020 el presupuesto utilizado para pagar a funcionarios, profesores, soldados y todo empleado de gobierno, se reducirá en un gigantesco 40%. Y ante una crisis tan grave el escenario es el de una catástrofe social.

Es por todo esto que múltiples académicos e investigadores estamos asombrados ante la propuesta de Reforma energética de Peña Nieto pues para ella parece no ser necesaria la reconversión energética (la generación de energía no mediante hidrocarburos sino con fuentes renovables). De aprobarse, en muy pocos años será muy caro mover a la industria y a los automotores. Y cuando volvamos a ser una nación importadora de petróleo la gasolina aumentará de precio no en unos cuantos centavos sino ¡en varias veces el costo actual!

Una verdadera Reforma energética debería contemplar la reconversión energética, la generación de transporte público de calidad y la ecoeficiencia. Sería también muy importante que desde el ejecutivo se impulsase la educación de la población para instruirles en las formas de producir orgánicamente, y en espacios reducidos, sus propios alimentos, en la manera de recuperar los suelos contaminados por los agroquímicos (los cuales hacen a los campesinos dependientes del uso de fertilizantes y pesticidas inorgánicos cada vez más impotentes ante las “supermalezas” y los “insectos resistentes”), es decir, debería estar pensando en el México que legaremos a nuestros hijos y nietos.

Nos quedan muy pocos años para iniciar la reconversión que nuestra nación requiere si pretende sobrevivir al fin de la era del petróleo barato y la Reforma energética de Peña Nieto no avanza en esa dirección.

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[1] Dr. en Filosofía. Presidente de la Academia de Ciencias Sociales y Humanidades del Estado de Morelos, integrante de la UCCS, la Martin Heidegger Gesellschaft y Coordinador del CCDS Morelos de la SEMARNAT. Actualmente es también Profesor de TC del Posgrado en Filosofía del CIDHEM.

[2] Riechmann, J. (2012), El socialismo puede llegar sólo en bicicleta, Los libros de la catarata, Madrid, pp. 166-167.

[3] Debate, México, 2010.

[4] Siglas en inglés de la Asociación para el Estudio del Pico del Petróleo y el Gas.

[5] Trop de pétrole, Seuil, Paris, 2007.