Número 7

25 Escribía Hertz en el epígrafe que preside su obra: “¡Qué semejanza tan perfecta de nuestras dos manos, y sin embargo, ¡qué desigualdad más irritante! […]La mano derecha es sím - bolo y modelos de todas las aristocracias; la mano izquierda, de todas las plebes. “ 1 A la luz de nuevas evidencias etnográficas y et - nohistóricas africanas se ha planteado la relativi - dad cultural del aserto de Hertz sobre la preemi- nencia de la mano derecha. 2 Sin embargo, tiene el mérito de haber llamado la atención sobre los vín - culos de la mano derecha con la cultura y el orden social jerarquizado. Desde nuestro prisma antropológico, hemos pre- ferido atender las aristas culturales de dos pequeñí - simos fragmentos corporales, patologías aparte, nos referimos a los lunares y a los ombligos. Lunares y ombligos aparecen en los mitos, en los diferentes gé - neros artísticos y literarios, en la medicina y el saber higienista, en el erotismo y la estética corporal. Primera entrada visual El lugar del ombligo y del lunar en la cultura y por ende, en el proceso histórico que le corresponde, no es irrelevante. La trivialidad o banalidad de los tópi - cos académicos no necesariamente responde a una moda posmoderna, por el contrario, son deudores de la cultura popular y de la cotidianidad que envuel - ve la vida no sólo de los llamados informantes, sino también de los antropólogos e historiadores. Los académicos comparten con el resto de la sociedad, ciertas imágenes sobre las partes del cuerpo que gra - vitan en el imaginario social. Si el cabello y la barba fueron objeto de dos penetrantes crónicas cultura - les elaboradas por José Carlos Mariátegui en sus dos edades autobiográficas -la de “piedra” y la “heroica”, por qué no desde nuestro heterodoxo mirador an - tropológico no seguir análogo camino. Hemos pues de echarle ojo y seso, pluma e imagen a alguna hue - 1  (Hertz, 1990). 2  Véase: (Kourilsky et al, 1991). lla generacional que posea raíces en la cultura popu- lar sobre lunares y ombligos. Jacques Le Goff recomendaba en toda investiga - ción tomar en cuenta las palabras que designan el referente a investigar. Las palabras expresan la cul - tura en un tiempo y un lugar determinado. Otro es el camino para estudiar los préstamos lingüísticos entre dos sociedades distintas, los cuales pueden ser identificados, también sus modos de resignificación histórica y cultural. Antonio Gramcsi nos advirtió de que los estudios filológicos pueden trastocar no sólo la semántica y la fonética de vocablos como el ombli - go o cualesquier otro, por perder como referencia el contexto histórico y relacional entre dos pueblos que hablan lenguas distintas. Criticó en esa dirección a Trombetti por su falta de rigor al punto de hacer una ridícula interpretación lingüística: Recuerdo un caso curiosísimo de un verbo de movimiento arioeuropeo confrontado con una palabra de un dialecto asiático que significa “ombligo” o cosa parecida, que de - bería corresponder, según Trombetti, ¡por el hecho de que el ombligo se “mueve” conti - nuamente por la respiración! 3 Vamos ahora al lunar femenino. Éste, adoles - cente o maduro, con frecuencia nos despertó aso - ciaciones sensoriales fuertes, imágenes turbado - ras, evocaciones inconfesas, y lo que es peor, sed de conocimiento simbólico y hasta la justificación para redactar este breve y lúdico texto. Lunares y ombligos han sido revisitados dentro del marco de la construcción cultural de la masculinidad, sin des- medro del reconocimiento de otras posibles entra- das alternativas. El lunar femenino es espacialmente capricho - so como marcador corporal, se deja ver o no, se le adivina o nos da la sorpresa, pero en todos los ca - sos, nos fascina. Les aseguro que contar lunares en el mapa femenino, aunque sean de cuenta corta, es mejor que practicar esa aburrida contabilidad 3  (Gramsci, 1999: 121).

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