Número 40

21 Anuncio de la Castamargina en la Gaceta Médica de México, en 1942. de leer esos artículos en inglés, conceden crédito como terapéutica a la planta, ven - dida en mercados y banquetas de su pro- pio país. Luego, el chaparro amargoso será procesado por una industria nacional, los “Laboratorios Garcol”, y su extracto será llamado “Castamargina” y promovido en - tonces entre los médicos contra las amibia- sis de diverso tipo, incluso contra abscesos hepáticos provocados por amibas y hoy menos frecuentes, como “el sucedáneo na - cional de la emetina” (Laboratorio Quími - co Central, 1939; Hersch, 2000: 159 y ss), que era la sustancia utilizada entonces para tratar esas afecciones, contenida en la raíz de la ipecacuana, un bejuco procedente del Brasil. Vemos aquí cómo una misma planta es chaparra y amargosa, es un matorral que cambia de identidad cuando su extracto aparece en otro circuito social como “Cas - tamargina”, término comercial que adquie- re connotación científica al provenir de su género taxonómico combinado con la ter - minación propia de una sustancia química como la de muchos alcaloides, por ejemplo. Y es que plantas como el chaparro amar- goso , la vergonzosa , la hierba dulce , la lengua de vaca , el zopilopatle , el vaporrub se llaman así portando ya en ello una primera carga de sociedad y de cultura, al tiempo que los diversos escenarios bioculturales de la flora contrastan, no sólo por las aproximaciones diferenciales que ellas motivan en los seres humanos en el marco de las particularida- des fisiográficas de los territorios donde co - habitan, sino también como expresión del marco de los sistemas culturales donde la flora cobra sentido múltiple. Cada escenario social, en este sentido y como parte de ello, además de ser un espa - cio biológico y cultural, implica una termi - nología particular que vehicula los signifi - cados asignados a la flora. Y cada planta, por consiguiente, presenta en su biografía cultural (Appadurai, 1991; Kopytoff, 1991) una dimensión lingüística o terminológica particular, reflejando con ello a su vez su itinerario a través de las comunidades hu - manas, es decir, su historia social. Nombrar a las plantas deriva de un ejercicio clasifi - catorio, sea espontáneo o muy elaborado, sea lego o docto, en un proceso no exento de acentos y de connotaciones relevantes en la relación que la sociedad entabla con ese ente biológico. Las aproximaciones a la flora medici - nal, como las que establecen los colectivos sociales respecto a la realidad natural de la que forman parte, remiten esencialmen- te a una dinámica de necesidades humanas, apremiantes o no, las cuales se plasman a su vez en una terminología que favorece su caracterización diferencial. En ese sen - tido, como un elemento referencial para la etnobotánica médica, hablamos de la sinonimia de las plantas medicinales, de especies diferentes que comparten un mis- mo nombre y, a su vez, de nombres dife - rentes adjudicados a una misma especie; y estas diferencias remiten a coordenadas históricas y culturales contrastantes. Es el caso, por ejemplo, del linaloe , del árnica , del gordolobo , de la doradilla que se usan en México, rebautizadas como tales por los europeos al encontrar en especies de Amé- rica características de otras plantas que ya eran de su conocimiento y utilizaban antes de llegar al continente americano.

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