Número 40

22 La atribución de efectos iguales o simi - lares a los de especies así nombradas fuera de México, así como cierta correspondencia básica con sus características organolépti - cas –es decir, que estimulan cualquier ór - gano sensorial– habrían de fundamentar dicha translación en la nomenclatura, mo - tivada siempre, a su vez, por la necesidad de dar respuesta al requerimiento de dichos efectos; el aroma delicado de la madera del lináloe ( Aquilaria agallocha ) proveniente del sureste asiático y que ya Cristóbal Co - lón buscaba en su expedición a las Indias (Hersch y Glass, 2006:24-28), el uso exter - no de las flores de árnica ( Arnica monta- na ) “para facilitar el restablecimiento de la normalidad cuando, a consecuencia de una caída o un porrazo, conviene allanar chichones” (Font Quer, 1983: 828), el efecto benéfico en afecciones respiratorias busca - do en las flores del gordolobo europeo ( Ver- bascum thapsus ), el astringente y diurético de la doradilla ( Ceterach officinarum ), entre otros, serían todos sustituidos respectiva - mente por el de la madera calada de lináloe, un copal aromático ( Bursera linanoe ), por el de las flores del árnica del país, menos tóxica ( Heterotheca inuloides ), por las flo - res de los gordolobos nacionales (como el Gnaphalium semiamplexicaule ), por el de nuestra doradilla ( Selaginella lepidophylla ), que no es un helecho como el así nombrado en Castilla, pero que de manera similar “en tiempo muy seco sus frondes se encogen y apelotonan” (Font Quer, 1983:65). Como bien se sabe, además de una aplicación y una funcionalidad, las pa - labras tienen su historia, lo que resulta fundamental también en el campo de la antropología médica. Se pueden mencio- nar entonces algunos elementos de ello en lo que sigue, tomando ciertos ejemplos de los diversos escenarios sociales de la flora en México. Los escenarios de la flora son escenarios de la lengua Hemos focalizado cinco grandes escenarios sociales de la flora medicinal en nuestro país, sin que ello implique su totalidad. En el primer escenario referido ya, el de la autoa- tención y en particular el de la medicina do - méstica, las plantas ocupan un lugar como recursos en estrategias de sobrevivencia, y como tales se aplican de manera pragmática aunque correspondan a saberes de diverso origen: los que provienen de la tradición, de los consejos de la vecina en el momento de lavar o tender la ropa, de los discursos, prácticas y recursos de los médicos titula - dos o de los autohabilitados como tales, de los anuncios televisivos y de otras fuentes, como puede ser incluso lo que se escribe en los empaques de los medicamentos que se guardan en las alacenas de muchos hogares. De ahí que emerja una terminología hete- rogénea, asignada a los problemas de salud que motivan el uso de la planta, a la planta misma y a sus atribuciones. La enfermedad puede ser o no caliente , fría o cordial , o puede ser nominada como “colesterol” o “presión” o “azúcar”; la plan - ta puede ser “tética”, “agarrona”, dulce o amarga: el torneo de términos es inherente a las representaciones y prácticas puestas en juego, y ello vale para todos los escenarios socioculturales, que no lo serían sin nomina- ciones, sin palabras que reflejan el esfuerzo por hacer inteligibles esos saberes para quie- nes los portan. Y es que las madres en ocasio - nes expresan su perplejidad ante la termino- logía médica, como el caso de aquella joven que se pregunta cómo es que el médico le dijo que su hijo estaba enfermo por tener “el gato enterito” (es decir, gastroenteritis). Así, en un segundo escenario, que es el de la medicina indígena, los términos, en su diversidad, remiten al derrotero al que se han visto conducidos los saberes de los pueblos originarios como efecto de su devenir histórico. Las plantas como recur - sos, las prácticas en que se inscriben y las representaciones que presiden a menudo esas prácticas o resultan de ellas operan en un medio terminológico que atestigua, en sus estratos, las diversas influencias sufridas por esos saberes a lo largo de ge- neraciones. El “epistemicidio” al que se refiere Santos (2005) o sus gradaciones y alcances, o los efectos evidentes o tácitos

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