Número 40
25 las plantas medicinales tienen a lo largo de su biografía cultural, donde un término de origen nahua remoto acaba cediendo su lugar, para un mismo preparado semi-ar- caico elaborado con plantas medicinales provenientes de la selva baja caducifolia (entre ellas cuachalalate, quina amarilla, zacatechichi, pericón, tlacopatle) y de otras regiones (gobernadora, cáscara de cacao), a un término comercial, tomado de un pro- ducto farmacéutico moderno que fue ven - dido en el país en los años cincuenta del pasado siglo veinte (Hersch 1996: 125). Así, el tlanechicolpatle , combinación ancestral de plantas con efecto benéfico en las mens - truaciones, se disfraza de Ovaritón para realizarse comercialmente en los circuitos del naturismo urbano y semiurbano. Los términos no sólo acompañan ese proceso de adecuación o de mimesis, sino que resultan determinantes en él. Es el caso de las numerosas combinaciones de especies medicinales que se ofrecen en mercados y en tiendas naturistas adecua- das en empaques de cartón o en frascos, refuncionalizadas con la ayuda de una terminología fármaco-popular estratégica. Estas combinaciones, siempre funcionales en el marco de las estrategias de sobrevi - vencia, se dirigen a la optimización de cier - tas funciones fisiológicas en los aparatos circulatorios, digestivos, respiratorios o urinarios de sus consumidores, y ahí, de nuevo, los términos forman parte sustan - tiva del fenómeno, porque es vestida con esas atribuciones que la planta se presenta para su venta. Las atribuciones, las propie - dades, las virtudes de las plantas medici - nales y de sus preparados se expresan ter- minológicamente. Pero además, tenemos los términos que proyectan una visión de exotismo y/o de retorno a la naturaleza en Tlachinaste, comején, nido de perico Foto: P. Hersch M.
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