Número 48

46 había hecho con el anterior médico, a la vez que le comenté, sobre el diag- nóstico que me había dado, la diferencia entre los dos galenos fue que el neurólogo me realizó pruebas de reflejo en las rodillas, concluyendo que éstas se encontraban bien. Otra pregunta que me hizo fue acerca de cómo me había sentido después del tratamiento que me había dado el traumatólogo, a lo que obviamente mi respuesta fue rápida: “me duele mucho, el dolor no se ha quitado, y pareciera que me rompo en dos”. Ante esta respuesta, el médico me recetó pastillas para el dolor y desinflamantes, además me prescribió usar una faja de cintura, misma que señaló, mandara a hacerla a mi medida. Esta faja tenía soportes de aluminio, recomendó que la usara todo el tiempo, o al menos hasta que el tratamiento surtiese el efecto esperado. Me comentó que era posible que las capas externas del disco vertebral estuviesen debilitadas a consecuencia de la lesión que tuve años antes, lo que aunado al estrés, hizo que el disco se comprimiera y sufriera algún tipo de degeneración, haciendo que las vértebras no estuviesen “amorti- guando” como se debe, produciéndose entonces una estenosis espinal que a su vez estuviese “pellizcando” algún nervio, y añadió: “es posible que sea la ciática, razón por la cual sientes dolor generalizado en toda la pierna izquierda, es seguro que padezcas una hernia discal, si el tratamiento no surte efecto, entonces, será necesario intervenirte (operar) con la finalidad de practicarte una descompresión espinal, o sea que vamos a regresar el disco a su espacio normal entre las vértebras comprometidas en el malestar, y solo así se te quitará el dolor”. Debo confesar que me asusté muchísimo, sin embargo, empecé el tra- tamiento, tomaba disciplinadamente las pastillas y usaba en todo mo- mento la faja, pero el dolor no cedía en absoluto, así que del miedo a la operación pasé a la resignación de ser operado. CONTEXTO ANDINO Es en ese contexto que a mi lugar de reposo llegó mi padre, el Lic. Pompeyo Leiva Ochoa 6 , vecino de la comunidad de Vista Alegre, quien preocupa- do por mi deteriorada salud y a sabiendas de los esfuerzos que hacía por curarme, me dijo: “…hijo, no me gusta verte en ese estado, déjame probar con la medicina tradicional”. Me comentó que desde niño fue testigo de in- numerable cantidad de curaciones, y aprendió mucho de ello. Y era cierto: recuerdo desde chiquillo que si no nos hacía efecto la medicina alópata, entonces él recurría a esta medicina ancestral y recordaba el procedimiento diciendo a su vez: “recuerdo que mi padre hacía esto o lo otro”. Así, es en este desesperado contexto que accedí a someterme a dicha curación, en ese estado era mejor probar otras alternativas a ser operado. Me comentó que regresaría cayendo la tarde y que traería lo necesario para realizarme la curación. 6 Cabe anotar que el profesor Pompeyo Leiva Ochoa, no es “curandero”, ni “laya”, y no está dedicado a este oficio: su conocimiento está basado en esa transmisión intergeneracional aco- piada por prácticas de siglos de experiencia del poblador andino.

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