Número 50
23 escombros de los edificios y viviendas derruidos. La justificación ideológica fue precaria e inhumana: evitar los saqueos y garantizar el orden. ¿Cómo olvidar que fue la población civil la que terminó por romper el cerco de seguridad militar y dar inicio al rescate de las víctimas?. El gobierno pudo, apelando al Plan DN-III-E, haber solicitado la movilización de los cuerpos y equipos de ingeniería militar pero no lo hizo. Rechazó la ayuda huma- nitaria internacional durante los primeros días. A la delegación de resca- tistas franceses y sus perros, así como a la de los rescatistas venezolanos se les impidió que brindasen su ayuda humanitaria, reteniéndolos en el Aeropuerto Internacional Benito Juárez de la capital mexicana. El gobierno envióío a un equipo de propagandistas vinculados a la Secretaría de Turis- mo a recorrer algunas ciudades estadounidenses, minimizando los daños del sismo e invitando a visitar las zonas turísticas de México. ¿O será que los terremotos también son un mito genial como la pobreza y el narco? La rectificación gubernamental fue tardía, mediocre, cínica y anémica frente la pérdida de legitimidad nacional e internacional. Lo más valioso de esa experiencia, emergió espontáneamente del seno de la sociedad civil: redes y acciones solidarias crecientes y eficaces. Fue así como la solidaridad se rea- firmó como virtud plebeya y ciudadana y sigue gravitando como tal en el imaginario social. Elena Poniatowska, esa implacable lectora de la vida cotidiana, recogió con ojos de águila, un número significativo de testimo - nios de las familias más afectadas por el sismo, sin olvidarse de denunciar la desatención y el autoritarismo gubernamental. 9 En mi existencia, contaron también otros terremotos vividos en mi país de origen. Siendo niño había escuchado mil y un veces, el pavor que sus- citaba en los mayores, evocar los daños que generó el terremoto que asoló Lima y el puerto de El Callao un 24 de mayo de 1940. Los temblores reac- tualizaban en el imaginario social la posibilidad de que preanunciase un sismo de mayor magnitud. Lo experimentamos la tarde del 17 de octubre de 1966, cuyo rango alcanzó el grado de 8.1 (Richter) y que dejó en ruinas mu - chas construcciones en la ciudad de Lima y del puerto de El Callao. Muchos católicos, en su mayoría mujeres, con una imagen del corazón de Jeésúus en la mano o en pecho coreaban: «Aplaca señor tu ira, tu justicia y tu rigor, por tu santísima madre te lo pedimos Señor.» Es el único país del conti- nente, que tiene como figura religiosa mayor, al Cristo de los Temblores, más conocido como Señor de los Milagros. Si esta manifestación popular revelaba que el terremoto como tal, seguía situado en su dimensión religio- sa como castigo divino, de otro lado, se mostró la cara laica, al denunciar a Francia y sus recientes explosiones atómicas en la Polinesia, como la causante del choque de placas tectónicas en la plataforma continental del Pacífico, y por ende, de la costa peruana. En estos días nos hemos llenado de inquietud o de pesar, tras vivir o recibir las noticias del impacto del terremoto grado 8.4 (Richter) en México y Guatemala, así como por el paso depredador de tres huracanes. Irma ha batido un récord al alcanzar una velocidad de 300 km por hora, y la cate - goría 5 en la escala de Saffir-Simpson, antes de arribar a las aguas calientes 9 Elena Poniatowska. Nada, nadie: las voces del temblor . México: Ediciones Era, 1988.
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