Número 52

30 Desde MachPherson (1994) y en sus libros publicados en 1962 y 1977, y aun antes de él, sabemos que esta visión elitista y procedimen- tal de la democracia es profundamente limitada. Se convirtió con el auge de la aceptación de la democracia liberal y representativa como sinó- nimo de buen gobierno. Es hoy una suerte de parámetro para distinguir democracias de dic- taduras, con el consiguiente resultado de dar- le aceptación o anatema a los gobiernos que no cumplen con los requisitos establecidos por esta concepción de la democracia. En La democra- cia liberal y su época (1977/1994), MacPherson postuló la idea de una democracia participativa, que saliera de la idea reduccionista schumpete- riana de participación ciudadana solamente en el momento electoral. En el contexto del auge de los llamados gobiernos progresistas, esta ha sido la diferencia entre la izquierda y la derecha en lo que se refiere a la manera de concebir a la democracia. No se trata de hacer a un lado la de- mocracia liberal y representativa, como solía ha- cer antaño la izquierda al hacer la contraposición entre democracia burguesa y democracia popular o proletaria. Se trata de concebir a la democracia liberal y representativa (derechos civiles y polí- ticos, elecciones libres y limpias, pluralismo po- lítico e ideológico) como el sustrato para profun- dizarla a través de la democracia participativa y protagónica. Tal ha sido el planteamiento que ha guiado a Venezuela con la constitución de los consejos co- munales expresión de un poder constituyente que se articula al poder constituido (Azzelini, 2015) y esta es la concepción de democracia que el vi- cepresidente de Bolivia, Alvaro García Linera ha postulado (2015, 2016), cuando se refirió a las democracias en los países en los cuales gobier- na la derecha neoliberal como “democracias fó- siles” y postuló una “democracia plebeya”, una democracia de la calle, de la acción colectiva del pueblo, de la participación de la gente en la vida pública, en los asuntos cotidianos porque “la de- mocracia no es un método sino es el escenario del propio proceso revolucionario”. En Venezue- la, Ecuador y Bolivia, “la democracia no es una etapa temporal, sino un puente que conduce ne- cesariamente hacia una nueva sociedad… no es una concepción de la democracia como modo de elección de gobernantes…Lo que hemos apren- dido es que cualquier método de lucha ha de ser revolucionario si tiene la participación de la gente… sin eso cualquier acción parlamentaria o armada es reformista u oportunista” (García Linera, 2016). He aquí la visión de una demo- cracia radical que sustenta su esencia en la participación popular, de los de abajo, inde- pendientemente de que considere al parlamen- to, a las elecciones y a las otras instituciones de la democracia liberal y representativa nece- sarias aunque insuficientes. En Morena existe un discurso similar el cual ha sido expresado en sus documentos esenciales entre los cuales podríamos mencionar al Nue- vo Proyecto de Nación. Por el renacimiento de México (Ramírez et al, 2011), La declaración de principios de Morena (Morena, 2014a), El Pro- grama de Morena (2014b) y el Estatuto de More- na (Morena, 2014c), planteamientos programáti- cos a los cuales se podría agregar el Proyecto de Nación 2018-2024 (Morena 2017). En síntesis la postura de Morena y su dirigencia es la que reivindica la democracia liberal y representati- va, como algo necesario pero insuficiente para lograr la democracia más auténtica para el país. Para que esto se logre, ésta debe complementarse y profundizarse con la democracia participativa. La idea de Morena acerca de la democracia tiene su fundamento esencial en el postulado de que el poder político se asienta en la soberanía popular y es en la par- ticipación ciudadana diaria, activa, permanente, organi- zativa y fiscalizadora de las acciones de los gobernantes, el ámbito en el cual el poder político tiene su legitima- ción primordial. Por ello la participación ciudada- na permanente debe tener

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