Número 52

57 so, refleja el asombro del equipo de trabajo que se pudo internar de manera progresiva aunque discreta en la región de estudio y realizar lo que se denomina técnicamente como “observación participante” entre los grupos aborígenes anali- zados. Fue así como hemos tenido contacto con diversos y pintorescos nativos, que están justa- mente en estos días sufriendo la preparación de uno de sus ritos más peculiares, conocido local- mente como el Senoiccele . El Senoiccele puede equipararse con una especie de juegos florales que los nativos realizan cada tres años. Uno de los aspectos que cabe resaltar respecto al grupo tribal en cuestión, a diferencia de lo que sucede en otras comunidades similares, como las existentes en el sur de Nueva Guinea o en la costa occidental de Madagascar, es que mantie- ne una estructura ritual impuesta y objetivamente degradatoria, pero ampliamente tolerada por los pobladores. Como bien se sabe, los símbolos son fundamentales en cualquier proceso civilizatorio, pero debemos reconocer, a la luz de nuestras ob- servaciones, que también resultan básicos como insumos en determinados procesos in-civilizato- rios como el que nos ocupa, en particular los que acompañan al rito del Senoiccele. Casi todos los elementos simbólicos del rito emanan de un concepto esotérico, denominado aicarcomed, el cual es invocado permanentemente como una especie de deidad etérea a la cual se rin- de culto, aunque de ella se conozcan muy pocos rasgos tangibles o concretos. El aicarcomed cons- tituye de hecho el referente conceptual básico del ritual y se enuncia a su vez como una especie de condimento, cuya concentración debiera hacer del Senoiccele algo valedero y hasta incompren- siblemente apetecible. Si la subraza que depende económicamente del Senoiccele logra salpicarle una mayor concentración discursiva de aicarco- med a su empresa, entonces se supone que se en- cuentra en condiciones de convencer a los otros aborígenes, siempre que así lo deseen, sobre el carácter solemne y sagrado del rito. Las prácticas ceremoniales del Senoiccele pre- sentan a su vez un fuerte componente mágico, pues demandan un alto grado de pensamiento acrítico por parte de los participantes y de ad- herentes a las facciones tribales supuestamente contrarias entre sí que aprovechan y sostienen de común acuerdo toda la estructura ritual. De hecho, aun cuando ésta genera una amplia gama de mortificaciones y una compartida sensación de fastidio y desasosiego entre la mayor parte de los aborígenes, todos los integrantes de la etnia estudiada colaboran, directa o indirectamente, lamentándose del mismo pero aportando de ma- nera inercial recursos de su propia economía, a menudo exigua, a fin de que el rito del Senoic- cele se lleve a cabo puntualmente, en apego al calendario ceremonial. Es decir, contribuyen a la perpetuación de algo que los aflige y vulne- ra. Ante este tipo de paradojas, nuestro equipo ha identificado como una de sus conclusiones provisionales propias de las aproximaciones progresivas del ejercicio científico el hecho de que aun comprendemos una parte muy limitada del fenómeno, y de esa parte, no llegamos aun a comprender nada. De acuerdo con algunos autores, ésta manera paradójica de proceder por parte de los nativos corresponde a algún tipo de masoquismo social o remite a lo que Jung llama “el inconsciente co- lectivo”. La programada y profunda desmemoria de los aborígenes, cuidadosamente cultivada por los beneficiarios del rito, constituye a su vez un elemento esencial de la celebración. La carga de aparentes sinsentidos se acumula en torno al ri- tual del Senoioccele , pues aun cuando la práctica ceremonial opera de manera regular, algo abso- lutamente regular e imprescindible para el rito mismo es la denuncia de lo que nosotros llama- ríamos “irregularidades”, conocidas genérica- mente en dialecto local como sasnart o sopuhcoc. Como todo performance ritual, el del Senoicce- le derivará en resultados absolutamente previsi- bles, aun cuando pueda presentar eventualmente ligeras variables, permitidas e incluso deseadas, pero circunscritas al tono de las invocaciones re- petitivas y a la gestualidad anodina de la subraza que dirige y obtiene un sustancioso usufructo del ritual. Y es que si bien la mayor parte de los

RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=