Número 52
62 de extrañar, por lo tanto, que el 83 % de los nati- vos pertenezcan al clan de los denominados serbop, lo que corresponde a la somera cifra de 100 millo- nes para 2014, aunque los allitocap ed socilítop adu- cen que esa cantidad es prácticamente ínfima y se encuentra en franco declive desde antes de que se llevara a cabo la creación de su apacible universo. De hecho, el pensamiento mágico de los nati- vos los orilla a suponer ingenuamente que en es- tos tres últimos años el ritual ha cambiado, como resultado de alguna fórmula mágica acordada en- tre los mismísimos allitocap ed socilítop, agrupa- dos como sodatupid y serodanes (una especie de serafines y querubines de medio pelo, según se puede colegir) en algo así como corrales de lujo, donde emiten regularmente gritos, vituperios o gruñidos cuando no están dormidos, con el apo- yo incondicional de los denominados sorepuhcoc seceuj , incrustados en otras peculiares instancias llamadas a su vez selanubirt , donde los sorepuh- coc seceuj velan por la integridad de los mecanis- mos que garantizan el omsinutropo en el ritual, a cambio de proteger su propio omsinutropo . Todas estas bestezuelas, cuya clasificación taxonómica ya realizada en el Museo de Historia Natural per- mite ubicarlas en general entre los parásitos in- testinales, sean de la especie de los sodatupid , se- rodanes o los sorepuhcoc seceuj , son sin embargo generosa y extrañamente remunerados con ele- vadas sumas del dinero local, pues un solo mes de “salario” de estos extraños personajes, pro- pios de alguna mala película de payasos, equivale a muchísimas, incontables jornadas de verdadero trabajo de gran parte de los aborígenes de la et- nia estudiada. Ningún informante supo explicar- nos ésta, que es una de las mayores paradojas de la sociedad aborigen, pues quienes desde lo que se puede caracterizar como el insondable abis- mo de su ignorancia, de dominio público, emiten reglas violándolas o velan con celo por la injus- ticia, ejerciendo un abuso económico inaudito, a costa de la masa de depauperados aborígenes, habituados a la obediencia y la resignación desde su más tierna infancia, que usualmente de tierna tiene, en muchos casos, poco. Sin embargo, posiblemente nuestra aprecia- ción sea inexacta y se trate de una especie de mala broma que nos jugaron los informantes, aprovechando nuestro desconcierto ante seme- jante disparate completamente inverosímil. Regresando al fenómeno del Senoiccele , he- mos intentado denodadamente dilucidar el obje- to del rito en cuestión. Nuestra hipótesis original era que se trataba de una especie de petición de lluvias concertada, o de rito de pasaje o de cere- monia iniciática, pero ni su utilidad ni su sentido son fáciles de comprender y de hecho, a excep- ción de la raza de los allitocap ed socilítop, quie- nes al parecer tienen clarísimo el propósito del ritual, el resto de los aborígenes lo asumen con una especie de aceptación ancestral de alguna verdad revelada e incongruente, que al parecer tiene raíces profundas en su historia de asumi- dores estoicos de circunstancias. El ceremonial del rito parte de un elemento peculiar, una especie de juego que se presenta sin embargo como si no lo fuera, aunque de hecho la comunidad entera sabe que lo es, y consiste en la distribución de la subraza de los allitocap ed socilítop en facciones aparentemente distintivas, pero prácticamente idénticas en todos sus aspec- tos definitorios. Se trata sin duda de un elemento notorio que remite a una especie de histrionismo colectivo escasamente descrito en la literatura antropológica, donde la regla esencial del juego es que cada facción ataque a las demás facciones acusándolas justamente de aquello que la facción acusadora realiza . A medida que el ritual avanza, lo cual tiene largas semanas de preparación has- ta llegar a una especie de clímax, el planificado encarnecimiento de la lucha entre facciones se agudiza. Los allitocap ed socilítop se acaban acu- sando entre sí de no haber hecho los cambios prometidos, o de prometer los cambios no reali- zados, o de realizar las promesas no cambiadas, o de prometer hechos cambiados, y es cuando hemos podido atestiguar verdaderos torneos de- gradatorios de la palabra dialectal, que sin duda reflejan directamente la degradación neuronal y moral de la subraza de los allitocap ed socilítop. Ante todo ello, un procedimiento consi- derado como razonable entre algunos juiciosos
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