Número 54

18 No existe la menor duda de que la vista es un sentido privilegiado en nuestra sociedad, basta- ría con preguntarnos cuál es el sentido que uno no estaría dispuesto a perder, y es muy probable que una mayoría prefiriera conservar la vista so- bre los otros sentidos 1 . Tal predilección se vio reforzada cuando las obras impresas prolifera- ron en el mundo del pensamiento y la expresión occidental, reemplazando el predominio del oído por la primacía de la vista, que tuvo sus inicios con la escritura. En su obra The Gutenberg Ga- laxy, Marshall Mc Luhan (1962) argumenta que la invención de la imprenta y la difusión de las primeras obras impresas a partir de la se- gunda mitad del siglo XV marcaron el ingreso de la cultura occidental al dominio absoluto de los ojos, propiciando con ello un sesgo sobre la ma- nera de pensar (en Le Breton, 2009:36). El proceso anterior se vio consolidado en los siglos XVIII y XIX, cuando la razón se relacionó estrechamente con la ciencia. Al situar el contex- to de esos siglos, la ciencia promulgaba la veraci- dad de los fenómenos después de haber sido vis- tos; debido a ello, los demás sentidos carecen de objetividad para la ciencia, ante la mirada científica la adquisición del conocimiento se da por medio de la vista fundamentalmente. A partir de la jerarquía sensorial que nuestra sociedad construye se determina el grado de im- portancia que se le adjudica a la ausencia o défi- cit de los sentidos, ya sea de la vista o el oído 2 . La 1 Aunque los seres humanos compartimos una fisiología muy similar de los órganos sensoriales, la gente de diversas culturas experimenta realidades sensori- ales distintas entre sí al asociar a los sentidos una variedad de significados; por lo que distintas experiencias perceptivas revelan realidades codificadas de diferentes maneras. Por ejemplo, entre los suyá de Brasil el oído se encuentra asociado al pensamiento, un valor que en otras sociedades se le confiere a la vista. Anthony Seeger señala que la palabra kum-ba , en la lengua suyá, se traduce no sólo como oír, sino también como entender y conocer, es la capacidad de “escuchar-com- prender-saber” y define a la persona como un ser plenamente social. Mientras que relacionan a la vista como una conducta antisocial asociada a la brujería; alguien con una visión extraordinaria es una bruja –cualidad adjudicada sólo a las mujeres- quien genera desconfianza y miedo (Seeger, 1975: 212-216). 2 En cambio esto no sucede de la misma manera con el tacto, el olfato o el gusto debido a que no se les adjudica la misma importancia. El valor que se ha construido en torno a la vista y al oído así como la relación que se les otorga con el vínculo social conlleva a considerar la pérdida o ausencia de alguno de estos sentidos como deficiencias que no permiten el pleno desarrollo de una persona. La conceptualización que formula la Comisión Nacional de los Derechos Hu- manos (CNDH) en el 2012 sobre la discapacidad sensorial sólo considera a los sentidos de la vista y el oído sin tomar en cuenta por ejemplo a la ageusia (pér- dida total de la capacidad de apreciar sabores) o a la anosmia (disminución o pérdida del olfato) dentro de la categorización de discapacidad. ceguera es una condición tan antigua como el ser humano por lo que desde siempre ha generado inquietud; en torno a ella han surgido múltiples y cambiantes ideas, prácticas, actitudes y signi- ficados que muestran un proceso de reflexión constante y variable que hasta la actuali- dad continua abierto y en construcción. Los estudios que buscan comprender la ceguera, normalmente de corte biológico o fisiológico, han sido una constante, lo mismo que la apreciación de

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