Número 67
20 22 estamos explorando más continuidades culturales que rupturas. Al lado de los higienistas, los peritos de la conducta y del decoro, así como los comuni - cadores, han orientado y justificado las políticas de control, estigmatización y exclusión social en el curso del siglo xx. Los más recientes documentales de tv Azteca sobre los indígenas mexicanos estigmatizaron sus usos y costumbres y le extendieron ese pretendi - do “defecto ontológico” de no poder elegir, atribuido por las élites a los pobres del continente y señalado por Carlos Monsiváis [Monsiváis, 2000]. La ontología sobre el indígena, prevaleciente en los imaginarios criollo-mestizos, acentúa su desvalorización desde el mirador de las élites. El personaje ficcional de una novela nos brinda un fragmento verosímil de esta retórica excluyente de cara a las imponentes ruinas prehispánicas del Cusco: “Los incas solitos no hicie- ron esto ni cagando ¾dijo ella, mirando las ruinas de Machu Picchu¾. Esto tienen que haberlo hecho los marcianos” [Bayly, 1994:178]. En otros casos, algunos medios televisivos, como la mexicana Televisa, ofertan en clave orweliana programas como el Gran Hermano , donde la última frontera de la libertad, es decir, el de la renuncia temporal a ella, consiste en ser confinado en un con - flictuado especio físicamente reducido y controlado por cánones reactivos de coexistencia primaria. El ojo mediático sobre lo privado rebasa con creces el adiós a la vergüenza de los Talk Shows . Aquí el tele - vidente goza observando la construcción de sus mi - serias en el espejo del otro. La degradación o empo - brecimiento de la vida privada se vuelve un acto de cínica complicidad. Sucede que esta renuncia supone otras: la de la propia intimidad y privacidad, aquella que no deja resquicios ni para lo bajo y lo escato - lógico: todo debe volverse grotescamente público. La implicación política de rearmar por vía mediática una base social totalitaria está presente en la agenda latinoamericana. El panóptico de las mil un transpa - rencias que permiten las cámaras y los micrófonos del espectáculo televisivo potenciarán inocultables aristas neofascistas. La oscuridad sumergida y sus coordenadas culturales Los símbolos de la oscuridad gravitan con inusual fuerza en los imaginarios y prácticas juveniles de las principales ciudades latinoamericanas a contraco - rriente de los sentidos y usos que les confieren los grupos de poder. Desde el mirador moderno y occi - dental compartido por los grupos de poder criollo- mestizo, lo oscuro representa la ignorancia, el lugar temible que escapa a la lógica visual del panóptico, el campo propicio de la transgresión, el color de la mala y degradada piel y el tiempo criminalizado de la “nocturnidad” según el derecho positivo. La oscuridad representa algo más. No olvidemos que en su universo pesan también los sentidos nefas - tos adscritos por el legado cultural de larga duración, particularmente el que procede del catolicismo popu - lar y que alude al reino de las tinieblas bajo el manda - to indisputado del Príncipe del Mal, así como los que emergen de las representaciones estéticas de las na - rrativas románticas y neogóticas y de la recreación de los relatos orales autóctonos sobre el inframundo. En el imaginario juvenil una contradictoria oscilación nos lleva de los códigos religiosos a los propiamente esté - ticos, científicos y políticos de simbolizar y significar la oscuridad y sus muchos aristas culturales. El proceso de democratización de vivir la noche pública siendo transgeneracional y transclasista, tiene un particular sentido liberador para los jóve - nes frente al espacio privado. Para nuestros jóve - nes de ayer y hoy, la noche como campo cultural ha operado como un ritual de pasaje, propio al desen- volvimiento de una fase intermedia del ciclo de vida en las sociedades urbanas. La «juventud» al igual que las demás «fases biográficas», se legitima como un peculiar modo de ser y existir en el universo sim - bólico [Berger y Luckmann, 1995:129]. Pero ¿cuál es el modo juvenil de representarse y asumir la noche como vehículo generacional e identitario? Tener la ilusión de un tiempo nocturno de relativa libertad frente a los controles y ordenes diurnos de la socie - dad, no lo hace menos clasista, racista y subalter - no. Es certera la aseveración de que en la noche ur -
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