Número 67
21 23 bana: “En la cultura de la noche hay elecciones pero también restricciones: según la condición social se puede o no acceder a ciertos lugares. Se es elegido para ingresar o ser excluido. Se puede elegir, pero dentro de una cierta gama.” [Margulis, 1994:17] Sin lugar a dudas, la oscuridad y sus seres po - seen una densa trama simbólica en nuestros ima- ginarios que corresponde a códigos culturales di - versos o encontrados, los cuales comparten una “afinidad sustancial y subterránea”, próxima a la que caracteriza histórica y culturalmente al aque - larre. En el curso civilizatorio los entes de la oscuri - dad, de la exclusión y del aquelarre, muertos inclui - dos, dada su condición contaminante, su ubicación liminar y su anómala fisonomía, son fácilmente asimilados y representados por los marginales del jerarquizado mundo de los vivos, unos y otros se aproximan por ser portadores de sentidos de ex - clusión y potencial o real violencia frente al cuerpo social [Ginzburg,1991: 210]. Una conocida rola del TRI mexicano logra hacernos una traducción muy contemporánea de lo anterior, vinculando el medio más popular de transporte subterráneo de la ciu - dad de México con la nocturnidad y sus inventadas fantasmagorías: El viaja contigo en tu mismo asiento/ es el fantasma del metro./En cada parada suben y bajan muchos fantasmas que vienen y van/ entre las olas de ese mar de gente/ pasan muchas cosas que nunca se sabrán. /Desde muy temprano/ ha llegado la noche de lado a lado de la gran ciudad” 2 Si tenemos claro que la oscuridad constituye un campo de significación cultural de larga duración y de proyección transcivilizatoria, debemos filiar las cadenas semánticas que unen las añejas represen - taciones con las más contemporáneas, sin renunciar 2 http://www.fortunecity.com/tinpan/mingus/256/eltri_le - tras_fmetro.htm a precisar sus particularidades. Compartimos en ge - neral la perspectiva antropológica de Pérez Taylor al decir que : Si las unidades de significación social mar - can el sentido en su posibilidad interpreta - tiva, entonces estamos en un espacio social en que el sentido hace prevalecer una mul - tiplicidad de operaciones e interdictos, que corresponden de manera hermenéutica a distintas perspectivas de acercamiento. Des - de éstas, la oscuridad existe a partir de su nombramiento; darle nombre es significarla, y al hacerlo estamos inmersos en la propia historia, porque desde el principio de los tiempos el hombre significó la oscuridad con sus más profundos temores, para darle a su lugar el sitio donde perdía la seguridad, ya que estaba ubicado donde no había protec - ción.” [Pérez Taylor, 1997: 7-8] La oscuridad explaya y muta sus sentidos ne - fastos mientras los que marchan a contracorriente quedan sumergidos. No olvidemos que la parado - ja de nuestras ciudades contemporáneas radica en que el despliegue público y privado de las más modernas aplicaciones de las tecnologías de la luz, coexiste con un proceso de reflorecimiento de las representaciones de lo oscuro en su más cruda con - tradictoriedad. La escoria material y social asume así contornos fantasmagóricos en el imaginario de las élites y capas medias de las ciudades latinoame - ricanas, prologándose tenuemente en los demás sectores de la sociedad. Lo oscuro y lo bajo de la ciudad cabe como po - sibilidad lúdica asociada a la crónica violencia sim - bólica de algún submundo, inventado y poblado por seres fantásticos. Nos referimos a las novelas de Tolkien, multidimensionadas por su conversión en relatos fílmicos y su proximidad con los controver - tidos juegos oscuros conocidos como élficos [Castro Caycedo, 1999:89-114] . Las narrativas góticas y satá -
RkJQdWJsaXNoZXIy MTA3MTQ=