Número 67

24 26 apropiado a través de la criminalización de su uso. Por criminalización del espacio, me refiero a la pro - moción de la creencia de que las zonas públicas in - vitan a la presencia de sectores de la población que, por varias razones, son considerados como no ciuda- danos y, por lo tanto, sin derecho a los espacios pú - blicos. Tales sectores incluyen a las clases populares, vendedores informales, juventud, prostitutas y todos quienes no se ajustan a los modelos de la heteronor - matividad [Pillai, 1999: 497] A pesar de todo la presión juvenil logra revertir parcialmente esta tendencia excluyente apropián - dose de espacios públicos para sus consumos noc- turnos, particularmente en los países que vivieron los costos duros de sus guerras internas como Ar - gentina, Brasil, Chile y Perú por citar los conocidos. El peso significativo de los pubs, los conciertos, las discos y las bailanteras sobresale sobre otros con - sumos culturales juveniles de vieja tradición como el cine. Recuérdese que la moral pública a cargo de las autoridades locales o municipales nocturnizó los horarios de las películas consideradas fuertes, para más recientemente flexibilizar sus controles en base a rangos de edad. Hay quienes opinan sin más que los jóvenes ur - banitas latinoamericanos ya no tienen tanto interés en la noche pública y sus consumos diferenciales, obviando el peso represivo o disuasivo de los apara - tos de seguridad además de la configuración de otro modo de apropiación cultural. La inconstancia de las prácticas juveniles frente a las ofertas culturales nocturnas, podrían estar sugiriendo el tránsito a un nuevo modo de referir las temporalidades cotidianas en el universo del ocio, más que su renuncia a la no - che abierta. Así las cosas, tendríamos que explorar de nueva cuenta los impactos de los nuevos tiempos que vivimos. El consumo alterno de la oferta televisi - va gracias al dispositivo del control remoto, responde a un uso diferente de representarse e instrumentar la temporalidad cotidiana, traduciéndose en un nuevo modo de mirar las secuencias alternas de imágenes y tramas de sentido, análogo al consumo multimediá - tico: manejo de ventanas en Internet, en los proce - sadores de palabras y en los cd’s enciclopédicos. Los tiempos cambian y nosotros con ellos y más los que se preparan para relevarnos. La apropiación de la no - che mediática o internáutica en los espacios privados o públicos con mayor nitidez que la del cable televisi - vo, opera únicamente como referencialidad externa de otros sentidos y valores (tiempo libre y/o de ocio, trasgresión, permisividad o control familiar o públi - co). La lógica visual que despliega los sentidos de uno u otro de estos productos culturales mediáticos, carece de los filtros normativos de censura, permiso o tolerancia con que opera las autoridades urbanas frente a las diversiones públicas nocturnas. Habría que agregar otro consumo nocturno que gracias al walkman y al tocacintas del automóvil, se ha popula - rizado un modo alterno, colectivo e individualizado, del flanear musical con particular enraizamiento en - tre los jóvenes de los sectores medios. De otro lado, nuestras sociedades pueden capi- talizar democrática y culturalmente el resquebraja - miento de las claves políticas de nuestras tradiciones autoritarias, aquellas que hicieron de la noche un tiempo maligno, potencialmente conspirativo y cri - minal. A la noche urbana había que restringirla, ilumi - narla, normarla, penalizarla y reprimirla. Conocidas a nivel latinoamericano son los excesos represivos antijuveniles de la noche de Tlatelolco en ciudad de México homologable a la no menos infausta “Noche de los lápices” en Buenos Aires y a muchas otras que no hemos historiado pero que han sido igualmente cruentas para los jóvenes rebeldes, revolucionarios o marginales de Río Janeiro, Sao Paulo, Lima, ciudad de Guatemala o San Salvador, por citar sólo algunas. Un viejo anclaje cultural recreado ahora por la desestructuración neoliberal de los espacios de so- ciabilidad, sigue reproduciendo infundados temo - res religiosos sobre «el reino de las tinieblas», bajo el cual se supone que los demonios andan sueltos y al acecho sembrando miedos y tentaciones. Las formas secularizadas de referir la malignidad de la

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