Número 67
25 27 noche urbana criminalizándola, siguen subsumien - do sus arcaicos sentidos religiosos. Por ello, resulta interesante como los jóvenes contra esta retórica controlista, generan una peculiar carnavalización de sus representaciones y modos no muy apacibles de apropiación de la noche. Acaso nuestros jóvenes in - tuyen que ya es tiempo de descolonizar y democrati - zar la noche, lo que supone ensanchar sus posibles prácticas y consumos privados y públicos más allá de la lógica del mercado. La tradición de lo marginal y de lo desechable Las cuatro urbes [São Paulo, Río de Janeiro, Buenos Aires y Ciudad de México] y las muchas ciudades la - tinoamericanas que las acompañan en su errático y asimétrico crecimiento se han poblado de señales y símbolos preocupantes por sus tramas de exclusión justificadas por la fuerza del mercado, los juegos de la seguridad pública y privada, las narrativas del neohigienismo participativo o “democrático”. A ello se agrega una tendencia predominantemente juvenil a migrar, a salirse del entorno urbano y nacional. En Bogotá, Lima o Buenos Aires, largarse, irse, zafarse, borrarse, aparecen como las palabras reite - radas de los jóvenes que no tienen cabida en el hori - zonte nacional. Lo bajo y lo sucio no escapa al proceso de descentramiento territorial como “desplazados” forzosos o migrantes económicos, asumiendo una de sus caras más dramáticas, si consideramos, desde el punto de vista de género, el ingreso de las jóvenes al siniestro campo de la trata sexual. En el curso de la última década, miles de indocumentadas en Eu - ropa son prostituidas por las mafias, destacando los contingentes juveniles procedentes de Dominicana, Brasil y Colombia [Tamayo, 2001:5], asumiendo su sexualidad y erotismo los atributos simbólicos de lo bajo. Las coordenadas migratorias Sur-Norte en las que se ubican con tendencias crecientes nuestros latinoamericanos resienten las restricciones de un mercado global y neoliberal que sólo admite liberta - des para el capital negándoselas a la fuerza de traba - jo. Tal situación hace que los principales corredores migratorios queden en manos de las mafias transna - cionalizadas. La trata migratoria a los Estados Unidos y Canadá es la más conocida pero no la única, Un joven universitario colombiano refiere los desencantos de su condición de desplazado pero también los propios de la generación x: Me convertí en un desplazado, porque eso es uno cuando tiene que irse de su país sin querer. [. . .] Y mi generación colombiana no es una generación constructora, no es una generación renovadora. Se lo niego por completo al que lo diga, porque no lo somos. En este momento los jóvenes no somos una riqueza creativa. Como grupo social, como fuerza, no somos una gente capaz de cons - truir, de crear, de renovar. Yo lo creo así y me parece lo más desesperanzador. 6 Y los más, es decir, los jóvenes de extracción popular, optan por configurar diversas identidades asociadas de diversos modos a la trasgresión y el estigma de lo bajo y lo sucio. Un fanzine de un co - lectivo punk brasileño dice: “Somos basura para esta sociedad. . . somos sobra, somos residuos de una clase luchadora por sus derechos, que aún lu - cha por libertad, justicia e igualdad”. 7 Si tenemos en cuenta que la tasa de urbaniza - ción de América Latina para el 2000 involucraba a 391 millones de personas, es decir, al 75% del total de la población continental, no es novedad decir que la principal trama del conflicto y la desigualdad so - cial asumía un cariz urbano. Se pronostica que para el 2030 la tasa de urbanización abarcará al 83% de la po - blación latinoamericana, la cual será acompañada de la visibilidad expansiva de su pobreza e inseguridad [Parlatino, 2000:1-3]. Lo que no refiere estas estima - ciones demográficas es el peso creciente que ha asu - mido en estas dos últimas décadas la franja juvenil. 6 Castro Caycedo, 1999:69 y 71. 7 cit . por Valenzuela, 1997:83.
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